2025 MAR. 09 PSICOLOGÍA El reverso del miedo (Getty) Igor Fernández El miedo siempre ha sido la auténtica amenaza psicológica. El miedo es un resultado pero también es un factor coadyuvante de la incertidumbre, e incluso determinante en el resultado negativo de algunas dudas. Conocer nuestro miedo, ponerle nombre y cara y delimitarlo es esencial para no ser víctimas de la más restrictiva de sus versiones: el pánico. Cuando sentimos pánico, nos volvemos francamente primitivos en nuestras respuestas. Desaparecen los matices y la creatividad, para centrarnos en acciones meramente conservadoras. En otras palabras, en momentos así renunciamos a soñar, a experimentar. Las situaciones amenazantes merman nuestro divagar, nuestra imaginación, lo que limita mucho nuestra capacidad para inventar soluciones, pero también limita algo imprescindible para adaptarnos en esos momentos: la sociabilidad. Cuando tenemos miedo, en particular si es intenso, tendemos a meternos hacia adentro para gestionar los pocos recursos que uno pueda tener sin injerencias externas. Tener miedo nos vuelve paranoicos, paranoicas precisamente por la hiper alerta y la búsqueda consiguiente de los signos de amenaza. En definitiva, cuando tenemos miedo, mucho miedo, se activa un sistema de supervivencia similar a un circuito cerrado. El individuo se vuelve entonces el centro de la preocupación y de la acción, excluyendo la valiosísima participación de otros. Sin embargo, cuando podemos abrir la puerta a los demás en esos momentos, algo también atávico nos sucede, quizá una respuesta igual de antigua que el mecanismo del miedo, su contrapartida fisiológica. Aunque los demás no puedan anular la fuente del temor, o evitar el peligro, pueden hacer algo de vital importancia -y ‘vital’ es la palabra precisa-: pueden respaldarnos. El efecto primero, entonces, es el de experimentar en el cuerpo el ser ‘muchos’ frente a ello, después, la hipervigilancia se relaja porque hay más ojos para estar alerta. Se relaja también la paranoia porque sentimos a los otros de nuestro lado. Entonces, esa relajación suficiente permite empezar a poner límites a lo que nos da miedo; puede que me aterrorice algo pero «cuando estoy contigo me siento mejor», y eso ya es limitar el miedo. Y, con suerte, los demás nos aportarán una visión diferente o quizá, si es posible, un plan de acción para adaptarnos mejor. Son los típicos consejos, que solo sirven después de haber hecho lo anterior suficientemente, y que precisan de una empatía real antes de abrir la boca. Todo esto también nos invita a nosotros, a nosotras, a pensar diferente, o a pensar simplemente, a empezar a crear una imagen propia y de aquello que asusta un tanto diferente a la que dibujamos en nuestra mente antes de todo este proceso. Y algo ya ha cambiado si hemos podido hacer ese recorrido, algo de luz siluetea ya lo que nos asusta, no es más una presencia informe.