Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

En dos puños

Las encuestas han vuelto a fallar, como en 2016, y se repite, casi calcado, el escenario que acabó con la victoria de Donald Trump.

Al igual que hace 4 años, el candidato demócrata, Joe Biden, supera de largo a Trump en voto popular (2.400.000 al 60% del escrutinio), con lo que podría incluso superar los 3 millones de votos de diferencia que su antecesora, Hillary Clinton, sacó al magnate. 

Pese a ello, Trump amarra con gran solvencia no solo los feudos republicanos del sur como Texas; también se asegura los cruciales 29 votos electorales de Florida. Perder en ese Estado «latino» le habría mandado a casa directamente. Ganarlo con mayor distancia que en 2016 confirma, sin olvidar la importancia de la migración cubana y venezolana,  que la tesis que asegura que los latinos votan en su inmensa mayoría demócrata es un mito. Y es que el electorado de esa minoría cada vez más decisiva es permeable al discurso evangélico neosionista.

El inquilino de la Casa Blanca vuelve a dar un puñetazo en la mesa demoscópica y demuestra la existencia de un importante voto oculto que se identifica con el postulado «popular» de un multimillonario y con el pedigrí outsider de uno de los políticos más mentirosos –si no el que más– de la historia de EEUU.

Y sus magníficos resultados electorales, que podrían darle un segundo mandato en medio de una crisis económica sin parangón a consecuencia del coronavirus, evidencian que el manido consenso político correcto sobre el modo de gestionar la pandemia es otro mito, aunque esté avalado por evidencias científicas.

Como si no hubiera pasado nada en este último año, el llamado Cinturón del Óxido, con su voto obrero blanco, vuelve a ser decisivo.

Pero la diferencia estriba esta vez en el masivo voto por correo y anticipado, que a esta primera hora de la mañana del miércoles en EH (noche y madrugada en EEUU) no permite anticipar un ganador, pese a que Trump lleva ventaja en el recuento del voto emitido durante la jornada electoral. 

La cuestión es que tanto en Wisconsin como en Michigan, pero sobre todo en Pensylvania –Estados todos ellos donde Trump ganó por la mínima (77.000 sufragios) pero se llevó unos decisivos 46 votos electorales –para ganar la presidencia se necesitan 270– faltan por contar milones de votos por correo y anticipados.

Sufragios además en condados, ciudades y suburbios poblados donde la tendencia a votar demócrata es clara.

Como ejemplo, en Pensilvania, donde Trump aventaja a Biden por 700.000 votos (13 puntos) faltan 2.500.000 de esos votos por contar y se sabe que 1.500.000 de ellos están registrados como demócratas, medio millón como republicanos y el otro medio millón sin inscripción alguna. Y se espera el recuento en sus núcleos urbanos de Filadelfia y de Pittsburgh, sin olvidar sus cinturones suburbiales. En estos últimos habrá que estar atentos al grado de implicación en estas presidenciales de la minoría negra, mayoritariamente demócrata.

Otro tanto ocurre en Michigan (Detroit...) y Wisconsin (Milwaukee...).

El resultado, pues, en esos Estados postindustriales y víctimas de la deslocalización neoliberal depende de hasta qué punto se cumplen las expectativas y la tradicional costumbre del electorado demócrata de optar más por el voto por correo o anticipado. Un axioma reforzado este año por la más preventiva postura de los votantes demócratas en torno al virus respecto a los votantes republicanos,  animados por su presidente a no llevar mascarilla e incluso a contagiarse, como él.

Pero sí hay pequeñas diferencias respecto a 2016, y una de ellas es la victoria demócrata en Arizona, aunque tiene más que ver con los cambios demográficos que con la pericia de Biden.

A ello hay que sumar los resultados muy reñidos tanto en Carolina del Norte, otro de los estados bisagra (swing states) y sobre todo en Georgia, bastión republicano donde los demócratas esperan dar la sorpresa –apuntada en las encuestas– con el recuento del voto por correo en la ciudad de Atlanta y su conurbación.

Así las cosas, aunque Trump lidere de momento los escrutinios en prácticamente todos ellos, Biden lo fia todo al voto por correo y se puede permitir no ganar en algunos de ellos y lograr los ansiados 270.

Por contra, el magnate debería de ganar en todos ellos, lo que matemáticamente reduce sus posibilidades pero de ninguna manera las anula. En ese contexto se sitúa la comparecencia de Trump, en la que poniéndose la venda antes de la herida no ha dudado en denunciar un fraude electoral masivo y ha sacado el segundo puño, exigiendo al Supremo que ordene parar el recuento, saltándose todos los diques de contención institucional que se presuponen a un presidente.

Su rival, por contra, ha instado a esperar al final del recuento y ha pedido calma a sus seguidores. Muchos de los cuales deben estar pensando que si esta vez los demócratas no ganan a Trump, una de dos: o es invencible, o ya va siendo hora de que el partido complete un giro estratégico y deje de apostar por candidatos que no generan precisamente entusiasmo.  O las dos. 

 

 

 

 

 

 

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