Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
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(Parte I) La recreación y constitución de Euskal Herria

(Parte I)

 

La recreación y constitución de Euskal Herria:

¿Cómo se sostiene en pie una obra revolucionaria?

 

 

Ainhoa Güemes

 

Al hilo del último artículo titulado Por un pensamiento coherente’, escrito por el compañero Andoni Olariaga, autor de relevantes textos filosóficos que profundizan en las diferentes discusiones políticas y culturales decisivas (luchas ideológicas centrales) que se están dando en nuestro pueblo; como digo, al hilo de su última reflexión en este medio, quisiera esbozar parte de un ensayo sobre las maneras de recrear y constituir mundo, concretamente, sobre las posibilidades de re-creación de Euskal Herria, articuladas en los diferentes planos de actuación como son el arte, la filosofía y la ciencia. Planos de actuación a los que asisten y en los que intervienen tanto los sujetos creadores como los sujetos políticos (o ambas cosas entrelazadas, ya que inevitablemente los cruces ocurren en nuestros propios cuerpos, activándolos y tensionándolos en varios sentidos a la vez).

 

Olariaga plantea cuestiones clave como las siguientes, se pregunta:

 

* ¿Pero qué es realmente cambiar el sistema? Últimamente se ha vuelto un eslogan carente de contenido. ¿De qué hablamos cuando hablamos de revolución? Joan Mari Torrealdai escribía en «Iraultzaz» (Jakin, 1973) que la revolución es hija de la modernidad, tanto como el progreso y la razón absoluta. La «revolución» se ha convertido en un cliché, un mito malo de la izquierda, un a priori creado en su tiempo por la burguesía y que hoy en día no le deja a la izquierda analizar y pensar proyectos. Como todo mito, tiene su parte buena y su parte mala; pero hay que saber utilizarla no para paralizar el pensamiento, sino como apoyo para articularlo libremente.

 

* (…) ¿cuántas líneas invirtió Marx en escribir cómo sería la sociedad después de ganar al capitalismo? Ninguna. Ahora lo que corresponde no es reflexionar sobre cómo será el estado vasco, sino sobre qué vamos a hacer para conseguirlo. Dejemos las cuestiones que no tocan para más adelante.

 

Reflexionar sobre cómo será el estado vasco, la futura Euskal Herria, sobre la realidad y el mito, sobre los avatares de la revolución, es una tarea que nos compete a todas las personas, no solo a los políticos profesionales, sino también a los/as artistas, filósofos, activistas de movimientos sociales, trabajadoras/es y especialistas en cualquier área o disciplina. En esta ocasión, me gustaría plantear el tema de la constitución creativa y soberana de nuestro pueblo desde parámetros que atañen especialmente al campo del arte, y concretamente del arte mitológico.

De hecho, tal vez resulte extraño el código narrativo de esta exposición o ensayo sobre arte, mito y política. Precisamente, se trata de abrir vías expresivas e interpretativas a través de lenguajes (formas de pensar) que no encajan en las narrativas propiamente periodísticas ni se nutren de la jerga utilizada por los y las profesionales del campo macropolítico.

Dicho esto, subrayar que, a diferencia de Olariaga, antes que insistir en la prioridad de la consecución por vías democráticas del estado vasco, me toca insistir en la urgencia de pensar (y hacerlo colectivamente) sobre cómo levantar, fijándolos con firmeza en la tierra, todos los pilares arquitectónicos polimorfos de esta delicada y preciada obra que juntas estamos intentando crear. Si solo nos centráramos en saber acertar con una fórmula legal constitutiva como lo es la fórmula ‘estado vasco’, dejando para otro momento las éticas y estéticas inmanentes, es decir, aquello que tiene más que ver con mantener los pies, cerebros, tripas y corazones arraigados a la tierra, a lo puramente material, cuyo peso, valor y potencia contenedora y transformadora excede cualquier débil equilibrio de naipes burocrático, entonces, digo, si pusiéramos todo nuestro empeño en hacer estado, la obra que estamos modelando, que respira y late, nuestra vulnerable e ingente obra se nos vendría abajo, desprovista de fuerza y aliento como un fantasma no podría sostenerse por sí misma, caería de bruces.

Estoy de acuerdo en gran medida con Olariaga, pero pensemos pues en la coherencia, presencia y permanencia del cuerpo entero, lleno y materialmente poderoso de la estatua (Herria zutik eta gorpuztua), y no solo en su posible envoltura, es decir, en una exterioridad de carácter legal.

La obra que tenemos entre manos (antes que nación o estado, antes que país soberano o gobierno común) es ante todo un ser de sensación: euskaldunok, pueblo vasco, ciudad o comunidad. Porque, ¿en qué consiste habitar, compartir, gestionar una porción de territorio o de experiencia vital?, ¿dónde nos sitúa actualmente nuestra lengua ancestral?, ¿qué significa esa idea de que un cuerpo, sea individual o colectivo, tiene el derecho a regirse por leyes propias, a apropiarse de su autonomía y hacerse cargo de ella?, ¿qué sentido tiene la autonomía política separada del cuerpo físico?, ¿qué significa hacer país o ser parte de un país?, ¿en qué consiste un contrato social, es un mero documento desprovisto de materia viva o por el contrario en su escritura, en su adopción quedan inscritos, tallados no sin cierta agresividad, los gestos y deseos más profundos e íntimos de las partes que consienten dicho pacto?

Porque, ¿con qué objetivo la gente se organiza, y asiste hoy a los actos, mítines, manifestaciones transgresoras y solidarias, a los encuentros masivos? Sin duda, asistimos para re-evolucionar, para experimentar y provocar en grupo, en comunidad, una serie de sensaciones, como las vividas recientemente, por poner un ejemplo, en el mitin central de Euskal Herria Bildu, acto público que fue contenedor de cuerpos potencialmente revolucionarios, recinto lleno (espacio vaciado en el que cada uno buscamos lo que nos falta, lo que cada ‘otro’ posee de uno mismo), contenedor rebosante de estímulos afirmativos. ¿Alguien me puede explicar qué significa administrar un estado y hacerlo dejando de lado las producciones deseantes potencialmente revolucionarias de cada uno de sus miembros? Nuestra obra, además de respirar, tiene que sostenerse en pie: “Sostenerse en pie por sí mismo no es tener un arriba y un abajo, no es estar derecho (pues hasta las casas se tambalean y se inclinan), sino únicamente es el acto mediante el cual el compuesto de sensaciones creado se conserva en sí mismo”.

Si deseamos que nuestra obra revolucionaria y creativa se sostenga por si sola, no debemos perder de vista las producciones orgánicas de nuestro mito (el cual sigue cumpliendo su función anunciadora, visionaria, transgresora y protectora). No debemos separar el conocer del actuar, ni situar la acción política más allá del pensamiento crítico. Evidentemente, hay que hacer política institucional, pero sin dejar de prestar atención a las manifestaciones mitológicas que emanan de nuestro cosmos comunitario. Hay que convocar a los cuerpos revolucionarios para que sus voces se oigan en las instituciones, seguir haciendo un claro y atronador llamamiento a las presas y presos políticos, ya que ellos son quienes han mirado de frente al minotauro, agarremos con fuerza sus manos y salgamos juntos del laberinto. Debemos articular todos los elementos, diferentes agentes que interactúan en los distintos planos. Sin escisiones mortíferas ni cortes trascendentales. Todo al mismo tiempo, todo es igualmente prioritario. No dejemos nada para después.

El conocimiento artístico, filosófico, y no solo lo que entendemos por acción política, nos aporta una visión amplia, vital para comprender dónde estamos y a dónde queremos llegar. Para argumentar mi posicionamiento, voy a esbozar una pequeña parte de un ensayo sobre arte mitológico, en el que la ingeniera Enkarni Gomez y yo hemos estudiado el proceso recreativo y constitutivo de mundos (cuyos efectos son extrapolables a otros lugares, a otros proyectos comunales, pero mirando siempre a nuestro pequeño mundo: Euskal Herria). Nos vamos a centrar en la obra poética y escultórica de Jorge Oteiza, tomando como ejemplo el conjunto de estatuas megalíticas (crómlechs y dólmenes), con el objetivo de ampliar la tesis defendida por Oteiza sobre la construcción de microlitos, la desocupación del espacio y su directa imbricación en la constitución (proyección política y vital) de una comunidad futura.

 

Estatuas megalíticas: raíz del vacío = huts erroa

Vamos a detenernos en nuestra investigación, concretamente en las incursiones que hemos realizado a determinados lugares donde aún se mantienen en pie varios crómlechs y dólmenes, formados por piedras que acotan un fragmento de tierra. Recurrimos a la concepción del espacio vaciado creada por Oteiza: ¿qué es el espacio vaciado en la obra de Oteiza? El escultor busca lo que le falta, según sus propias palabras: “Una solución espiritual en términos rigurosamente visuales a esta enfermedad general de la angustia, que procede de nuestra inseguridad en la vida, y la carga de impresiones que desde el espacio perturban desordenadamente nuestra sensibilidad, sin preparación ni defensa suficientes”. En resumen, en su tesis, Oteiza afirma que “el crómlech vasco, es un pequeño crómlech interiormente vacío, construcción estética (estatua vacía) de protección espiritual, con el que finaliza el proceso artístico de nuestra prehistoria”. En euskera, huts es vacío, pero también puro, luego para Oteiza el crómlech es “un recinto sagrado vacío y puro”. Escribe:

 

“El vasco es así, producto de este diseño de un hombre natural, de esta cultura del crómlech pirenaico o microlítico, del crómlech vacío, que es preciso distinguir bien de la cultura del crómlech megalítico. De ambas culturas proceden los pueblos históricos europeos. Los grandes óvalos megalíticos, como el de Stonehenge, en Inglaterra, son ciudad-iglesia, observatorio solar y adoratorio, donde el hombre científicamente aprenderá a ser conducido. Nuestro crómlech microlítico revela una creación mucho más difícil e impresionante. Explicada su pequeña monumentalidad, callada y receptiva, en la que cada uno entra en contacto con su conciencia, no puede sorprendernos la abundancia en toda la región de estas señales sagradas para la conducta y que funcionaron como verdaderos semáforos de la vida social y política”.

 

En este sentido, la ecuación que propone Oteiza pone el factor Vida en el centro (como voluntad de querer y poder, voluntad dirigida a transvalorar todos los valores):

 

“El para supremo, de todos los paras que provocan mi acto creador estético, el supremo objeto metafísico del arte, entre todas las limitaciones que trato por el arte de vencer, de trascender espiritualmente, de curar, es la Vida en la que llevo la muerte: es el sentimiento trágico de mi existencia. Es el vector o fuerza motriz que provocará el choque de los factores estéticos en el primer miembro de la ecuación, provocando su transformación estética en la obra de arte”.

 

Hemos reunido algunas de las piezas que sostienen esta investigación sobre la existencia y la funcionalidad de las estaciones o estatuas megalíticas, que nos conducen al estudio de la formulación química del ser estético y la anatomía del espacio (fisiología espacial) abordadas por Oteiza. Para acceder a los confines de la comunicabilidad de estas obras, a las cuales consideramos ‘obras artecnovivas’ (el crómlech, el dolmen), hemos tirado del hilo entrando en el laberinto-arquitectura de vacío, de silencio, recuperando la realidad, las motivaciones y las pasiones que dieron vida al proyecto político y artístico por el que dichas construcciones megalíticas surgen. Estamos de acuerdo con Oteiza cuando se lamenta de que durante siglos estas máquinas abstractas han permanecido inutilizadas. Se requiere de una habilidad tecnobiopolítica para hacerlas funcionar.

Una vez en funcionamiento, sabemos que estas estaciones megalíticas nos conducen a la comprensión de múltiples realidades, tanto individuales como colectivas. Forman parte de las biotecnologías que constituyen mundo, son extensiones de nuestros propios cuerpos. Sabemos que estos monumentos están relacionados con la vida y la muerte, con umbrales y límites (muros y secciones) que configuran el vacío expresivo. Traspasar esos límites, visionar el corte como un muro de cristal nos permite prever, entrever, y alterar el curso de los acontecimientos en un territorio acotado y protegido. Los límites son túneles abiertos en la roca, no paredes infranqueables. Además sabemos que superar esos límites nos llevará a la constitución exitosa del mundo deseado. A la recreación deseada de la futura Euskal Herria.

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(Por razones de espacio y por no atosigar a las/los lectores, la Parte II de este ensayo se publicará el próximo viernes)

 

 

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