Nadie está vacunado contra la posibilidad de tener un hijo-bala -o incluso de serlo-. El presidente de izquierdas colombiano, Gustavo Petro, no es el único político que lo sabe... y lo sufre. Que se lo digan al octogenario inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, quien lleva décadas capeando a su hijo Hunter, sospechoso, entre otras cosas, de evasión de impuestos y de cabildeos monetarios con gobiernos extranjeros, incluido el chino.Son precisamente los oscuros y opacos negocios de Hunter Biden los que los republicanos, sobre todo los trumpistas, utilizan para de ventilador en plena acumulación de imputaciones contra el expresidente estadounidense y magnate neoyorquino.Llegamos así a uno de los nudos del «caso Nicolás» (no el del «Pequeño Nicolás» español, sino el de Nicolás Petro Burgos, Petro-hijo). A nadie se le oculta que el establishment colombiano busca el derrocamiento del antiguo guerrillero desde que llegó al poder hace ahora un año, con el objetivo de frustrar las esperanzas de cambio que despierta Petro en amplios sectores populares. La utilización de los tribunales para tumbar gobiernos de izquierda («Lawfare») es una constante en Latinoamérica desde hace años, en el Brasil de Lula, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo Morales y, estos días, en la Guatemala del aspirante presidencial Bernardo Arévalo.Habrá que esperar en qué se sustancian las acusaciones de que el dinero de narcotraficantes y empresarios de oscuro presente a Petro-hijo para comprarse un casoplón fue a parar, en parte, ala campaña electoral de su padre.De momento quien lo sostiene es el fiscal del caso, que ha ofreciddo a Petro-hijo una rebaja de su previsible condena a cambio de colaboración.Otra cosa es que el presidente colombiano hubiera dejado, sin saberlo, que su hijo Nicolás aprovechara las expectativas electorales de su padre para, de paso, enriquecerse.No sería la primera vez que un padre, sea político o no, se convierte en víctima de su hijo-bala. Despecho y traición al padre para salvar el cuello propio.