Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
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Israel enreda en el laberinto iraní para dar la bienvenida a Biden

Si había alguien que dudaba de la autoría del Mossad israelí en el atentado mortal contra el cerebro nuclear iraní, Mohsen Fajrizadeh –o lo atribuía a una ejecución por encargo por parte de alguna organización armada disidente–, el silencio de Teherán sobre la identidad de los otros tres supuestos muertos en el tiroteo confirma que estaríamos ante un operativo del –hay que reconocerlo– sangrientamente eficaz servicio secreto exterior israelí. Los cuatro científicos nucleares muertos en ataques en la última década y las decenas de sabotajes contra infraestructuras atómicas iraníes así lo atestiguan.

El tono de las reacciones de en Teherán, desde el ayatollah Jamenei hasta el presidente Rohani, evidencian asimismo que no estamos ante una «pieza menor».  Algunos la han comparado con el comandante de la rama internacional de los Guardianes de la Revolución, Qasem Soleimani, muerto en un bombardeo estadounidense en enero de 2019. Una comparación exagerada, no solo en términos de popularidad sino atendiendo incluso al efecto a largo plazo de ambas muertes.

Y es que, aunque los analistas consideren posible que, como en el caso de Soleimani, la venganza que ha anunciado Teherán por la muerte de Fajrizadeh tenga como escenario Irak y como punta de lanza sus milicias chiíes, la ausencia del comandante de las brigadas Al Quds será insustituible, en términos tanto emocionales como politico-militares –las dos caras de una misma moneda–, y no solo para el Estado persa sino para sus intereses y acólitos en el conjunto de Oriente Medio.

Por contra, está menos claro que la desaparición del científico iraní, aunque fuera el máximo responsable del programa nuclear iraní –como sostuvo, proféticamente acusador, el primer ministro israelí, Netanyahu– vaya a suponer un golpe irreversible a la capacidad atómica iraní. 

Es evidente que,con sus acciones y sabotajes, el Mossad gana tiempo para Israel. Pero la ciencia, incluida la nuclear, tiene mucho de transmisión, y a un experto en enriquecer uranio no le hace falta carisma y estrategia para convencer a la gente para que mate o muera en una guerra allende sus fronteras. Le basta con un buen equipo y unos buenos laboratorios para dejar su legado.

Todo apunta a que, más allá del ajuste de cuentas de Israel con su gran enemigo regional (Irán), estamos ante el peculiar mensaje de felicitación y bienvenida de Netanyahu al presidente electo de EEUU, Joe Biden.

Si la idea de este último era restaurar en cierta manera el acuerdo sobre el programa nuclear iraní, es difícil que en semejantes circunstancias tuviera un interlocutor en Teherán, donde los llamamientos a renunciar a cualquier tipo de transacción con Occidente cobran fuerza, sobre todo entre los sectores principalistas, que nunca lo vieron con buenos ojos.

Otra cosa es que Irán esté en condiciones de despreciar un arreglo, aunque sea a costa de retrasar la carrera hacia su conversión en un actor militar nuclear. Porque eso, y bien lo saben todos los que saben algo sobre Oriente Medio, es solo cuestión de –más o menos– tiempo. Del que dispone Teherán como potencia regional.

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