Txoli Mateos
Txoli Mateos
Soziologoa

Humildad democrática

¿Tachamos (metafóricamente) a los que no están de acuerdo con nuestra visión o aceptamos, humildemente, que es posible que no tengamos la razón absoluta?

A veces paso por un cruce de carreteras donde hay una señal que indica una dirección: Vitoria-Gasteiz. Ese es el nombre oficial de la ciudad. Hace un tiempo, apareció tachada con spray rojo la palabra «Vitoria». La flecha apuntaba solo a Gasteiz. Y hace unas semanas, apareció tachada «Gasteiz»; también con spray rojo. En este momento, hay un cartel en el cruce que apunta hacia la nada.

Esa señal puede ser una buena metáfora de lo que sucede en la discusión de algunos temas. Ni siquiera los voy a nombrar, porque estoy segura de que cada lector tiene en su cabeza (y en su corazón) un asunto que le parece que exige una atención profunda y una solución urgente. Lo que quiero traer a debate es la actitud mantenida en la búsqueda de alternativas a dichos problemas. ¿Tachamos (metafóricamente) a los que no están de acuerdo con nuestra visión o aceptamos, humildemente, que es posible que no tengamos la razón absoluta? ¿Somos capaces de ponernos, siquiera un momento, en el lugar del otro para entender por qué no está de acuerdo con nosotros? ¿Pensamos que nuestra postura refleja unos mínimos inamovibles o nos esforzamos por llegar a un consenso, aunque suponga ceder en algún aspecto?

Amy Gutmann pone un ejemplo de lo que significaría un funcionamiento democrático de la sociedad basado en la deliberación y no en principios inamovibles. Un grupo de médicos de Seattle, viendo que los padres de las adolescentes senegalesas aprovechaban las vacaciones en su país de origen para practicarles la ablación del clítoris, prohibida en Estados Unidos, propusieron ser ellos los que practicaran a las niñas una pequeña incisión genital, mucho menos invasiva, que contentara, de alguna manera, a los progenitores y librara a las niñas de una intervención peligrosa desde el punto de vista sanitario, además de éticamente reprobable. Tanto la comunidad senegalesa como diversos agentes sociales pusieron el grito en el cielo. Cada colectivo esgrimió sus principios en contra de dicha propuesta y fue imposible llegar a un acuerdo. Las niñas siguieron sufriendo la mutilación de sus genitales.

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