Alessandro Ruta

Elogio del tranvía: un medio de transporte tan vetusto como eficaz para el medio ambiente

Ningún medio de transporte, menos la bici y las piernas para caminar, contamina menos que el tranvía. Las grandes ciudades europeas lo han entendido y van invirtiendo a tope.

Tranvía en el castillo de la Plaza de Sforza en Milán. (GETTY)
Tranvía en el castillo de la Plaza de Sforza en Milán. (GETTY)

Que yo sepa, siempre he vivido al lado de un tranvía. Siendo de Milán, este para nosotros es un medio de transporte cuya función es casi la de una madre o abuela. El hospital donde nací estaba a la esquina de un carril, y en los dos barrios donde he pasado 33 de mis 39 años, siempre sonaba el ruido familiar de esta serpiente eléctrica verde o naranja, del siglo XIX o más moderna. Un ruido que los expertos consideran uno de los mayores problemas del tranvía, pero como en la pelicula “Los Blues Brothers”, con el tren al final uno se acostumbra a los chirridos de los frenos y el paso de los vagones.

A 200 metros de mi casa, además, había un deposito donde los tranvias iban a “dormir” después de haber terminado su turno, sobre la medianoche. Hay cinco en Milán, prácticamente uno por cada lado de la ciudad más otro en el centro. Y cuando iba a la escuela primaria nos llevaban a ver como salían de allí, nos daban vuelta privada, explicándonos la cultura milanesa muy ligada a este medio desde el 1880 más o menos, cuando todavía no foncionaba con un motor sino con un par de caballos. Tradición popular, obrera o burguesa, era el medio de todos.

Tranvía de Berlín en movimiento. (GETTY)

Para llegar al instituto utilizaba el tranvía, o para ir al estadio de San Siro, a los entrenamientos de tenis o a los cines del centro de la ciudad, y era casi conmovedor encontrar a tus amigos de siempre allí, entre asiento y asiento, sin haberse citado. Todos vivíamos cerca, todos utilizábamos el tranvía.

El billete costaba 1.500 liras, ahora son 2 euros, una barbaridad. Pero existe el bono diario o el semanal. Podían cambiar los números, el 15 o el 3 por ejemplo, pero el recorrido de la línea era siempre el mismo: como siempre en Italia, bastante desordenado, es decir, entrar por la salida y viceversa, pero aun así nadie te iba a regañar.

La antimodernidad

Pero, con el tiempo, este medio de transporte se ha convertido en la antimodernidad por excelencia, en un mundo donde todos parecen tener prisa. No puede correr tanto como un coche o un bus, no puede salir del carril y si hay algún obstáculo vete a saber lo que puede ocurrir; el tráfico le perjudica mucho, el metro es cien veces más comodo. Y con los ciclistas hay que tener cuidado porque los carriles pueden ser una trampa mortal: ojalá no caigan mientras pase un tranvía en una tarde de lluvia.

El famoso tranvía de la línea 28 de Lisboa. (GETTY)

Me acuerdo una vez, siempre cerca de mi casa, que un coche de color militar estaba aparcado justo al borde del carril y el tramo número 3 se había parado, provocando una cola infinita. El coche, además, era de Lapo Elkann, uno de los herederos del imperio Fiat, que vive en mi barrio milanés: pagó una mega-multa y se fue. Pero el bloqueo de un tramo puede desencadenar un infierno que puede afectar a unas cuantas personas. Cambian los horarios y se pierde tiempo, que como sabemos es el bien más importante de todos. La gente se enfadó porque había aparcado en un carril, si hubiese dejado el coche en un parking para minusválidos no hubiera llamado tanto la atención.

Total, creo que el tranvía está hecho para ser odiado. Lo sabía el cantautor milanés Enzo Jannacci, que cantaba así: «El futuro es un agujero negro al final de un tranvía»; «cada vez menos gente se ocupa de los que cogen el tranvía».

Nada como el tranvía

Aún así, ningún medio de transporte, menos la bici y las piernas para caminar, contamina menos. Las grandes ciudades europeas lo han entendido y van invirtiendo a tope: desde Lisboa hasta Berlín, que quiere ampliar hasta 70 kilometros sus líneas, Europa está descubriendo otra vez el tranvía a pesar de su antimodernidad.

No hace falta ni destrozar el paisaje, porque pueden se pueden aprovechar los carriles existentes, y así ayudar al objetivo de la Union Europea de bajar del 90% las emisiones de los medios de transporte público hasta 2050.

Tranvía de Gasteiz llegando a la estación de Honduras. (Endika PORTILLO/FOKU)

Recientemente ha salido la noticia de que en Gasteiz, cuya afluencia de pasajeros de tranvía superará los seis miliones al final de 2021, se está planteando ampliar la red. Lo mismo en Bilbo, con la nueva parada de Bolueta.

Antimoderno, puede ser, pero sostenible y hasta turístico también, porque nada mejor que un tranvía para disfrutar del paisaje urbano, no solo en Milán sino en la misma Lisboa. En mi ciudad se puede hasta cenar en un tranvía íntimo, cruzar el centro mientras degustas un menú especial bajo unas luces tenues.

Siempre sin prisa, como debería ser.