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Entre la ruptura del tabú y el estigma de los trastornos graves

Solo en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa hay 450 camas en hospitales psiquiátricos. En Nafarroa funciona, en Baztan, a pleno rendimiento, uno de los centros de salud mental más conocidos de Euskal Herria. Sin embargo, sigue siendo tabú hablar de ingresos en este tipo de centros, aún más en primera persona.

La Fundación Hermanas Hospitalarias también cuenta con un centro en Arrasate. (Juanan RUIZ | FOKU)

Es cada vez más común hablar de salud mental, de la de cada cual y de la ajena. La divulgación en este ámbito, azuzada por las redes sociales, ha crecido sobremanera desde la pandemia, y es ya habitual utilizar terminología médica como si tal cosa, está normalizado. Sin embargo, los pacientes psiquiátricos crónicos o graves siguen sintiendo la necesidad de ocultar su condición y es difícil, casi imposible, dar con gente corriente que hable de manera abierta de su paso por un hospital psiquiátrico. El estigma sigue pesando demasiado en estos casos.

Sin embargo, hay quien, como Edurne Pasaban, no duda en relatar su paso por un hospital psiquiátrico, con la esperanza de ayudar a quienes se encuentren en una situación similar.

Pasaban permaneció ingresada en dos ocasiones, durante dos meses cada vez. Ingresó siendo consciente de que necesitaba ayuda: «Yo misma se lo pedí a mis padres». Asegura que, si bien parece que hoy día se trata con mayor naturalidad el tema, la salud mental sigue siendo tabú.

En Hego Euskal Herria hay casi una decena de hospitales psiquiátricos, además de centros de salud mental, hospitales de día y otros recursos. Izaskun Miura e Itziar Armentia trabajan en dos de ellos, en el Centro Hospitalario Benito Menni de Elizondo y en el Hospital Psiquiátrico de Araba, respectivamente. Enfermera la primera y auxiliar de enfermería la segunda, trabajan en distintos herrialdes y centros, pero dibujan una imagen similar de su ámbito.

En el centro de Elizondo, privado pero con la mayoría de plazas concertadas, tienen distintos tipos de usuarios, repartidos en tres unidades. En la psicogeriátrica atienden a gente mayor con enfermedades mentales, tanto a quienes la padecen desde jóvenes como a quienes la han desarrollado con la edad.

En otra de las unidades atienden a personas que, además de una enfermedad mental, tienen también una discapacidad intelectual, «se le llama patología mixta», explica Miura. En la tercera unidad, viven pacientes que sufren una dolencia mental severa y tienen problemas psicosociales, que demandan más ayuda. La enfermera del centro cuenta que habitualmente se trata de personas que no han podido atender en otros tipos de servicio.

Si mi ayuda hacia la persona con trastorno de salud mental es dejarlo metido en un hospital y salgo en grupo desde el hospital,   estoy etiquetando», asegura Itziar Armentia, auxiliar de Enfermería de salud mental en Osakidetza.

Muchas de ellas pasan largas temporadas ingresadas, incluso, en palabras de Miura, «hay algunas que no van a salir, si no es para ir a otro centro», debido al nivel de atenciones que necesitan. Muchas, además, no tienen familiares que se puedan hacer cargo de ellas.

En el Hospital Psiquiátrico de Araba los tipos de pacientes que atienden son igualmente diversos. Cambia la nomenclatura, pero están divididos de manera similar, por edad y por patología. Explica que muchas veces los ingresos se alargan más de lo previsto, pero, por normal general, suelen rondar los tres meses.

Cuentan con una planta dirigida a la recuperación funcional de pacientes crónicos ,que suelen estar ingresados largos periodos de tiempo, debido a que, además, tienen otro tipo de necesidades.

Al igual que en Elizondo, en Araba cuentan también con una unidad reservada a pacientes psicogeriátricos, «que merecerían más una residencia que un hospital, pero debido a la falta de recursos en residencias, los mantienen aquí», explica Armentia. Además, cree que el estigma juega en su contra también en este caso, asegura que en muchos centros residenciales evitan dar servicio a gente que saben que ha sido o es paciente psiquiátrico.

Pasaban, sin embargo, se encontró con un panorama distinto al que relatan las dos trabajadoras cuando ingresó en la planta de psiquiatría de un hospital. «La gente tiene pánico a la hospitalización porque no sabe qué se va a encontrar», relata, y señala que es un miedo, en parte, justificado: «Te puede pasar que entres y te encuentres con una persona mayor de 80 y pico años, o con un trastorno muy diferente al tuyo».

Establecer una rutina

El día a día de los residentes en Elizondo transcurre entre talleres, terapias y actividades lúdicas, dependiendo de las necesidades y expectativas de cada paciente. Hacen terapia ocupacional, participan en talleres que los forman para trabajar o hacen rehabilitación. También salen al pueblo, una actividad que Miura destaca como «muy importante» para los residentes. Algunos lo hacen por su cuenta y otros acompañados de monitores.

«No estamos locas, estamos enfermas», señala Edurne Pasaban, alpinista que sufrió problemas de salud mental. Por ello, reivindica la necesidad de una atención cuidada y lo más personalizada posible en cada caso concreto.

Miura asegura que la ubicación del centro Benito Menni en Elizondo, desde hace más de ocho décadas, es un factor que juega en favor de los residentes. Las vecinas y vecinos los acaban conociendo y eso facilita que puedan formar parte de la comunidad de manera más natural.

La rutina de los pacientes que atienden en el Hospital Psiquiátrico de Araba es similar a la de los de Elizondo, si bien este centro está más alejado del corazón de Gasteiz, ciudad en la que está ubicado. Después de levantarse, asearse y desayunar, realizan distintos tipos de talleres, actividades o terapias.

El estigma sigue latente

Ambas profesionales comparten la opinión de que el estigma persigue a las pacientes de psiquiatría, mientras lo son, y aún habiendo superado la enfermedad. «Se mantiene el estigma, dentro y fuera de este tipo de centros. No aceptamos igual a una persona con cualquier otra enfermedad que a una persona con una enfermedad mental», explica Miura.

Armentia añade que muchas veces se les deshumaniza, desde los propios servicios que les atienden: «Si mi ayuda hacia la persona con trastorno de salud mental es dejarlo metido en un hospital y salgo en grupo desde el hospital y demás, estoy estigmatizando, encasillando y etiquetando». Armentia apuesta de manera clara por un modelo más abierto y descentralizado, que entienda al paciente como parte de la sociedad y le guíe en su adaptación a la misma.

Pasaban es de la misma opinión; ella también cree que apartar a los pacientes psiquiátricos no favorece en absoluto a su recuperación. Ella ha tomado la decisión de hablar alto y claro sobre su experiencia, pero no está exenta de comentarios que la animan a no hacerlo desde su propio entorno, empujados por el miedo: «Mis padres me dicen que qué necesidad tengo de seguir hablando de esto». No duda en la respuesta, tiene la esperanza de que su testimonio empuje a otros a pedir la ayuda que necesitan, como hizo ella.

Considera, sin embargo, que la red de salud mental existente hoy en día se queda corta: «La falta de recursos es total». El hecho de que la salud mental esté en boca de cada vez más gente no ha hecho que la atención mejore, «la gente pide más ayuda, pero los recursos y las vías de ayuda no están». Se refiere, por ejemplo, a los tiempos de espera para recibir atención psicológica, «no te digo ya para ingresar».

A Armentia le gustaría que hubiera más hospitales de día, para atender en ellos a los pacientes psiquiátricos que no precisan permanecer ingresados, considera que los actuales son «totalmente insuficientes».

Auxiliares de Enfermería, integradores sociales, terapeutas, psicólogas, psiquiatras, fisios… La diversidad de perfiles que puede encontrarse en el personal de un hospital o centro psiquiátrico varía, pero es amplia en todo caso. Hay que tener en cuenta, también, que además del personal asistencial hay cocineras, limpiadoras… Es, sin duda, un sector feminizado, como lo es el ámbito de los cuidados en general. Y feminizado y precarizado parecen ser dos adjetivos inseparables.

En Elizondo las trabajadoras están movilizándose desde diciembre del año pasado por el cierre de una de las unidades. Miura explica que la dirección alude a la falta de personal, pero señala que han despedido a trabajadoras y trabajadores con el cierre de la unidad.

Relata que entre las compañeras comparten una misma sospecha, el deseo de la Fundación Hermanas Hospitalarias, propietaria y gestora del centro, de centralizar el servicio en Iruñea para poder de esa manera abaratar costes.
Se muestra sorprendida con la actitud de las instituciones, que aseguran apostar por un modelo en el que los centros sean más pequeños, «pero luego dan permiso para hacer este tipo de cosas».

Pasaban considera que es necesario cuidar ese tipo de detalles, para que la atención que recibe cada paciente sea lo más adecuada a su situación posible. «No estamos locas, estamos enfermas», señala, y como tal, necesitan una atención adecuada.