Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
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Muerte de Abe, el crisantemo y la espada

Todavía es pronto para sacar conclusiones tras la muerte en atentado del exprimer ministro Shinzo Abe, pero el perfil tanto de la víctima como del presunto victimario remiten a lo más sombrío de la historia de Japón.

Jefe del Gobierno nipón durante nueve años hasta 2020, cuando tuvo que dimitir por razones de salud, Abe provenía de una familia de militares –su abuelo fue conocido como «el carnicero de Manchuria»– y ha sido el último líder de peso del PLD, formación política de centro-derecha que controla los resortes del poder en Tokio desde la instauración del régimen liberal que siguió a la derrota en la Guerra del Pacífico y el protectorado militar estadounidense. Y lo ha hecho de forma prácticamente ininterrumpìda por mor de un clientelismo que impregna toda la vida política japonesa.

Conocido durante sus mandatos por su negativa a condenar las matanzas y masacres provocadas por el imperio japonés en China y Corea del Sur antes y durante la II Guerra Mundial y por sus visitas al mausoleo de Yasukuni, donde están enterrados precisamente sus perpetradores, resulta paradójico que haya muerto bajo las balas de un militar retirado.

Y, en espera de conocer más datos sobre el exmiembro de las Fuerzas Marítimas de Autodefensa (Ejército nipón), todo ello ocurre en un país donde, al contrario que en EEUU, los tiroteos son una excepción.

Una sociedad donde conviven la armonía oriental y la nostalgia por el pasado imperial más cruel. Delicadeza y violencia. El país de la espada y el crisantemo. Ese país que tan magistralmente describió, en sus obras y en su suicidio-protesta, el escritor Yukio Mishima.

 

 

 

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