Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
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Toc, toc toc... ¿Está el talibán?

Tras cinco días de debates, la Gran Asamblea de Afganistán (Loya Jirga en lengua pastún) ha apelado a un alto el fuego permanente e inmediato en la guerra que asola a Afganistán, coincidiendo con el inicio del Ramadan (mes de ayuno musulmán) a partir de la semana que viene.

Asimismo, evoca la necesidad de «un calendario de retirada de las tropas de la OTAN», la preservación de la Constitución, «incluidos los derechos de las mujeres afganas», y propone la apertura de una oficina política talibán en Kabul, además de ofrecer como gesto la liberación de 175 prisioneros del movimiento rigorista afgano.

El verdadero alcance de la reunión de los «barbas blancas» afganos y de los acuerdos alcanzados por sus cerca de 3.200 invitados es, sin embargo, más matizado.

Y es que la Loya Jirga ha sido un intento del Gobierno afgano del presidente Ashraf Ghani por asomar la cabeza tras haberse visto ninguneado no solo por los talibán, que le acusan de dirigir un ejecutivo títere, sino por los dos procesos de diálogo paralelos con los «estudiantes del islam» que protagonizan y en los que rivalizan los ocupantes estadounidenses en Doha (Qatar) y los rusos en Moscú.

Este intento que se ha clausurado hoy ha estado lastrado por sonoras ausencias, la primera la de los propios talibán, concernidos directamente por el llamamiento a la tregua. Pero líderes políticos como el jefe del Ejecutivo afgano, Abdullah Abdullah, el «señor de la guerra» islamista Gulbuddin Hekmatyar y el hasta hace poco asesor de seguridad del presidente y hoy rival de Ghazni, Mohammad Haneef Atmar, han boicoteado la Loya Jirga, lo que evidencia la discrepancias en el seno de las élites políticas afganas y confirma la debilidad del Gobierno para presentarse como una sola voz ahora que se está dirimiendo el futuro del país.

Esta incapacidad quedó absolutamente en evidencia cuando una nueva ronda de diálogo en Doha entre EEUU y la guerrilla talibán con la mediación qatarí a mediados de abril fue pospuesta después de que el Ejecutivo de Kabul respondiera a la invitación para estar presente enviando una lista ¡con 250 miembros!. Los talibán, que no ocultan su desprecio por el Gobierno, la compararon con una lista de invitados para una boda.

Aun reconociendo el «sentido del humor» de los rigoristas afganos, parece excesivo, siquiera de momento, comparar con una boda las reuniones de Doha, que comenzaron en julio de 2018 y llevan ya varias rondas, hasta ahora sin la larga lista de invitados de Kabul. Y es que el diálogo sigue atascado en el asunto de las condiciones previas para iniciar unas verdaderas negociaciones de paz.

El presidente de EEUU, Donald Trump, hizo un gesto en diciembre del pasado año al anunciar la retirada de 7.000 soldados (la mitad de sus fuerzas de ocupación) de Afganistán, gesto que siguió al nombramiento del estadounidense de origen pastún Zalmay Jalilzad como representante especial para la Reconciliación en Afganistán. Jalizad negoció a finales de los noventa con los talibán, entonces en el  poder, garantías de seguridad para el proyecto de gasoducto Turkmenistán-Afganistán-Pakistán-India (TAPI).

Pero EEUU, que a finales de 2001 lanzó la última guerra en Afganistán para derrocar a los talibán en venganza por los ataques del 11-S –una guerra que dura ya más de 6.000 días y que ha costado al Tesoro estadounidense 900.000 millones de dólares (más que el Plan Marshall), amén de más de 2.400 bajas militares mortales–, se encuentra en una tesitura similar a la que sufrió en Vietnam, concretamente ante el dilema de abandonar o no a sus patrocinados locales.

Así, y con la vista puesta en mantener su pica en Kabul, Washington insiste en mantener un contingente de miles de soldados en labores de «contraterrorismo», además del actual contingente aliado  en tareas de formación del Ejército afgano.

Huelga decir que los talibán rechazan esta «solución» y exigen una retirada total en un plazo máximo de ocho meses. Por contra, reconocen  que ya no estamos ante el Afganistán de 1996 con unos señores de la guerra luchando unos contra otros y asumen como inevitable que tendrán que negociar políticamente con las distintas facciones del país y que, pese a su fuerza militar, no podrán vencer militarmente al Ejército afgano.

Este realismo talibán, personalizado en su nuevo jefe negociador, mulah Abdul Ghani Baradar, se vez reforzado por el compromiso del movimiento, interesado, de convertirse en un bastión contra la implantación de su rival del Estado Islámico (ISiS) en Afganistán tras la pérdida del califato en Irak-Siria. Lo de desmarcarse de Al Qaeda, que no se olvide fue la excusa que utilizaron los EEUU de Clinton para meterse hace 18 años en el avispero afgano, es otra historia.

Ahí se inscribe, precisamente, el éxito de la iniciativa liderada por el presidente ruso, Vladimir Putin. Toda estrategia de éxito pasa por la asunción de las contradicciones internas en aras a un(os) objetivo(s) mayor(es). Al iniciar un acercamiento con los talibán, Rusia propicia negociaciones con los herederos de los mujahidines afganos que forzaron la derrota militar del Ejército Rojo en los ochenta, acelerando la implosión de la URSS años más tarde. Moscú dialoga además con unos talibán que, de momento, rechazan desmarcarse de la misma Al Qaeda que se ha hecho fuerte en la otrora provincia «rebelde» siria de Idleb.

Pero lo hace en aras a un bien mayor: conjurar la expansión del ISIS en Asia Central, objetivo estratégico de una Rusia que tiene en el Cáucaso Norte su propio talón de Aquiles. Y, como segundo y aún más importante objetivo, Moscú busca afianzar su posición en el nuevo Gran juego en la encrucijada de caminos en Asia que es Afganistán.

Los diálogos de Moscú han ido incluyendo desde 2016 a distintos actores regionales y mundiales. A Pakistán, Irán y China se sumaron meses después las repúblicas centroasiáticas. Por parte de Afganistán, además de a los talibán, Putin ha guiñado a estos sin invitar directamente al Gobierno afgano. Por contra, ha convidado a sus diálogos a prácticamente todo el largo espectro de la oposición al presidente Ghani, desde la Alianza del Norte de los Massud (tayikos) hasta los chiíies de Herat (hazaras), pasando por la oposición interna pastún al Gobierno afgano, liderada por el expresidente Hamid Karzai.

No obstante, Rusia ha lanzado un guiño a la Loya Jirga al enviar al propio Karzai y a otros miembros de la delegación en Moscú en un intento de dejar sus manzanas en distintas cestas en el complicadísimo escenario afgano.No en vano los EEUU de Trump esperan reanudar el diálogo con los talibán los próximos días en Doha.

Un escenario complicadísimo pero que a día de hoy pasa por la competencia entre todos los actores, principales y secundarios, por liderar, o siquiera participar, en las negociaciones con la guerrilla rigorista afgana.

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