Francois Walschaerts (AFP)

Doel, un pueblo flamenco condenado a ser «fantasma»

La venden como «una ciudad fantasma», pero sus 21 habitantes rechazan esa imagen. Es Doel, una localidad flamenca que ha ido perdiendo población desde que se anunció su demolición para construir un puerto. El proyecto fracasó en los tribunales, pero hoy luchan por dejar de ser un «morbo turístico».

Una calle de Doel.
Una calle de Doel. (FRANCOIS WALSCHAERTS | AFP)

Atrapado entre el puerto de Amberes y una planta de energía nuclear, Doel se ha convertido en el pueblo fantasma más conocido de todo el Estado belga, en una morbosa atracción para turistas curiosos y «exploradores urbanos» que se fotografían ante muros derruidos y cubiertos de grafitis o deambulando por el interior de edificios en ruinas.

Doel se ha ido vaciando constantemente desde finales de la década de los setenta. En aquella época su población era 60 veces mayor. Hoy únicamente dos cafés –uno de ellos junto a un molino de viento del siglo XVII– y una iglesia recuerdan a los visitantes a los que el pueblo aún se resiste a olvidar.

Pero Doel ni está vacía ni es fantasma. Y esa imagen es, precisamente, la que quieren evitar sus habitantes. Sus 21 habitantes, gente que se ha resistido a marcharse, a abandonar el lugar donde quieren seguir viviendo. «Hay muchas actividades. Pero, claro, si vienes aquí un domingo, o especialmente por la noche, por supuesto que verás las casas vacías y eso es lo que más irrita a la gente», explica Liese Stuer, una actual residente de la ciudad belga. «Creo que es importante que las personas sepan que no es un pueblo fantasma, que sepan que todavía hay gente tratando de vivir aquí y tratando de establecer una vida», reivindica.
 

Memorias de una ciudad elegante

Stuer, una profesora de flamenco para extranjeros y artista gráfica independiente, de 37 años, se mudó a Doel hace cinco años, cuando se asoció con una persona local, pero de niña solía visitar ese lugar con sus abuelos, que vivían cerca.

Hoy Stuer la recuerda como una ciudad elegante. Y la memoria no le falla, porque Doel entonces sí era elegante. Sin embargo, su destino se derrumbó a fines de la década de los noventa, cuando las autoridades belgas decidieron expropiar y demoler las aldeas que rodeaban el puerto de Amberes. Su motivo: construir un nuevo muelle de contenedores.

Ante la amenaza, la mayoría de los habitantes decidió marcharse a otro lugar, pero algunos se quedaron y optaron por pelear en los tribunales, al tiempo que reivindicaban sus derechos, a todo color, con graffitis callejeros que alegraban las casas vacías.

Dada «la importancia» del puerto para la economía de todo el Estado belga, parecía una campaña condenada al fracaso. El gobierno prohibió que la gente se mudara allí y responsabilizaba al «vandalismo» de la supuesta inseguridad que se respiraba en la población. Sin embargo, en 2016 el Tribunal Supremo de Bélgica desestimó el plan de expansión, después de que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminara que amenazaba los alrededores de las marismas de Doel y el equilibrio ecológico del río Escalda, que lo bordea.
 
Liese Stuer reconoce que ella tomó la decisión de seguir en la ciudad tras constatar la naturaleza y la solidaridad que une a sus habitantes. Y no se arrepiente. «Es muy agradable vivir aquí. Es el lugar en el que quiero que crezca mi hijo, por la gente y el entorno, que encuentro muy cálido y acogedor», reconoce. «Para mí, nadie se siente aislado. Para nada. Es un pueblo muy conectado», añade.

Futuro indefinido

Pero todavía no está claro qué le depara el futuro a Doel. Hay conversaciones en curso entre las autoridades y los residentes. En diciembre, los funcionarios municipales esbozaron un plan para permitir lentamente la entrada de nuevos habitantes y renovar un viejo barco varado, mientras se construía un muelle hasta el perímetro de Doel.

El gobierno flamenco, que ahora es el propietario de todas las casas de Doel, excepto de una, se resiste a que la ciudad recupere la población que tenía en la década de 1970, cerca de 1.300 habitantes. «Sabemos que el pueblo no va a desaparecer. De hecho, tiene la imagen de un pueblo fantasma, pero no debería ser así», opina el ministro flamenco de Hacienda, Patrimonio y Vivienda, Matthias Diependaele. «De todos modos –agrega–, tenemos que ver qué podemos hacer con él hoy (...) El punto más difícil es el hecho de que sabemos con certeza que justo al lado habrá actividad portuaria 24 horas al día y 7 días a la semana».