Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
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Abortar en Nafarroa

Zaloa Basabe

   El debate sobre el aborto en Nafarroa vuelve a salir a la palestra y con él, el colmo de la hipocresía, el colmo de de la doble moral y el colmo de los múltiples reglamentos humanos, civiles, penales y divinos por los que se enjuicia a las mujeres en relación con su cuerpo, con el resto de los cuerpos... y con el mundo en general. Porque cuando la ley humana no es suficientemente dura con las mujeres, otro tipo de leyes, mandatos y maldiciones caerán sobre aquellas que osen apropiarse de su cuerpo, sus vidas y sus destinos.

Eso es cosa de dios, o lo que a veces es lo mismo, de hombres y del representante de sus privilegios en la Tierra: el patriarcado.

 Hay una máxima en biología que afirma que la función hace el órgano. Así el cuello de las jirafas se prolonga hasta allí donde encuentra alimentos. Esto es,  al menos, lo que afirmaba Lamarck, quien auspició una espacie de teoría de la evolución anterior a la de Darwin. Aunque a esta teoría le siguieron otras detractoras que defendían que esta adpatación/mutación no podía ser transmitida a la descendencia, lo cierto es que el caracter funcional, que no definitorio, de los órganos que nos componen parece obvio.

 Menos en el caso de la mujer. Que, por lo visto, lo oído y lo leído, debemos ser consideradas una especie de metonimia con patas, esto es, nuestro todo es reconocido por la existencia de una sola parte: el útero. Alrededor de la capacidad reproductora de la mujeres históricamente se nos has asignado una serie de funciones (las reproductivas y los cuidados que de ella se derivan) y se nos ha restringido el acceso al resto: las productivas (aquellas que se desarrollan en el ámbito público, son remuneradas y generan prestigio social y profesional)  y por supuesto, las intelectuales.

 Así las mujeres no solo nacemos madres (cosa que no sucede análogamente con los hombres)  sino que, durante siglos y aún hoy en día, el epicentro de nuestra honra y el principio de la pérdida de nuestra dignidad y reputación ha estado directamente relacionada con nuestros órganos sexuales y reproductivos. Así las cosas, la gestión (la autogestión) que hemos podido hacer sobre los mismos, el reconocimiento de nuestros propios derechos sexuales y reproductivos han sido postergados una y otra vez. Allí donde los púlpitos no han llegado, el legislador lo ha hecho con mucho gusto, y cuando este no fue suficiente, el control social campó a sus anchas. Ley natural, ley divina y ley humana al servicio del patriarcado han proscrito, condenado al infierno terrenal o virtual, al ostracismo, al repudio,  al aislamiento y a la desatención a aquellas mujeres que han decido cuál querían que fuera su función y su papel en cada momento, que han tomado su cuerpo no como un continente sino como parte irrenunciable de su propio ser, libre, sensible y consciente.

Pero aún hay más, porque cuando los anteriores poderes sancionadores contra las mujeres no han ido a la par, siempre ha pervivido aquel que era más restrictivo para con sus derechos. Ese es el caso de Nafarroa, que rebelándose ante la propia ley, aunque esta emane de los poderes procedentes de Madrid, se ha negado a brindar la posibilidad a las mujeres de esta comunidad a poder realizar un aborto en la red pública de sanidad, Osasunbidea. Ser rebeldes para eso. Qué poca vergüenza.

Ahora la Cámara de Comptos ha recomendado al Departamento de Salud de Gobierno de Navarra, por criterios puramente económicos que para eso es un órgano fiscalizador, que se establezca un convenio con la clínica Ansoain para poder realizar interrupciones voluntarias del embarazo sin que la hipocresía del Gobierno de Navarra haga pagar el doble a las arcas públicas por no darles la gana de que estas intervenciones se hagan en la red pública. La consejera de Salud, Marta Vera, dice tomar nota del asunto.

Y de momento esto es todo. El que el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres no sea a día de hoy un hecho, no implica que no podamos felicitarnos por pequeños gestos que, aunque aún quedan cortos, van en la dirección de dirimir una negación insoportables del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y, por extensión, sobre sus vidas.

Una última anotación necesaria y de justicia para terminar este texto pasa por recordar que este hecho y estas lecturas seguramente no serían posibles sin la labor incansable del movimiento feminista, integrado por esas queridas y necesarias subversivas que son capaces, con sus acciones y planteamientos, de poner en cuestión día día la vigencia del hegemónico patriarcado que mantiene a las mujeres como ciudadanas de segunda y que convierte a menudo al actual modelo social y económico en el cómplice necesario del mantenimiento de las desigualdades.

 

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