Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
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Gadafi, el silenciado testigo de cargo

Al inicio en Túnez de la Primavera Árabe en enero de 2011, el Ejecutivo Sarkozy había quedado en evidencia ante el mundo por su apoyo hasta el último minuto a su protegido dictador Zine El Abidine Ben Ali. El escándalo le costó el puesto a la entonces ministra de Defensa,  Michèle Alliot-Marie, de vacaciones en Túnez en el jet privado de Ben Ali mientras los jóvenes rebeldes tunecinos eran masacrados.

Tras la réplica en marzo de la revuelta en Libia, Sarkozy lidera a la OTAN contra Gadafi, arrastrando a un renuente Obama. Después de  meses de bombardeos con la excusa de una zona de exclusión aérea, el líder libio es descubierto en octubre por aviones galos mientras huye de su feudo en Sirte y será cazado, torturado y linchado por los rebeldes. Sí, el mismo Gadafi a quien el ya presidente francés recibió con honores en diciembre de 2007 cediéndole el jardín de la residencia oficial de los invitados de Estado para que instalara su inmensa jaima, el mismo a quien Sarkozy rehabilitó a ojos de Occidente a cambio de jugosos contratos petroleros, de armas y... ¿de qué más?

El propio hijo de Gadafi, Seif al-Islam, exigió a Sarkozy en marzo de 2011 «que devuelva el dinero», confirmando que este no se limitaba a lavar su «mala» imagen en Túnez con su obsesión en Libia.  Todos los testigos de cargo del entorno de Gadafi que confirmaron esa financiación callan desde la cárcel, en paradero desconocido –como el propio Seif al-Islam, liberado en 2017 tras años en manos de una milicia–, o desde la tumba, como su padre, Muamar Gadafi. El traicionado amigo de Sarkozy.

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