La comparecencia de Donald Trump y la entrada de Finlandia en la OTAN copan estos días la mayoría de titulares.
No es para menos. Cual Al Capone, el magnate se convierte en el primer presidente de EEUU imputado pero por comprar por intermediarios el silencio de una estrella del porno en torno a «una noche loca».
Y Rusia, que justificó la invasión de Ucrania para frenar la expansión de la OTAN, ha conseguido acercarla a sus fronteras por su flanco oeste, del Océano Ártico al Mar Báltico.
Paradojas al margen, los Balcanes, esa tierra tan olvidada –salvo cuando sus tensiones interétnicas y geopolíticas estallan por los aires– han ofrecido estos días noticias de enjundia, y que pueden tener consecuencias a futuro en esa región, tan sufrida y a la vez tan apasionantes.
El ex-presidente de Kosovo y líder político de la UÇK, Hasim Thaçi, se ha sentado en el banquillo de los acusados junto a otros dirigentes de la guerrilla albano-kosovar acusado de un centenar de muertes, desapariciones y torturas de miembros de las minorías serbia de Kosovo y romaní, y de opositores albano-kosovares de la Liga Democrática de Kosovo.
En espera del desenlace y la sentencia, que se espera en dos años, el arranque del juicio es ya un acto de justicia para las víctimas. Paralelamente, corrige ese sesgo anti-serbio del que han sido acusadas las sucesivas cortes con sede en La Haya, con el TPI a la cabeza, en los juicios por la guerra de Bosnia.
Una crítica que olvida que hubo también militares croatas condenados –cierto es que el máximo responsable, Franjo Tudjman, murió en la cama mientras el serbio Slobodan Milosevic murió en su celda– y que pasa por alto la especial responsabilidad de Serbia en aquellas matanzas.
Frontera con esta última y con Kosovo, Montenegro ha certificado la defunción política de su «eterno líder» Milo Djukanovic.
Máximo dirigente montenegrino desde los últimos años de vida de la República Federativa Socialista de Yugoslavia (RFSY), de la que Montenegro formaba parte, Djukanovic fue aliado de Milosevic para convertirse luego en el paladín de la secesión de Serbia.
Desde entonces, ha pilotado el país alternando los cargos de presidente y primer ministro y, según sus detractores, manejando los hilos de su pobre economía a base de clientelismo y corrupción.
Hasta que ha sido desbancado precisamente por un economista y antiguo ejecutivo del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo.
Jakov Milatovic,líder del extraparlamentario ¡Europa Ahora! logró el 60% de votos en la segunda vuelta de las presidenciales cosechando los apoyos anti-Djukanovic, de un lado, del electorado europeísta y reformista y, de otro, de los votantes pro-rusos de la minoría serbia.
Tanto Rusia como Occidente seguirán con interés lo que ocurra en Montenegro.
Más atención debería prestar, sobre todo la UE, al caos político en Bulgaria.
Conservadores del corrupto ex-primer ministro Borisov (GERB)y reformistas del PP-BD han vuelto a empatar técnicamente en las quintas elecciones en dos años. En las que la ultraderecha panbúlgara y prorusa Vazrazhdane (Resurrección) se convierten en tercera fuerza y en las que ha votado un 40% del censo.
Cuidado con Bulgaria. Que también son Balcanes.
