Eguzki Agirrezabalaga

Jaipur, la ciudad rosada

Un caótico tráfico, vibrantes bazares, elefantes engalanados y tatuados, sedas de colores y fortalezas y palacios que entre sus jardines, patios y museos conservan aún secretos y leyendas legendarias. Esa es la tarjeta de visita de Jaipur, la ciudad rosada.

Fuerte de Amber.
Fuerte de Amber.

Jaipur forma parte, junto a Delhi y Agra, del Triángulo dorado de la India. Conocida como ‘La ciudad rosada’ –hay varias teorías sobre el color que predomina en sus edificios–, la capital del Rajastán recibe de forma trepidante a sus visitantes.

Hawa Mahal, el Palacio de los vientos, es, sin duda, una de las primeras visitas obligadas de la mágica Jaipur. Ubicada en la calle principal de la ciudad antigua, es un edificio rosa de cinco pisos de altura donde pasaban sus días las mujeres del harén real. Construido en 1799 por el maharajá Sawai Pratap Singh, en sus orígenes formaba parte del Palacio de la ciudad.

El secreto del Palacio de los vientos

Está diseñado de tal manera por Lal Chand Usta, que ellas, las mujeres del harén, podían contemplar el trajín de las calles sin ser vistas desde el exterior. Su impresionante fachada está construida con arenisca rosa y roja y contiene mil pequeñas ventanas de forma semioctogonal a través de las cuales circulaba el viento, que refrigeraba su interior en los calurosos días de verano. De ahí, su nombre. Eso sí, conviene visitar el palacio al amanecer o al atardecer, porque la imagen que proyecta a esas horas es mágica: la luz y la tonalidad del cielo van cambiando los colores.



La siguiente parada del itinerario puede ser Jantar Mantar, un observatorio astronómico con instrumentos gigantes de gran valor arqueológico, científico y religioso. Es uno de los observatorios solares más grandes del mundo utilizados en la actualidad. Se trata de un complejo de 14 instrumentos o gnomones de gran precisión para el estudio del firmamento que fue ordenado construir hace tres siglos por el fundador de la ciudad, el maharajá Jai Singh, un apasionado de la astronomía adelantado a su tiempo.

Entre los instrumentos, destacan el Samrat Yantra –un reloj de sol que apunta al polo norte y que, con sus 27 metros de altura, presume de ser el más grande del mundo–, las pozas semiesféricas de Jai Prakash Yantra –que reflejan el mapa astral– y los Ram Yantra, que servían para medir la altitud de los cuerpos celestes. De todos modos, una vez terminada la visita al observatorio, aconsejan subir sus empinadas y estrechas escaleras construidas en su día para contemplar astros y que hoy regalan una panorámica impresionante y única de la ciudad.

La ciudad, desde las alturas

Sin embargo, quien disfrute especialmente con las vistas desde las alturas debería subir al Fuerte del Tigre, un palacio construido para las esposas oficiales del marajá sobre las montañas que rodean la ciudad. Dicen que la panorámica que ofrece el fuerte al atardecer es impresionante. Otra opción sería subir al Templo de los monos, en Galta.

Tras estas visitas por las alturas, sería conveniente callejear por los bazares de la ciudad, que muchos viajeros incluyen entre los más pintorescos del mundo. Entre ellos destacan Johari Bazar, Tripolia, Suraj Pol y Chand Pol, donde se venden, sobre todo, sharis de colores y especias exóticas. También es recomendable la visita al Museo Anokhi, dedicado al arte de la impresión de telas.

De Bollywood al fuerte de Amber

También sería el momento adecuado, en especial para los cinéfilos, de acercarse hasta el Raj Mandir, uno de los cines históricos de la India. Un público entusiasmado acude diariamente a esta sala, la más grande del país, para disfrutar de los éxitos de Bollywood. Dicen que observar en persona la pasión por el cine de los espectadores de la India es una experiencia indescriptible.
 
Y, finalmente, el palacio fortificado de Amber podría ser una buena opción para despedirse de Jaipur, porque es tan inmenso que su visita requiere algunas horas. Situado a once kilómetros de la ciudad rosada, es un complejo palaciego –antigua sede de los marajá– hecho de arenisca roja y mármol blanco que desde hace cinco siglos corona una escarpada colina a la que los turistas –a pesar de la polémica sobre esta costumbre– suben a lomos de un elefante engalanado para la ocasión. Quien entre por la Puerta del Sol descubrirá un panorama casi fantasmal que, irremediablemente, le evocará historias de las mil y una noches.