Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Guerra energética, ingenuidades y diplomacia

Con su destitución, el ministro argelino de Finanzas, responsable del organismo que la semana pasada anunció la congelación de las relaciones comerciales con el Estado español, se convierte en cabeza de turco por la marcha atrás del gobierno argelino tras la advertencia de la Unión Europea.

Si alguien se cree que el ministro Abdelrrahman Raouya y la Asociación Profesional de Bancos y Establecimientos Financieros (ABEF) pueden tomar semejante decisión estratégica sin recibir la orden desde arriba desconoce no ya la dinámica del régimen argelino sino incluso los rudimentos de la política. 

El problema para Argel es que Madrid decidió acudir a su 'primo de Zumosol' y la UE advirtió que esa congelación unilateral vulneraría el Acuerdo Euromediterráneo de 2006, una suerte de asociación económica preferente entre la Comunidad Europea y el país magrebí.

Presionar al Gobierno español por su traición a la causa saharaui es una cosa y enfrentarse a la UE en pleno otra. Argelia se la ha tenido que meter doblada.

Y no oculta su irritación con la maniobra española, que en menos de una semana ha dado sus frutos. Sería también ingenuo ignorar la influencia en la decisión del jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, no solo  connacional sino que comparte partido (PSOE) con el ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, quien la semana pasada anuló el vuelo a la Cumbre de las Américas para acudir raudo a Bruselas.

Eso explica la inquina con la que la prensa oficial argelina se ha prodigado en insultos al jefe de la diplomacia española. Eso y las declaraciones tanto de Albares como de otros miembros del Gobierno español apuntando directamente a Rusia detrás de la crisis sin precedentes entre Argel y Madrid.

Y es que, con esas acusaciones, el Gobierno Sánchez trata de echar balones fuera y de escenificar que esa crisis no es bilateral y no tiene su origen en el giro por el que la vieja metrópoli española deja en la estacada a  la población saharaui.

Otra cosa es que sería, por tercera vez, pecar de ingenuidad pensar que Moscú, aliado histórico de Argel, no tiene nada que ver con las derivadas de esta crisis. Siquiera a la hora de avalar, cuando no de impulsar, la amenaza energética argelina el suministro español.

La guerra en Ucrania, con todo su drama humano, vive, en paralelo, una guerra energética no menos feroz en términos económicos. Y que todos los días genera movimientos en el tablero de ajedrez. 

Los últimos, la decisión de la UE de engancharse al gas egipcio e israelí pasando por encima, otra vez, de la cuestión palestina. Y Rusia sigue jugando al gato y al ratón con los países de Europa Occidental. Si ayer anunció la reducción en un 40% del suministro de gas a Alemania por su decisión de no abrir el Nord-Stream II, hoy ha rebajado en un 15% el grifo a Italia.

Berlín y Roma participan en la carrera interna en la UE para hacerse con ventajas energéticas en el Magreb.

Todo ello es un hecho y afecta directamente al Estado español. Pero este debería cuidarse muy mucho de señalar públicamente a un régimen argelino como si fuera poco más que una pieza de Rusia.

Una cosa es no caer en la ingenuidad. Otra desafiar todos los usos de la diplomacia. Y más cuando a Argelia le queda el recurso de encarecer ad infinitum el precio de su gas.

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