2025 IRA. 07 PSICOLOGÍA Amor sin deuda (Getty) Igor Fernández El amor es una carretera de doble sentido. Por un lado queremos sentirnos amados, amadas. Lo necesitamos y también lo deseamos. Esa vivencia es una condensación de muchos otros actos y actitudes que van llenando un tanque más o menos grande en cada cual. Cuando nos sentimos seguros, seguras, tenidos en cuenta, cuando notamos que esa persona tiene y muestra su interés, cuando también cambia y se adapta a nuestras necesidades, cuando comparte nuestras experiencias como algo conocido… Cuando notamos todo eso, la conclusión resultante es la de sentirnos queridos, queridas. Con cada una de esas acciones anteriores de las que somos receptores, receptoras, se va llenando un poco más el tanque del que hablamos. La vivencia de ser amados genera por sí misma pensamientos, sentimientos y respuestas de reciprocidad. Es lógico que la respuesta que nos salga sea también expresar nuestro afecto de vuelta, nuestro agradecimiento, y amor, en una palabra. El amor recibido pide espontáneamente una respuesta análoga. Sin embargo, a veces recibimos menos de lo esperado o deseado, de alguien a quien nosotros, nosotras, estamos queriendo. Y es que, no siempre las relaciones son equitativas a este respecto. Quizá es una cuestión de grado o de categoría, pero cuando notamos una diferencia entre lo que damos y recibimos nos surge el dilema. ¿Estaremos dando demasiado? ¿Nos daremos de morros con la realidad y nos decepcionaremos? ¿Es momento de recular y no mostrar tanto afecto? ¿O quizá deberíamos pedir o exigir una respuesta análoga a la otra persona? Cuando el afecto lo vivimos como un intercambio, como una transacción que debe quedar a cero después de calcular el ‘debe’ y el ‘haber’, es lógica la reacción exigente, o la sensación de deuda, de algo no retornado que es nuestro derecho. Y es que, a veces, el amor se ofrece con un objetivo secreto, con una expectativa de que la otra persona ‘debe’ sentir como yo, porque «el amor que yo siento es eminentemente algo bueno que doy». La reciprocidad es importante pero la equivalencia quizá es demasiado pedir -o que nos pidan-. Es una tortura vivir una relación relevante desde una perspectiva así porque siempre va a haber desigualdades, falta de compás en la expresión del afecto, o visiones distintas sobre el mismo ‘objeto’ de amor. Si en todo lo demás miramos diferente al mundo, ¿por qué con el afecto deberíamos tener un rasero distinto? Somos libres de amar, y quizá, si echamos de menos la iniciativa podemos ofrecerla, si nos falta aceptación por parte de otros, podemos pedirla y ofrecerla. Y quizá, cuando estamos en disposición de dar sin esperar la equivalencia, pueden pasar dos cosas: puede que la otra persona no cambie y tengamos que irnos de la relación por ‘inanición afectiva’ pero puede que nuestra iniciativa provoque algún tipo de cambio. Sea como fuere, quizá no merece la pena esperar secretamente a que el otro ‘nos llene’ y podamos ‘llenarnos’ acercándonos voluntariamente al otro, sin generar ninguna deuda.