Xandra  Romero
Nutricionista

El placer de comer, ¿de enemigo a amigo?

Comer por necesidad, comer por placer -incluso por ambos motivos- es una de las grandes satisfacciones. La dietista-nutricionista de 7K aborda la cuestión, asegurando que nuestro organismo no está diseñado para vivir en restricción.

Has probado a hacer dieta y has acabado cansándote? ¿O quizá el deseo irrefrenable de comer alimentos deliciosos ha llevado al traste tu plan y tus objetivos? No te falta fuerza de voluntad, más bien es nuestro organismo, que no está diseñado para vivir en restricción.

Y es que otra de las razones es que nuestros sistemas cerebrales encargados de la regulación de la ingesta alimentaria son diversos. En primer lugar, sabemos que comer es una conducta dirigida a conseguir la energía para llevar a cabo las funciones que mantienen al organismo, es decir, lo que llamamos comer por necesidad. Pero, existe otro sistema de regulación de la ingesta que es el hambre hedonista, y que se refiere al acto de comer por puro placer.

Este sistema se encarga de proporcionarnos una sensación subjetiva de placer al ingerir un alimento que resulta beneficioso para el organismo, por ejemplo, un trozo de brócoli, de carne y también un dónut. De este modo, las respuestas hedónicas hacia los alimentos son esenciales para nosotros porque son un mecanismo añadido al hambre fisiológico para mejorar la supervivencia. Pero, en ocasiones, cuando este sistema se desequilibra y solo se come buscando el placer o la recompensa, este sistema se vuelve en nuestra contra. Y es precisamente a este desequilibrio al que tememos y contra el que estamos acostumbrados a pelear, incluso, antes de que pase.

De este modo, nos hemos convencido de que para estar sanos tenemos que negarnos el placer de comer, lo etiquetamos como algo negativo por miedo a que se desequilibre y nos haga comer en exceso. Y es así como acostumbrados a temer el placer de forma cultural, creemos que podemos controlarlo. Sin embargo, estudios conductuales han demostrado que las respuestas hedónicas a la comida se provocan de forma consciente pero también inconsciente a través del gusto, el olfato, la vista o el tacto.

Entonces, y en vista de esto, imaginemos qué pasa cuando nos ponemos a dieta restrictiva, donde la comida se repite, se vuelve monótona y, más aún, si se cocina de forma muy simple sin aderezos o técnicas culinarias que resalten su sabor. ¿Adivinan? El sistema hedónico deja de ‘funcionar’ para esos alimentos y es ahí cuando un dónut o cualquier cosa con elevada cantidad de azúcares puede verse como una tentación.

Por eso, si pretendemos cuidarnos de verdad, y no machacarnos tres meses para luego volver a los mismos hábitos, quizá debamos tener en cuenta el placer. Y, en este sentido, si no son cocinados con gusto, con ganas de comerlo, ¿cómo vamos a disfrutarlo? Si no hacemos la compra pensando en lo rico que estará el plato, ¿qué sentido tiene?

El placer es indispensable para mantener una conducta alimentaria óptima; negarlo y castigarlo, solo nos llevará a los ciclos de restricción e ingesta compulsiva.