Nora Franco Madariaga

Fabulosa apertura de la Quincena

ROTTERDAM PHILHARMONIC ORCHESTRA
Director: Lahav Shani. Violonchelo: Pablo Ferrández. Obras: Concierto para violonchelo n.1 en Mi bemol Mayor, op. 107 de D. Shostakovich y sinfonía n.6 en si menor ‘Patética’, op. 74 de P.I. Tchaikovsky. Lugar y fecha: Donostia, Kursaal. 03/08/2023. Quincena Musical.

La Rotterdam Philharmonic Orchestra es una formación de altísimo nivel, con un sonido propio muy trabajado.
La Rotterdam Philharmonic Orchestra es una formación de altísimo nivel, con un sonido propio muy trabajado. (QUINCENA MUSICAL)

Comienza agosto con un tiempo muy nuestro, muy cantábrico, y el jueves, en la inauguración del ciclo principal de Quincena en el Auditorio Kursaal, en lugar de abanicos, gafas de sol y helados, se encontraron paraguas, gabardinas y cafés calentitos, pero las mismas ganas y la misma expectación de cada año. Y es que abrir Quincena con la Rotterdam Philharmonic Orchestra es apostar a caballo ganador: una formación de altísimo nivel, vieja conocida del festival, con un sonido propio muy trabajado, que esta vez llegaba con un nuevo y joven director israelí, Lahav Shani, para interpretar un repertorio ruso de mucho voltaje.

La primera obra de la velada, el concierto para violonchelo n.1 de Shostakovich, comenzó con las firmes notas del solista Pablo Ferrández, que está en un momento fabuloso de su carrera, en medio de una trayectoria ascendente imparable. El joven madrileño consiguió de su instrumento un sonido presente, vibrante y enérgico, pero también un color más cálido, redondo y reflexivo en movimientos más melódicos como el segundo o la cadenza, de marcado y melancólico acento ruso.

Con fraseo elegante y muy expresivo –que la orquesta supo secundar con el mismo aire delicado y emocional–, Ferrández fue poco a poco creando de nuevo el tono inquieto del primer movimiento, hasta que la orquesta retomó el tempo inicial, cada vez más vertiginoso e intenso, para terminar en un final lleno de brío y brillantez.

En la segunda parte, con una orquesta mucho más nutrida para la sexta sinfonía de Tchaikovsky, se pudo apreciar con mayor detalle el sonido de la formación holandesa y el trabajo de Shani, quien aprovechó los pasajes más líricos para dotar de desbordado romanticismo a esta sinfonía de corte clásico, construyendo una versión completamente personal cargada de contrastes.

Dentro de un fabuloso sonido monolítico de la RPhO, sin fisuras, sin secciones más débiles que otras, destacó la sutil y amplísima gradación de la escala dinámica, con un sonido rotundo y poderoso que parecía no tener límite en el extremo forte. Llamó la atención, también, el férreo control de Lahav Shani sobre la tensión, administrando la energía con inteligencia, como en el tercer movimiento y su continuo crescendo.

Pero lo que más sorprendió, sin duda, fue la absoluta compenetración entre director y orquesta, reaccionando esta con inmediata y compacta respuesta al gesto amplio y sencillo del israelí, que dibujó con sus largos brazos tempos, intensidades y expresivos rubatos, demostrando que, no solo no tiene nada que envidiar a sus carismáticos antecesores Gergiev y Nézet-Séguin, sino que tiene un estilo propio definido y vehemente que, por ahora, le augura un prometedor futuro.