Corren tiempos convulsos, aunque me pregunto si hubo otros tiempos que no lo fueron. A ver, una es feminista y hedonista radical, maricona, más puta que las gallinas, independentista vasca perdida, anarquista…, llevo toda la vida escuchando a mi alrededor que vuelve el fascismo y que el fascismo nunca se fue. Todo a la vez y todo el tiempo: como diría el ínclito Fran Rivera, estoy curada de espasmos. Aunque claro que acojona ver a esos hijos de nazis ganar elecciones, país a país. ¡Amatxo maitia, dónde nos metemos!Mientras tanto, repetimos que las clases populares se traicionan a sí mismas votando al fascismo, que hay mujeres traicionando a su género y votan al fascismo. Y qué decir de los hombres y de los chicos jóvenes, en este caso no hay traición: se abrazan con entusiasmo revanchista a la ultraderecha para impedir que las feministas les terminemos de arrebatar ese lugar seguro, una hombría tradicional mitificada que en parte es pura ensoñación. Y nosotras tenemos la razón, tenemos las razones, y las soluciones. Así que nos enrocamos más, todavía más. A menudo somos muy arrogantes, voy a hablar sobre todo como feminista. Corregimos a la gente y encima les reprochamos que estamos hartas de corregirles. Hermanas, sé que sonreís porque lo habéis hecho. Pero nos toca ser pedagógicas, ser amables, seductoras incluso: nos va el futuro en ello.Concluyo con estas balsámicas palabras de la gran Gioconda Belli. «La crítica a la figura masculina culpabiliza al hombre por una herencia pasada de generación a generación y que solo empezó a ser cuestionada a mediados del siglo XX. Los cambios son lentos, como suele ser el caso para las costumbres y tradiciones. El discurso feminista actual no abunda en la posibilidad de acercamiento, aprendizaje mutuo y redención. Se enfatiza en lo punitivo para los comportamientos machistas, pero hay pocas iniciativas para generar una dinámica donde se pueda conversar colectivamente sobre las inquietudes y nuevos términos en las relaciones heterosexuales».