Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
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Iron Maider

 Zaloa Basabe

 

Decir que mi relación con el deporte no ha sido estrecha, no sería justo del todo. De hecho, podría decir, ajustándome más a la verdad, que en estos 34 años mi cuerpo y yo hemos ido cada una por nuestro lado, coincidiéndo únicamente y por unos segundos delante de algún espejo, no llegando a veces a reconocernos (sobre todo cuando esta unión ocurría en el espejo del ascensor de casa de mi ama, después de una parranda).

Últimamente me ha dado por correr, por gusto y por disciplina (sin que estos términos tengan porqué resultar siempre contradictorios); hasta ahora lo había hecho cuando no me quedaba más remedio, esto es, solo había corrido por causas completamente ajenas a mi voluntad.

Con semejantes antecedentes deportivos, el viernes pasado, 28 de septiembre, estuve en la III Jornada organizada por Emakunde sobre “Las mujeres en el deporte de alto nivel”. Reconozco que volví impresionada. No solo llegaba a entender algunas de las vivencias que narraban esas mujeres y los condicionamientos que en diferentes fases de su vida deportiva había supuesto ser mujer en un mundo eminentemente masculino, sino que llegué a valorar sus éxitos profesionales más allá del brillo de las medallas, del espectáculo y de los chandals de colores chillones. Disfruté con el proceso que había desembocado en cada uno de sus triunfos y también en sus (ya no tan) fracasos.

Leire Olaberria (ciclista), Naroa Agirre (atleta de salto con pértiga), Tania Lamarca (gimnasta) y Maider Unda (lucha libre) participaron en una mesa redonda moderada por la periodista Cristina Galló Suárez. Escuchando sus biografías en primera persona era fácil dibujar un mapa en el que cualquier niña, joven, mujer puede localizarse en algún momento de su vida. La, a menudo, sesgada oferta deportiva de los centros escolares, que hace que las niñas elijan mayoritariamente unos deportes en detrimento de otros sin que su motivación sea el motor principal (causa por la que muchas de ellas acabarán abandonandolo en la adolescencia); el escaso refuerzo de la individualidad de las niñas, que aprenden a no valorar sus logros; el menor apoyo por parte de clubes y federaciones (cuyas directivas continúan siendo mayoritaria o totalmente masculinas) a la hora de impulsar las actividades deportivas femeninas, que hace que estas pierdan su atractivo durante la juventud; la nula visibilidad de sus competiciones por parte de los medios; la dificultad de acudir a encuentros internacionales por falta de patrocinio e inversión de las administraciones… Un cúmulo de circunstancias, en absoluto ajenas al hecho de ser mujeres, que hicieron que yo, extranjera en el país de la práctica deportiva, me sintiera parte del paisanaje, con ese orgullo un poco gregario que llena las gradas de los estadios.

De todas las historias que pudimos escuchar a lo largo de la mañana, me quedé especialmente con la de Maider Unda, deportista alavesa de lucha libre, que financió su viaje a los Juegos Olímpicos de Beijing vendiendo quesos y aún tuvo que leer en algunos medios, tras conseguir un quinto puesto (dato a tener en cuenta: en el Estado español hay ahora unas 40 mujeres federadas en lucha libre frente a las más de 2.000 en Bielorrusia), que había “fracasado” al no lograr subirse al pódium. Cuatro años después se sube en Londres, consiguiendo la medalla de bronce. Los medios giran la cabeza y reparan en ella, como si hubiese aparecido de la nada. Alguno recuerda su labor como pastora, calificando esta actividad como “refugio” de la deportista (cuando lo cierto es que todo el mundo sabe que no hay baserri lo suficientemente grande como para refugiarse de tanto cinismo…).

La de Maider Unda es solo una de las historias, ya lo sé. Pero me gustó, y más aún que se refirieran a ella como Maider, Iron Maider.

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