Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

La Pascua, Putin, Kiril I y la batalla de Stalingrado

La semana recién que va desde la Pascua católica del pasado domingo a la Pascua ortodoxa, el próximo, se perfila decisiva en la guerra de Ucrania, sobre todo en el frente oriental, tras el comienzo de la ofensiva desde el Donbass con Mariupol a punto de caer.

Y la referencia temporal religiosa no es casual.

El patriarca ruso Kiril I, quien cuando tomó en 2009 el relevo de Alexis II al frente de la iglesia ortodoxa rusa fue presentado como aperturista y liberal, justifica 13 años después la invasión de Ucrania como una «guerra santa»  contra los valores inmorales de Occidente –gays, colectivos LGTBI–, y tilda a los ucranianos como «fuerzas del mal» y el «anticristo».

Kiril ensalza al presidente ruso, Vladimir Putin, como «un milagro de Dios». Sobre todo desde la conversión, en torno a 2007, del espía del KGB en fervoroso defensor de la fe ortodoxa, la misa semanal y la cruz colgada al cuello.

No es fácil saber si el inquilino del Kremlin se cayó del caballo, como Pablo de Tarso, o si no hizo sino confesar una religiosidad que se le inculcó desde su bautismo. O si, más probable, su conversión se debió a puros cálculos políticos.

El caso es que Putin comparte con Kiril la visión del Russkiy Mir , el «mundo ruso», legtimación de la reivindicación rusa sobre Bielorrusia y Ucrania, como parte de un mismo pueblo, por supuesto ruso, y nacido como por arte de ensalmo del bautismo en el Rus de Kiev de Vladimir I, en el año 988 d.C.

Si todavía hay alguien que atisba a Putin como una reencarnación de lo mejor de los valores soviéticos se sorprenderá al ver cómo ayer mismo exigía a Israel la propiedad para Rusia de la Iglesia Alexander Nevsky en la Ciudad Vieja de Jerusalén. El presidente ruso recordaba que se trata de una promesa pendiente del ex-primer ministro Benjamin Netanyahu.

Pero a nadie se le oculta el malestar del Kremlin por el giro de Israel, que pasó de la neutralidad respecto a la guerra de Ucrania al apoyo a la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU por masacres como la de Bucha.

Llegados a este punto, tampoco conviene olvidar la movilización en clave religiosa que hacen las iglesias ucranianas ortodoxa y católica uniata contra la invasión. Y el riesgo de atizar la ruso-fobia, al interior y al exterior del país (una iglesia ortodoxa rusa en París ha sido incendiada el fin de semana).

Pero hay un elemento, absolutamente religioso, que destaca en el dramático sitio de Mariupol. La promesa de que los que resisten casi dos meses de bombardeos y asedio desde el mismo día en que arrancó la «operación militar especial» rusa, el 24 de febrero, lo harán hasta la muerte.

Un sacrificio que acaso Kiev quiera  utilizar como mito refundacional. Pero que, salvadas todas las distancias, me recuerda a la película «Enemigo a las Puertas», que narra el duelo entre un francotirador sovético y un aristócrata «cazador» nazi entre las ruinas de la sitiada Stalingrado.

El contexto será distinto. Pero entrar en la vieja acería Azovstal, construida en los 30, exige mucho arrojo. Que se lo digan si no a los rusos. Por muy «nazis» que sean los sitiados y, me temo, los sitiadores. Puro materialismo fabril soviético.

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