2025 EKA. 01 PSICOLOGÍA Lo que es de todos (Getty) Igor Fernández Comprenderse a uno mismo, a una misma, pasa por comprender las incoherencias naturales. ¿Por qué hacemos eso que nos viene mal? ¿Por qué decimos que ‘sí’ cuando es ‘no’? ¿Cómo se aglutina la idea de tener una pasión con el hecho de no desarrollarla? ¿Por qué tratamos mal a quien nos trata bien, y viceversa?… Podemos rápidamente dar una respuesta ética, diciendo «eso no está bien», o «tener dos caras es de hipócritas», y en ocasiones acertamos; puede que alguien se muestre incoherente o contradictoria porque oculta algo deliberadamente pero, en otras ocasiones, somos ambivalentes sin más. Nos adaptamos a pesar de que lo que hagamos contravenga otra acción en otro momento, si nos ayuda a obtener lo que queremos o a evitar el daño. Vernos como seres incongruentes y confusos es un fastidio, por lo que es habitual que tratemos de hacer algo con esa disonancia, con el fin de recuperar la estabilidad, la identidad y el aprecio por quienes creemos que somos, por nuestro autoconcepto. Una de las maneras es poner aquello que no nos gusta de nosotros, de nosotras, en otra persona, algo así como si echáramos fuera los gases malolientes de una digestión y culpáramos a otra persona. Sin embargo, aunque lo pongamos fuera, el origen está dentro. Si bien, para que la acusación sea creíble, hay que ser contundentes e insidiosos. Como parte de ese intento de salvar nuestro autoconcepto de las sombras o las grietas de coherencia o benevolencia, colocamos los defectos en otros, en quienes no nos importaría prescindir. Alguien que esté lejos, que sea diferente, y a quien no nos una nada, puede aglutinar lo que querríamos extirparnos, convirtiendo a ese ‘otro’ en una versión ‘mala’ de nosotros, de nosotras, en alguien que solo hace lo que yo no hago, alguien que odia cuando yo «no sería capaz»; que es avaricioso y egoísta, mientras yo «no creo en que el dinero prevalezca sobre otros valores»; o alguien que es excluyente y aprovechado mientras yo «soy comprensiva e inclusiva». También como parte de ese intento, nos reservamos en exclusividad lo que nos gustaría ser, una idealización inmaculada, adscribiéndonos cualidades deseables y negándoselas a esos ‘otros’. Solo si el otro es completamente ‘malo’ yo puedo ser completamente ‘buena’. Sin embargo, esta dicotomización, nos va a traer problemas. Para empezar, no resuelve nuestras incongruencias, más bien al contrario, las vuelve ciegas al externalizarlas artificialmente, y, por tanto, más persistentes y vívidas en nuestra privacidad, crecientemente problemáticas dentro. Para seguir, negar a quien acusamos de ser esto o aquello las cualidades humanas positivas, deseables o potencialmente relevantes para resolver las diferencias, nos encierra en un mundo de paranoia en el que tenemos que controlar los movimientos de esos ‘otros’ para que no se nos acerquen y nos manchen con su egoísmo, intransigencia, avaricia, o violencia potenciales. Tolerar nuestras incongruencias como parte de la naturaleza también nos permite tolerar la ajena. Entender que el otro y yo necesitamos comprensión y confianza quizá haga más probable que la oscilación natural, la incongruencia, caiga del lado de lo que todos deseamos. Quizá, para solucionar las diferencias, tenemos que empezar a hacernos responsables de nuestras propias flatulencias, como resultado de estar vivos.