Prakash MATHEMA (AFP)

Censados los tigres de Bengala, en peligro de extinción

Hace años que, conscientes del peligro de extinción en el que se hallaban los tigres de Bengala, varios países se comprometieron a intentar frenar su proceso de desaparición. Nepal ha comenzado ya su censo.

Un tigre de bengala, fotografiado en el zoo de Lalitpur, a las afueras de Katmandú. (Prakash Mathema/ AFP)
Un tigre de bengala, fotografiado en el zoo de Lalitpur, a las afueras de Katmandú. (Prakash Mathema/ AFP)

La deforestación, la invasión de su hábitat y la caza furtiva han diezmado las poblaciones de tigres en toda Asia, pero Nepal y otros 12 países se comprometieron hace años a duplicar su número para 2022. Y para ello, Nepal comenzó a contar el número de sus tigres de Bengala, en peligro de extinción, que viven en las vastas llanuras forestales del sur, a través de cámaras colocadas en 12.000 km2 de zonas protegidas en los distritos de Chitwan y Parsa.

Y ahora pretenden “obtener información sobre el estado de los tigres, lo que nos ayudará a evaluar si nuestras estrategias para salvar a la población de tigres han funcionado”, ha declarado a la AFP Bed Kumar Dhakal, del departamento de parques nacionales y conservación de la fauna.

Hay mi­les de fo­to­gra­fías to­ma­das con cá­ma­ras es­con­di­das en la sel­va de Ne­pal. Y to­das ellas, dicen, ates­ti­guan una bue­na no­ti­cia: la po­bla­ción de ti­gres del país casi se du­pli­có en una dé­ca­da, tras ha­ber es­ta­do al bor­de de la ex­tin­ción. En 2009, no que­da­ban más que 121 es­pe­cí­me­nes, y en la ac­tua­li­dad ya son 235 los fe­li­nos adul­tos.

Implicación contra los furtivos

Cha­yan Ku­mar Chaud­hary, de 25 años, es­tu­vo en la lí­nea de fren­te de este mi­nu­cio­so ras­treo. Es uno de los lu­ga­re­ños for­ma­dos para la oca­sión y par­ti­ci­pó en la ope­ra­ción en el par­que na­cio­nal de Bar­dia, don­de el nú­me­ro de ti­gres casi se quin­tu­pli­có. Ayu­dó a se­guir el ras­tro y re­gis­trar los des­pla­za­mien­tos de los ti­gres en ese par­que, re­vi­san­do la in­gen­te can­ti­dad de imá­ge­nes to­ma­das.
«Era fas­ci­nan­te con­sul­tar las tar­je­tas [de me­mo­ria] y en­con­trar fo­tos de ti­gres…», cuen­ta. «¡Uno tie­ne la im­pre­sión de par­ti­ci­par en algo gran­de!».

Las lla­nu­ras ba­jas de la par­te sur de Ne­pal, que al­ber­gan cin­co par­ques na­cio­na­les, fue­ron di­vi­di­das en par­ce­las, cada una equi­pa­da con cá­ma­ras do­ta­das de sen­so­res de mo­vi­mien­to y de cam­bio de tem­pe­ra­tu­ra.

A ve­ces hubo que re­cu­rrir a ele­fan­tes para ins­ta­lar cá­ma­ras en la pro­fun­di­dad de la jun­gla. «No era fá­cil y tam­bién era arries­ga­do», ex­pli­ca Man Baha­dur Khad­ka, di­rec­tor del de­par­ta­men­to de pro­tec­ción de la fau­na y de los par­ques na­cio­na­les de Ne­pal.

«Y cuando llegaron las imágenes, em­pe­za­mos a ana­li­zarlas», ex­pli­ca Khad­ka. «Como nuestras hue­llas di­gi­ta­les, los ti­gres tie­nen ra­yas úni­cas. No hay dos ti­gres igua­les».

Se­gún los ex­per­tos, la cla­ve del éxi­to de la con­ser­va­ción de los ti­gres en Ne­pal re­si­de en el he­cho de im­pli­car a las po­bla­cio­nes lo­ca­les en su pro­tec­ción. Hace un si­glo, las den­sas sel­vas de Ne­pal eran un coto pri­va­do de caza para los di­ri­gen­tes del reino. Dig­na­ta­rios bri­tá­ni­cos acu­dían para dis­pa­rar con­tra el ti­gre real de Ben­ga­la. En 1900, se cal­cu­la­ba que ha­bía 100.000 ti­gres en el mun­do. En 2010, su po­bla­ción cayó has­ta 3.200, el um­bral más bajo ja­más re­gis­tra­do. En Ne­pal, el nú­me­ro de ti­gres se des­plo­mó al fi­nal de la dé­ca­da de la gue­rra ci­vil (1996-2006), du­ran­te la cual los tra­fi­can­tes pro­li­fe­ra­ban en las pla­ni­cies del sur.

En 2009, el go­bierno re­clu­tó a cien­tos de jó­ve­nes vo­lun­ta­rios para guar­dar los par­ques na­cio­na­les y efec­tuar pa­tru­llas con­tra la caza fur­ti­va. Ar­ma­da con un palo, San­ju Pa­ri­yar, de 22 años, cuenta que sale con re­gu­la­ri­dad a la na­tu­ra­le­za en bus­ca de tram­pas de­po­si­ta­das por los tra­fi­can­tes. Era una ado­les­cen­te cuan­do se in­cor­po­ró al pro­gra­ma. «La gen­te en­tien­de que si el nú­me­ro de ti­gres y de ri­no­ce­ron­tes au­men­ta, los tu­ris­tas ven­drán y sa­ca­re­mos pro­ve­cho. Es bueno para no­so­tros», sos­tie­ne.

En 2010, Ne­pal y otros 12 paí­ses con ti­gres sal­va­jes fir­ma­ron un acuer­do para du­pli­car sus po­bla­cio­nes para 2022. El país hi­ma­la­yo de­be­ría ser el pri­me­ro en al­can­zar ese ob­je­ti­vo. «Si un país como Ne­pal, pe­que­ño, me­nos desa­rro­lla­do, con mu­chos pro­ble­mas, pue­de ha­cer­lo, los otros tam­bién pue­den», de­fien­de Gha­na Gu­rung, re­pre­sen­tan­te lo­cal del Fon­do Mun­dial para la Na­tu­ra­le­za (WWF).

Pero los eco­lo­gis­tas son cons­cien­tes de que un au­men­to de los ti­gres re­pre­sen­ta tam­bién un foco de atrac­ción para los tra­fi­can­tes y el mer­ca­do ne­gro. La caza fur­ti­va de es­tos fe­li­nos es es­pe­cial­men­te di­fí­cil de de­tec­tar pues, al con­tra­rio de lo que ocu­rre con los ri­no­ce­ron­tes, en este caso se apro­ve­cha todo el cuer­po. Los ca­za­do­res no de­jan ni ras­tro.

Para As­hok Bhan­da­ri, em­plea­do de los par­ques na­cio­na­les, aho­ra «es más im­por­tan­te que nun­ca man­te­ner la vi­gi­lan­cia».