Kepa Arbizu
Bilbo

Celebrando sentimientos

Muchos eran los condicionantes que jugaban a favor de este regreso a los escenarios por parte de Zea Mays: la vuelta tras el parón consecuencia de la enfermedad de su cantante; el inicio de una gira con ánimo de celebrar sus 25 años de historia y, por supuesto, tocar en casa.

Aiora Renteria, ayer, en su regreso a los escenarios.
Aiora Renteria, ayer, en su regreso a los escenarios. (Aritz LOIOLA | FOKU)

Resulta incuestionable que un concierto es una experiencia en la que, más allá del esencial calado musical que acoge, también intervienen decisivamente factores emocionales, incluso algunos previos a la propia celebración del espectáculo. En ese sentido, el regreso a los escenario de Zea Mays, tras el parón obligado por la enfermedad de su cantante, Aiora Renteria, para dar inicio en Bilbo a la gira bautizada ‘25 joan dira ta!’, traía consigo aparejadas una serie de connotaciones sentimentales que, más allá del desarrollo que pudieran tener más adelante, apuntaban ya a priori como una de esas jornadas dignas de ser alojadas en la memoria de los asistentes. No se trata solo de la relevancia que adquiere celebrar un cuarto de siglo en el mundo de la música, y en este caso refrendando una trayectoria digna de elogio y de repercusión, sino más importante todavía, recuperar esos intangibles pero trascendentes vínculos -levemente interrumpidos- que la banda siempre ha generado con sus seguidores.

Como toda noche especial que se precie, siempre es conveniente postergar mínimamente ese instante álgido y hacer crecer en el espectador las ganas del esperado rencuentro. Un rol que en este caso recayó en el músico incorporado a última hora a la velada, Barry B, quien a pesar de que su estilo urbano, más devoto de instagramers que de viejos posters de rock, no sintonizaba demasiado con la propuesta de la formación euskaldun, no se le pueden achacar sus ansias y empeño por agradar y animar al público, incluido su vestuario athleticzale. Pero no fue el único invitado que precedería a la entrada en acción del cuarteto, ya que a modo de entremés, en el sentido más teatral del término, y acompañados de los sones de ‘Así habló Zaratustra’, dos astronautas, portadores del simbólico número 25, hicieron de curiosos maestros de ceremonia para este vez sí, dejar libre el camino a Zea Mays.

Recibidos, como no podía de ser de otra manera, con una estruendosa ovación ofrecida por una abarrotada Sala Santana, no fue si no la forma de dar la bienvenida de un público que no pararía de esparcir cariño y empatía a lo largo de las dos horas de actuación. Tratándose, como era el caso, de un concierto que pretende conmemorar el ya más que considerable legado alcanzado por el grupo, sus paradas se extendieron a lo largo y ancho de sus numerosos álbumes, llevándonos desde piezas iniciáticas como una ‘Itsasoa’ que comienza frágil y delicada para ir acumulando rudeza en su discurrir, hasta algunas de las composiciones más recientes, donde sobresalieron la cautivadora ‘Kuraia’ o la eficiente invitación al movimiento de pies que contiene ‘Kemena’.

Más allá de tratar de resumir de la mejor y más concisa manera posible toda una carrera, la actuación sirvió igualmente para retratar la versatilidad de la que hace gala el estilo distintivo conquistado por la banda, donde el elemento melódico, especialmente concentrado en una carismática voz, convive con unas bases instrumentales capaces de latir con ánimo bailable o bajo un erizado sentido eléctrico, diversas manifestaciones que les permiten encontrar el flanco por el que abordar a un público de edad y adscripción estílistica variada.

En ese itinerario marcado por el mapa de esta conmemoración nos estaban esperando estaciones galácticas de épico estribillo (‘Kea’), la sutilidad de ‘Atera’ o incluso, en el otro extremo, incendiarios riffs a lo Rage Against The Machine perceptibles en la contundente 'Ilara hilobi' o escenas de metal sombrío, perfectamente apoyado por un espectral juego de luces, derrochadas en ‘Gorputz pentsamendu huts’. En la ecuación que da como resultado la idiosincrasia de Zea Mays no podían quedar olvidados ingredientes tan determinantes como ese pulso bailable, ya sea en su faceta más contemporánea (‘Zintzilik’) o embebido de funky ochentero (‘Bi bihotz bi ero’), o el rock desgarrado que representa mejor que ninguna la siempre inconmensurable ‘Elektrizitatea’.

La llegada del siempre esperado himno, por todos coreado, ‘Negua joan da ta’, además de traer la primera, que no única, descarga de elementos decorativos caídos desde el cielo de la sala, dio paso a una retirada que ni mucho menos iba a ser aceptada por un público que todavía permanecía sediento de emociones. Un regreso al escenario, previa celebración con copa de vino en mano, que alternó una agitada ‘Oihu’ con el grito nostálgico de ’Besterik ez naiz’, anticipo de lo que esta vez sí iba a ser la despedida definitiva por medio de, por supuesto, su icónico y popular tema ‘Kukutza III’.

Muchos eran los condicionantes que jugaban a favor de este regreso a los escenarios por parte de Zea Mays: la vuelta tras el parón consecuencia de la enfermedad de su cantante; el inicio de una gira con ánimo de celebrar sus 25 años de historia y, por supuesto, tocar en casa; factores que sin embargo no en pocas ocasiones les hemos visto convertidos en una losa en forma de presión añadida. Riesgos que el cuarteto no solo esquivó sin indicios de dudas, sino que supo hacer de todos ellos el empuje necesario para convertir lo que podría haber sido un sábado noche más de algún mes cualquiera encarcelado en algún olvidado calendario, en una de esas citas que muchos de los asistentes no borrarán de su memoria, y es que los días, los años o las estaciones pueden caer en el olvido, pero recuerdos como el que nos brindó la banda bilbaína sirven para trazar nuestra historia personal.