Desde las primeras horas de inmersión sanferminera, te vuelve a poseer el pasito garboso, vamos, caminar bailando. Es como si te brotaran muelles en los pies. Esta fiesta colosal va de perseguir la música en multitud. Desde las dianas, que despiertan a unas calles que no han dormido. La Pamplonesa tocando sin cesar cuatro temazos para una muchedumbre entregada y eufórica de todas las edades y estados etílicos. Ríete de las fans locas de Taylor Swift esperando días a su ídola y haciéndose amiguísimas para siempre, la felicidad colectiva que nos provoca esta banda municipal a las 6.45 de la mañana del 7 al 14 de julio es incomparable. Desde 1876. No suele faltar un grupo de chavales que ridiculizan convenientemente a los policías nacionales desplegados como para una guerra en parte del recorrido. Lo que les cantan cada mañana no hace falta que lo reproduzca aquí, lo que pasa en las dianas, en las dianas se queda.A partir de ahí, los estímulos para perseguir bailando se multiplican y se cruzan hasta el infinito: ocho gigantas con sus txistus, catorce peñas con sus portentosas txarangas, gaiteros, cualquiera con un bombo... Desde hace tres años, además, una portentosa orquesta callejera de chicas llamada Goxo. Cada día mirarás el programa de fiestas, pero al pasar por tu lado una horda de gente bailando detrás de una banda que entona Barricada después de Karol G, te sumarás sin pensarlo sintiéndote más viva y más conectada que casi nunca. Nos han contado que la fiesta es el desfogue controlado y necesario para volver a la norma, a ese tiempo productivo que pretenden que aceptemos inherente a la condición humana. ¿Acaso el capitalismo se fundó en las cuevas? Hoy que el mundo parece abismarse más que nunca, esta ciudad extasiada, atravesada por multitudes danzantes que no sabes por donde van a venir y a las que te entregas sin reparos y triunfante, se ilumina como esperanza. Ojalá extendiéramos los sanfermines a todo, no solo por lo festivo, también por lo comunitario.