2025 UZT. 13 PSICOLOGÍA Movimiento, fuera y dentro (Getty) Igor Fernández Hay relojes que funcionan con el movimiento, el cual acciona un mecanismo oscilante que le da la energía para que las agujas se muevan. El movimiento sirve a la intención que le pongamos, para conseguir el objeto deseado. Bien sea esto un objeto real en el armario de la despensa, o bien uno figurado, un deseo o un proyecto, en un futuro cercano. Es ingente la bibliografía que asocia el movimiento a una mejor salud, a una mejor funcionalidad durante más tiempo (como en el reloj, el movimiento nos da también tiempo de vida). Cabe preguntarse: si el movimiento mejora el cuerpo, ¿qué ‘movimientos’ mejoran la mente? ¿Cómo podemos seguir siendo flexibles y funcionales psicológicamente? En ese sentido, del mismo modo que tenemos que luchar con la pereza para mover el cuerpo -una pereza sustentada en la conservación de la energía-, también nuestros aprendizajes, o los patrones que hemos desarrollado y nos guían por la vida, permiten al cerebro conservar su energía al no tener que crear en cada ocasión un procedimiento desde cero, pero al mismo tiempo nos llevan al inmovilismo si nos descuidamos. Con el cuerpo lo hemos oído mil veces: estirar, ejercitarnos, hacerlo a un ritmo racional según nuestra edad y estado de forma pero no dejar de hacerlo, “obligarse”, porque cuanto más lo dejemos más nos costará retomar, como si la función hiciera al músculo, y el movimiento con sentido creara una estructura que permite después desarrollar dicha función. Psicológicamente, desafortunadamente lo hemos oído menos: dudar de las convicciones como una verdad monolítica es un ejercicio de ‘estiramiento’ mental, incluso dudar de la relevancia de la propia historia como creadora de identidad actual, si bien sí como una de las capas posibles, uno de los movimientos que han sucedido, pero no todo lo que somos. Otro de los ejercicios para mantener nuestro mundo interno en movimiento funcional es el aprendizaje, el estímulo de mundos distintos y nuevos, que despierte la curiosidad, la sorpresa, y la motivación por saber más, por experimentar más, no solo por ‘volver’ a hacerlo, sino por hacerlo ‘de nuevo’ -hay una diferencia-. Esta necesidad de adaptación nos pondrá en movimiento. Otra de las maneras de flexibilizar la mente, de prepararla para los retos, para cuando perdamos el equilibrio y trastabillemos, es habituarnos a mirar más allá de lo evidente. Las posibilidades que puede ofrecer el futuro se esconden a menudo tras una apariencia de inmutabilidad o imposibilidad, pero hace falta una herramienta para abrir esa caja y desatar esa versión de lo que queda por vivir: la creatividad. El arte, la poesía, la literatura, la danza, el cine, la música, son disciplinas que obligan a sus actores a ir ‘más allá’; también el interés científico, la búsqueda de conexiones entre lo que existe, que despliega la posibilidad de lo que aún no existe. Esa manera de mirar, nos ejercita psicológicamente. Y, por último, el descanso. No hay crecimiento posible sin la pausa necesaria para que el músculo se genere, o para que una nueva faceta de la propia personalidad se encarne. El descanso es el momento en el que, una vez hecho nuestro esfuerzo, el cuerpo y la mente se crean a sí mismos generosamente. Y, entonces, deja de ser un esfuerzo.