Dabid Lazkanoiturburu
Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea

Viejos apuntes y nuevas preguntas sobre el drama palestino

Aunque todo esté ya dicho, nunca está  de más insistir sobre el desprecio-odio a la vida humana palestina del que hace gala el Estado sionista desde su creación hace 70 años ­–e incluso desde antes–. Un principio fundacional que el tándem Netanyahu-Lieberman ha elevado a un nivel técnico de «perfección» que evidencia el grado de precisión criminal de los francotiradores del Tsahal abatiendo, uno a uno, a todo palestino que se atreva a acercarse a la valla que ha convertido a Gaza en el mayor campo de concentración del mundo.


Tampoco merece la pena ahondar en el desastre que está provocando Trump en Oriente Medio. Sin duda lo explicarán mucho mejor los que, desde posiciones opuestas y hasta propalestinas, auguraban hace un año que la elección del magnate iba a ser buena para el mundo, por comparación a la era Obama. O, en cualquier caso, en el manido esquema de «cuanto peor, mejor».

No seré yo quien pregunte a los palestinos si están mejor o peor porque me temo que hace decenios perdieron esa capacidad de discernimiento bajo los bombardeos y pogromos israelíes. Pero me sorprende que sea la islamista Gaza, y no Cisjordania, la que esté mostrando estos días que el pueblo palestino sigue teniendo alma (no creo que el grado de desesperación sea la única razón).

Y lo que, en medio de la impotencia ante tanta masacre y semejante drama, me ocupa –preocupa– es no ya solo la reacción timorata y pacata –para muchos hipócrita– del resto de cancillerías mundiales, árabes, orientales y occidentales (con honrosas excepciones), sino el creciente alineamiento de países del centro-este de Europa como Rumanía, República Checa, Hungría y ¡Austria! con Israel, evidenciado con la presencia de sus diplomáticos en la inauguración de la embajada de EEUU en Jerusalén. Porque eso no es cortesía diplomática y obedece a otros cálculos, politico-estratégicos, que están convirtiendo al grupo de Visegrado en una reencarnación, en pleno siglo XXI, de una rémora xenófoba, islamófoba y ahora parece que prosionista del viejo imperio austrohúngaro.

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