Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog
Ainhoa Güemes eta Zaloa Basabe Blog

Reflexión sobre Sortu y Feminismos

Toñi Willen Ruiz
 
 
Eskerrik  asko, Ainhoa,
 
-------------------------------------------------------------------------------------------------------
 

Decepcionante. Todavía no doy crédito a lo que estoy leyendo:  “... la justicia social para todos los hombres y mujeres, y  la paridad entre ellos…”. Es decir, que ahora la paridad, que es una medida  práctica correctora para que ninguno de los dos sexos esté sobrerrepresentado y se pueda rechazar a personas adecuadas a causa de su sexo, se ha convertido en una abstracción equiparable a la igualdad o la justicia. Mezclamos todo y nos quedamos tan anchxs.

En cuanto a las enmiendas sin criterio basadas en prejuicios, nada nuevo en la historia de democracias avanzadas. Cuanto más horizontalidad y más poder de decisión en el pueblo, más resistencia social para que puedan emerger las demandas de las mujeres. Me acordaba cuando leía tu texto del caso de Suiza: votación tras votación echaron abajo el derecho al voto de las mujeres. La votación popular de 1959 anuló la propuesta legislativa del Parlamento para el voto de las mujeres. El sistema de democracia directa suizo permitió excluir durante mucho tiempo a las mujeres de sus derechos políticos usurpados, siendo uno de los últimos países europeos en reconocerles el sufragio (creo que 1971). Pero las mujeres no se quedaron de brazos cruzados.  La autonomía que el propio sistema confería a las pequeñas comunas permitió que ellas se organizaran y fueran exigiendo en sus cantones el derecho a la participación. Empezó una pequeñísima comuna del Cantón de Valais y se fue extendiendo hasta alcanzar el objetivo. Entre medias se dieron casos muy paradójicos: En 1968 Ginebra tenía una alcaldesa que no podía participar en votaciones federales. Como vemos, tampoco la democracia lleva implícita la  participación de las mujeres, cuyo proyecto político, el feminismo, podría  denominarse como un democratismo radical.

También mencionas la falta de criterio, incluso entre las  feministas. Yo añadiría falta de poder, falta de reconocimiento, falta de  autoridad, falta de simetría, falta de autoestima, falta de tiempo, falta de espacio… Parece hasta casi una locura seguir luchando. El asunto es que como nos va la vida en ello, muchas no nos bajamos de este tren, cueste lo que cueste.

Y por supuesto, reivindicamos la palabra feminismo, que no hemos nacido ayer. Lo de género en vez de feminismo no cuela (salvo excepciones analíticas). Ya sabemos que es duro aceptar, acoger, la palabra innombrable: feminismo. Como muy bien apunta Valcárcel, “el feminismo tiene mal nombre, ¿por qué habría de tenerlo bueno?”. Nuestro movimiento, con más de 3 siglos de historia, se levanta contra un orden antiguo y poderoso que no quiere ceder. “Un orden que se resiste a abandonar la escena, ¿cómo iba éste a ensalzar y dar acogida a su adversario? El feminismo ha sido y es objeto de rechazo, oposición, burla, estigmatización, persecución, rabia… “Hay mucho en juego: privilegios (ahhh, ¿pero no éramos de izquierdas?)

Por otro lado, idealizaciones no. A menos idealización, más  libertad, más simetría y más capacidad de respuesta. Las feministas tenemos que ser maquiavélicas. Maquiavélicas o sin discurso en la escena política. Y lo que  queremos es precisamente ocupar esa escena en la que se toman las decisiones que organizan nuestras vidas. Ni hermanos, ni confianzas, ni idelizaciones en política. A nivel humano, todas las que queráis pero en política nada de “fidelidades”. Acaso alianzas provisionales, inestables… (ya sé que muchas no compartiréis esto). 

La estrategia tiene que ir por ser malas malísimas, no jugar en política con las cartas de construir redes, tejer  relaciones, amor, etc... No podemos trasladar eso a la política. Ahí no funciona. La política es falocrática. Seamos malas malísimas, total, el estigma ya lo tenemos, ¡aprovechémoslo!

O al menos esa es la postura de  algunas feministas que nos adherimos a nuestra propia agenda y no a la de los partidos políticos.

 

Para terminar, con todo esto sobre la mesa, ¿qué se puede  hacer?, ¿ofrecer a todas las bases un curso de formación en perspectiva de género?, ¿exigir desde esos txokos en los que se puede hablar una adhesión feminista?, ¿desmovilizarse provisionalmente?, ¿ponerse en frente?, ¿cómo dar la  vuelta a lo tan democráticamente elegido?, ¿podremos aprender algo de las mujeres de Valais?. Tenemos entre las manos un viejo problema aún sin resolver: el feminismo no puede tolerar la falta de adhesión de la izquierda radical a su proyecto de emancipación. Y por esta razón se han producido escisiones, disoluciones, desactivaciones, giros a feminismos más “moderados”… Es el “archiconocido” matrimonio mal avenido entre socialismo y feminismo de Heidi Hartmann. ¿Cómo conciliar dos proyectos que persiguen la igualdad radical y que uno de ellos no reconoce al otro?

El proyecto no reconocido, es decir, el feminismo, se niega a dejar de intentar esa relación, porque se siente cómodo bajo el arco del socialismo (como no podría ser de otra manera). En el  socialismo el feminismo, mientras se mantenga en un nivel de segunda, es bienvenido. En realidad el socialismo cree que no necesita al feminismo, cree que su proyecto es completo. Contempla a las feministas como “activos” (metáfora  de producción/reproducción), no como portadoras de un proyecto emancipador necesario. Como ideal, como abstracción, eso de la igualdad sexual parece muy razonable pero en cuanto ese feminismo entra a cuestionar la vida práctica  (pareja, casa, partido, institución) y pone en cuestión sus privilegios de  varón, se convierte en su enemigo.

Eso es algo que muchos hombres de izquierda no pueden reconocer, se niegan a reconocer ante sí mismos y ante compañeras y compañeros, muchos ni serán conscientes de esa contradicción interior, pero la realidad es que en el “fondo” (no voy a entrar en lenguajes psicoanalíticos) esa  posición privilegiada dirige su “discurso”, impide el reconocimiento, se niega a ceder terreno, en definitiva, se exterioriza al más puro estilo capitalista: el control lo tengo yo, la disposición de espacio y tiempo la tengo yo, el liderazgo lo tengo yo, yo concedo y reparto poder a mis compañeras, yo reconozco a mis compañeras, yo decido qué lenguaje es adecuado, yo tomo la palabra… y todo  ello gracias a que ni todas las mujeres son feministas, ni las feministas son  mayoría en estas izquierdas.

¿Qué hacemos entonces con este matrimonio mal avenido, de clara dependencia, de subordinación?, ¿tiramos para adelante, nos tragamos todas las mentiras y nos masturbamos en común?, ¿o ponemos las cartas sobre la mesa e intentamos otro tipo de relación (si es que la parte que no reconoce diera el paso de tratar a la otra parte como simétrica)?. Sin llegar a esta disyuntiva, Amorós y Haraway, por ejemplo, siguen proponiendo el intento de establecer alianzas con la izquierda, total, “a quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija” (por abandonar ya el ejemplo de la pareja/matrimonio, que no da más de sí), mientras pasan los siglos y esperamos algún cambio.

 

Bilatu