2025 IRA. 28 CUANDO REGRESAR ES IRSE María Luisa Elío, una vida de película García Márquez le dedicó «Cien años de soledad» y, sin embargo, eso no pasa de ser una anécdota más dentro de una peripecia vital y artística tan fascinante como desoladora, marcada por los desastres de la guerra, la herida melancólica del exilio o la fugaz vuelta a una ciudad, la Iruñea de 1970, en la que regresar era irse, como escribió en su novela «Tiempo de llorar». María Luisa Elío firmó, además, el guion de «En el balcón vacío», película que también interpretó y que fue rodada en México por exiliados republicanos tras el golpe militar de 1936. Fotograma de «En el balcón vacío», en el que la niña Nuri Pereña interpreta a una María Luisa Elío de ocho años, que presencia desde su ventana los primeros horrores del golpe militar. Cortesía de EQZE Patxi Irurzun La figura de la escritora y actriz iruindarra María Luisa Elío continúa siendo la de una gran desconocida, incluso en su ciudad natal. A pesar de ello, millones de personas en todo el mundo han leído en al menos una ocasión su nombre, pues este aparece impreso en las primeras páginas de un clásico de la literatura universal. A ella, y a su marido por entonces, el cineasta Jomí García Ascot, les dedicó Gabriel García Márquez “Cien años de soledad”. El matrimonio se convirtió en sustento moral y económico mientras el Nobel colombiano escribía su obra maestra. Ellos fueron, además, los primeros que oyeron de boca del escritor la fabulosa historia de los Buendía y la alentaron. Aunque la suya, la historia de María Luisa Elío y su familia (la de su padre, por ejemplo, el juez Luis Elío, que pasó toda la guerra del 36 oculto en un pequeño lavadero en la Casa de Misericordia de Iruñea) no se quedaba atrás ni resultaba menos increíble; con la diferencia de que en su caso no se trataba de realismo mágico, sino de una trágica y desoladora verdad, que arrasaría sus vidas, y que los Elío contarían en libros como “Soledad de ausencia”, en el caso del juez, en la novela “Tiempo de llorar”, de su hija María Luisa, o en la película “En el balcón vacío”, cuyo guion escribió también esta última, además de interpretar el papel principal. La película se rodó en México en 1961-1962, pero recobra actualidad estos días, pues acaba de ser restaurada por Elías Querejeta Zine Eskola y ha sido proyectada en la sección Klasikoak de Zinemaldia. UN PELIGROSO COMUNISTA Pero para comenzar a contar esta historia hay que remontarse a 1926, año en el que nace María Luisa en el seno de una aristocrática familia pamplonesa. Su padre, Luis Elío, juez municipal y presidente de los Jurados Mixtos de la capital navarra, provenía de una estirpe de grandes terratenientes, de ideología carlista, para la cual el juez supuso una mácula. Si bien Elío no militaba en ningún partido político e, incluso, era un hombre religioso, sus ideas liberales y humanistas le llevaron a cometer el terrible pecado de repartir entre los renteros que las trabajaban, las tierras que poseía en Barañain, por entonces solo un pequeño pueblito. “Los suyos” no se lo perdonaron. A sus ojos se convirtió en un peligroso comunista, cuyo ejemplo no debía cundir. Luis Elío fue, de hecho, probablemente el primero de los detenidos en Iruñea tras la sublevación fascista, o así lo cita al menos él mismo en su libro “Soledad de ausencia”, en el que relata su apresamiento y los tres años que pasó, tras huir de comisaría, como topo en un pequeño lavadero de la Casa de Misericordia, oculto, paradójicamente, por el director de esta, Blas Inza, a la sazón destacado miembro de la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra (Elío en realidad no da nombres en su relato, tal vez por proteger a quienes le ayudaron. Resulta, por cierto, sorprendente dicha ayuda, tratándose sus salvadores de quienes promovieron el asesinato de miles de navarros, entre los cuales el nombre de Luis Elío estaba especialmente señalado en las listas negras. La protección ofrecida al juez resultaba altamente comprometedora y no sabemos si obedecía a un acto de humanidad o a alguna deuda pendiente; en su libro, por ejemplo, Elío confiesa que silenció algunos procesos abiertos contra religiosos por abusos sexuales o casos de pederastia). También camufla Luis Elío o quizás extravía en la niebla de su memoria la fuga de comisaría. En “Soledad de ausencia” el juez cuenta que fue el propio comisario quien le permitió escapar y que desde las dependencias policiales se dirigió a solicitar protección a la casa en la que permaneció emparedado tres años. La realidad es que fue su amigo Generoso Huarte, capitán de las milicias requetés, quien coincidió casualmente con él en dicha comisaría y lo sacó de esa antesala de una muerte segura, ocultándolo en su domicilio durante un mes, hasta que las visitas de la mujer de Elío, Carmen Bernal, levantaron sospechas. Fue entonces cuando a Elío lo trasladan al trastero de La Meca, la Casa de Misericordia, y queda bajo la custodia de Blas Inza. SOLEDAD DE AUSENCIA “Soledad de ausencia”, escrito muchos años después, en México, narra la angustia de ese encierro: las detonaciones de los fusilamientos en la cercana Ciudadela escuchadas a través de una pequeña ventana; la desesperante ausencia de noticias respecto al paradero de su mujer y sus tres hijas (Carmenchu, Cecilia y María Luisa); el registro que se efectuó en la casa y en el que Elío se salvó haciéndose pasar por un electricista… Finalmente, una vez terminada la guerra, es de nuevo Generoso Huarte quien conduce a Elío hasta la frontera, para dejarlo en manos de un mugalari que lo lleva hasta una borda donde no aparece la persona que debía recogerlo. Agotado, decide entregarse en una comisaría, desde la que será enviado al campo de prisioneros de Gurs. Meses después, se reencuentra por fin con su familia en París, con la que pone rumbo al exilio en México. Pero para entonces Luis Elío, arrasado anímica, física y económicamente (para comprar los billetes de avión debe vender una colección de autógrafos de personajes famosos), es ya un hombre derruido que nunca volverá a ser el que fue, tal y como describe su hija María Luisa en “Tiempo de llorar”: “Pasaron veinte o treinta años antes de que muriera (...), pero el anterior papá ya había muerto”. EQZE EL ROJO DE ELIZONDO ¿Pero qué había pasado entretanto con Carmen Bernal, la esposa del juez Elío, y con sus tres hijas? Los padecimientos que sufrieron no fueron menores. Su viacrucis comienza cuando se desplazan a Elizondo con intención de cruzar la muga. Desde Elizondo, simulando una excursión a pie, llegan hasta Dantxarinea, donde un dentista debía pasarlas al otro lado. El dentista, sin embargo, retrasa el momento de hacerse cargo de ellas y las cuatro mujeres son detenidas por un grupo de falangistas. Antes de regresar a Elizondo, donde permanecerán un tiempo retenidas, les permiten comer en una venta, en la cual ven de nuevo al dentista haciéndoles desde el baño unos gestos que no logran interpretar. Solo después sabrán que la venta se alza justo en mitad de la muga y que desde la ventana de ese baño era posible saltar al otro lado de la frontera. En Elizondo tiene lugar uno de los episodios que más profundamente marcan a María Luisa, y del que dará cuenta tanto en su novela “Tiempo de llorar”, como en la película “En el balcón vacío”: uno de los días que permiten a las niñas salir a pasear por el pueblo se topan con un hombre detenido en un edificio, al que ven a través de unas rejas. Es un extranjero, probablemente miembro de las Brigadas Internacionales. Un grupo de niños le increpa -“¡Rojo, rojo!”- y le arroja piedras. María Luisa, por el contrario, lo mira fija y compasivamente (acaso porque reconoce en él a su padre), y el preso le sonríe. Al día siguiente la niña vuelve para regalarle unos cigarrillos, pero el hombre ha desaparecido. “¡Pum, pum!”, le indica por gestos, imitando un fusilamiento, un muchacho. Finalmente, Carmen Bernal y sus hijas son puestas en libertad. Se dirigen entonces a Donostia, donde permanecen un tiempo, hasta que logran atravesar el puente de Santiago, en Irun. Volverán a entrar a la zona republicana por Catalunya y vivirán en València y Barcelona. En Barcelona, Carmen Bernal trabaja para el ministro socialista Indalecio Prieto, que jugará posteriormente un papel importante en el devenir de la familia Elío durante su exilio mexicano. De Barcelona se desplazarán a París donde, tras muchas peripecias (hasta tres veces les llega la noticia de la muerte de Luis Elío), logran reunirse con este, en un reencuentro que no se puede calificar precisamente de feliz. Luis Elío no consigue articular palabra; tiene los pies destrozados, reducidos a una masa morada e informe; y llora, solo llora; es ya solo una sombra de sí mismo. Mural con la figura de María Luisa Elío en la Biblioteca de Barañain, que lleva su nombre. Iñigo Uriz | FOKU EL TESORO DEL VITA Los lances novelescos no terminan una vez que los Elío-Bernal se exilian a México, a donde llegan vía Estados Unidos tras un accidentado paso por Ellis Island, el terrible centro de control migratorio neoyorkino, en el que Luis Elío es separado de su familia durante una semana, a cuenta de una ictericia que ha sufrido durante el viaje en barco. Ya en México, a los Elío-Bernal les es encomendada una misión: bajo la apariencia de una familia normal, deben convertirse en los custodios del conocido como el tesoro del Vita, un cargamento de joyas, diamantes y oro que el Gobierno de la Segunda República pone a recaudo en el país centroamericano, a donde lo hace llegar en el yate Vita, pilotado por el marino lekeitiarra José de Ordorika. Indalecio Prieto es en ese momento embajador de la República en México y encomienda la comprometida tarea de ocultar el caudaloso tesoro a la familia navarra. María Luisa Elío narra el episodio en uno de sus relatos, “Voz de nadie”, en el que, entre otras andanzas (convivencia con hombres armados, un intento de asalto, una explosión provocada por productos químicos, etc.), describe cómo en cierta ocasión debe advertir a quienes estaban lavando piedras preciosas en un fregadero que coloquen un trapo sobre el desagüe porque las más pequeñas se están escurriendo. Y lamenta que, a pesar de la precariedad en la que estaban obligados a vivir y de que más adelante la familia se sintiera desatendida por Prieto, sus padres se negaran a apartar algunas de esas pequeñas joyas, sobre las que el control no era, como hemos visto, precisamente exhaustivo. Tres fotogramas de «En el balcón vacío». En uno de ellos, la Guardia Civil persigue a un huido durante las primeras horas del alzamiento fascista. En otro, las Elío buscan un mugalari para cruzar la frontera. EQZE EQZE EQZE LAS MUSAS SE DESPIERTAN EN LA HABANA En 1941, Luis Elío y Carmen Bernal se separan. La estabilidad familiar se ha quebrado por culpa de los problemas económicos y la depresión del juez, quien se trasladará a vivir a Acapulco. Los lazos entre María Luisa y su padre se rompen. La joven, de naturaleza soñadora y creativa, comienza a frecuentar círculos artísticos de la capital mexicana. Participa en el grupo Poesía en voz alta, dirigido por Octavio Paz y frecuentado por intelectuales como Carlos Fuentes o Leonora Carrington, publica algún cuento en revistas, consigue pequeños papeles en películas… Es en ese ambiente donde conoce a Jomí García Ascot, cineasta e hijo como ella de exiliados republicanos, con quien contraerá matrimonio y con quien se integrará en un círculo de intelectuales entre los que se encuentran Luis Buñuel, Álvaro Mutis, Jose Bergamín… García Ascot participará activamente en los inicios del ICAIC, la famosa escuela cubana de cine. La pareja vive durante unos meses en La Habana. Allí María Luisa comienza a esbozar las primeras páginas de “Tiempo de llorar”, sugestionada -tal y como señala Eduardo Mateo Gambarte, autor de la principal biografía de la escritora (“María Luisa Elío Bernal: la vida como nostalgia y exilio”)-, por la presencia de los barbudos revolucionarios, que le evocan el ambiente bélico de su Iruñea natal. Los borradores de la escritora caen casualmente en manos de Alejo Carpentier, quien alienta su impulso literario. Y esos escritos son a su vez la base del guion para “En el balcón vacío”, que dirigirá Jomí García Ascot a la vuelta del matrimonio a México. “En el balcón vacío” se rueda durante cuarenta fines de semana con un presupuesto ínfimo, con la colaboración y la aportación económica de amigos. Leonora Carrington, por ejemplo, vende uno de sus cuadros para conseguir fondos. Y algunos escritores se convierten en parte del reparto, como Salvador Elizondo o Álvaro Mutis, quien interpreta una pavorosa escena, en la que se recrea el encuentro de la niña María Luisa en un parque de Iruñea con un desconocido, quien intenta sonsacar a la pequeña el paradero de su padre, haciéndose pasar por un amigo suyo. MACONDO CON REMINISCENCIAS NAVARRAS Quien no participa en la película es Gabriel García Márquez, a juicio de María Luisa porque su aspecto no resultaba muy navarro. Habían conocido al colombiano a su regreso de Cuba (a pesar de que coincidieron temporalmente en La Habana, sin que nadie llegara a presentarlos). De inmediato, se establece una íntima relación de amistad con él. García Márquez tiene ya en su cabeza todo el universo de Macondo, que revela en una cena en casa de Álvaro Mutis a, entre otros, Jomí y María Luisa, que le escuchan embelesados, especialmente ella. «¿Te gustó?», le pregunta fascinado el futuro Premio Nobel. «Es fascinante», contesta ella. «Pues es para ti». Y añade, Elío, en la entrevista: «Me llamaba por teléfono. Insistía: “Voy a leerte un fragmento y quiero que me digas qué piensas”. O: “Te voy a contar cómo están vestidas las mujeres. ¿Qué más crees que deben usar?, ¿de qué color debe ser el vestido?”. Era maravilloso». El apoyo a García Márquez durante el proceso de escritura, no solo anímico sino también en determinados momentos económico, es determinante, y por eso les dedica a ella y a su marido su obra más conocida o los convierte en lectores cero de otras como “El amor en los tiempos del cólera” (por cierto, al parecer, una tía navarra de María Luisa, que compartía con ella el mismo nombre y apellido, se sintió ofendida por la dedicatoria de “Cien años de soledad”: «¿Y por qué me dedica a mí este señor todas estas obscenidades?», dicen que dijo). Editorial Renacimiento Pamiela Argitaletxea ¿UNA VIDA DE PELÍCULA? En cuanto a la película, una vez finalizada se presentó en algunos festivales europeos, donde obtuvo reconocimientos, pero en México no llegó a ser estrenada en salas comerciales y, con el paso del tiempo, fue cayendo en el olvido, si bien con cierto aura de film de culto, por su adscripción a la nouvelle vague y el cine de vanguardia y por ese valor histórico de ser la primera película rodada en México por republicanos exiliados. El periodista, historiador y divulgador cinematográfico Ramón Herrera, que escribió para la Filmoteca Navarra un libro dedicado a la figura y la obra de María Luisa Elío, señala deudas de “En el balcón vacío” en películas de Carlos Saura, como “Cría cuervos” o de Víctor Erice, como “El espíritu de la colmena”. Pero, si hay algo que destaca impresionado, es la escena en la que María Luisa Elío regresa a su casa de Iruñea: «Es increíble, porque se trata de una ensoñación que vaticina lo que sucederá realmente años después, en 1970, cuando ella viaje a su ciudad natal, con su hijo Diego, y tenga un reencuentro fantasmal con los escenarios de su infancia, con una ciudad que ya no existe, un paraíso perdido. En la película, mientras María Luisa sube las escaleras que le llevan a su piso de la calle Roncesvalles, se cruza en dos o tres ocasiones con la pequeña Nuri Pereña, que interpreta en “En el balcón vacío” el papel de la propia María Luisa de niña». Efectivamente, María Luisa Elío volverá a Iruñea en 1970, en un viaje que la trastornará y al mismo tiempo será la mecha que encienda la redacción definitiva de “Tiempo de llorar”. Dos años antes ha muerto su padre, se ha separado de Jomí, su madre, Carmen Bernal, tiene graves problemas de salud y dolores que solo consigue paliar recurriendo adictivamente a la morfina… Frente a todo ello, la escritora se refugia en el recuerdo melancólico de su infancia en Iruñea, evocando los lugares en que fue feliz (la Taconera, el Parque de la Media Luna, el piso de la calle Roncesvalles, los juguetes y objetos que dejó allí…). Sin embargo, cuando regresa a la ciudad, solo encuentra fantasmas, un mundo que ya no existe, poblado de recuerdos dolorosos y espectros de muertos (su padre, el preso de Elizondo…). Todo ello le afecta profundamente y, cuando vuelve a México, llega incluso a internarse en una clínica psiquiátrica. La escritura definitiva de “Tiempo de llorar” será su medicina. La encabeza con esa frase demoledora y sanadora al mismo tiempo: «Y ahora me doy cuenta de que regresar es irse. Es decir, que volver a Pamplona es irse de Pamplona». La novela, deliberadamente fragmentaria (en ese sentido se anticipa a corrientes literarias posteriores), incluso deslavazada, escrita sobre una especie de inquietante lienzo de bruma, dibuja una ciudad gris, triste, fría (se describe, por ejemplo, una improbable nevada a inicios de septiembre -la hemeroteca, de hecho, nos revela en esos días unas temperaturas mínimas en torno a los 12 grados-). Con “Tiempo de llorar” María Luisa Elío cierra la herida. Sus últimos años serán más plácidos. Trabaja en el Museo de Bellas Artes de México DF como coordinadora de exposiciones, y en Televisa como productora y directora de programas culturales, recibe en su casa de Coyoacán a periodistas, a su biógrafo, Eduardo Mateo Gambarte, ve poco a poco cómo su figura comienza a ser reivindicada (en Iruñea, tímidamente y de manera posterior a su muerte, que tiene lugar en 2009: en 2018 se da, por ejemplo, su nombre a la Biblioteca Pública de Barañain; ese mismo año, la plaza situada frente a la Audiencia Provincial de Navarra pasa a llamarse Luis Elío…) Podemos concluir diciendo que la vida de los Elío es, ciertamente, una vida de película, pero no podemos olvidar toda la devastación que acompaña a la peripecia humana. Javier Eder tituló su magnífico prólogo para la edición de Pamiela de “Soledad de ausencia” como “Luis Elío o los desastres de la guerra”, haciendo alusión a los grabados de Goya, uno de los cuales ilustra la cubierta de la obra (Goya, por cierto, pintó a un ilustre pariente de los Elío, el Marqués de San Adrián, cuyo retrato visitó María Luisa con su hijo durante su vuelta a esa Ítaca en que había convertido la Pamplona de su infancia). Los desastres, en fin, de la guerra y la fatalidad de los humanos, incapaces de detenerla y de evitar con ella todas sus heridas, todos sus muertos y todos sus muertos en vida. Y, frente a ello, personas como Luis Elío o su hija María Luisa, cuyas figuras y obras no podemos dejar de reivindicar como testimonio, memoria y antídoto contra la barbarie que no cesa. EQZE «Soledad de ausencia» “Soledad de ausencia (Entre las sombras de la muerte, España, 1936)”, de Luis Elío, fue publicada por primera vez por la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) en 1979. Pamiela la reeditó aquí en 2002. Pello Elzaburu, editor de Pamiela, recuerda la peripecia para conseguir los derechos: «No había manera de encontrar un contacto. Hasta que Javier Eder -autor también del prólogo de la edición de Pamiela- se topó con el apellido Elío entre una lista de firmantes en favor de la marcha zapatista hacia la Ciudad de México: Mariano Noriega Elío, un profesor de Ciencias de la Salud de la UNAM, que resultaría ser, efectivamente, hijo de Cecilia Elío, y nieto del juez Luis Elío». A través de Mariano, los editores navarros conseguirían contactar con su primo Diego, hijo de María Luisa Elío y Jomí García Ascot. Con él se llevaría a cabo el trato puramente económico, recuerda Elzaburu, que se desplazó a México para cerrarlo, pero el trato más emocional y la sintonía ideológica sería con la otra rama de la familia, los Noriega, de quienes rememora algunas anécdotas: «A Mariano le entusiasmó que publicáramos “Soledad de ausencia”, porque lo sentía como una manera de restaurar y desagraviar la imagen que tenía de su abuelo, al que recordaba como un hombre gruñón, malhumorado, al que le irritaban los niños». Rememora Elzaburu cómo la hermana de Mariano, Guadalupe Noriega Elío, visitó años después Iruñea, y se emocionó al ver Barañain, que solo era un pueblito cuando Luis Elío cedió las tierras a sus trabajadores: «¡Bellísimo!, me acuerdo que decía al ver los bloques de viviendas. Ella pensaba que a su abuelo le habría gustado comprobar cómo al final todas aquellas tierras que él cedió a sus renteros se habían convertido en casas para familias trabajadoras». La segunda vida de «En el balcón vacío» “En el balcón vacío” (1962) ha sido restaurada de la mano de EQZN (Elias Querejeta Zine Eskola), por iniciativa de uno de sus estudiantes, Luis Alberto Juárez Pineda, utilizando una copia de la película conservada en la Filmoteca UNAM, de Ciudad de México. La restauración ha subsanado roturas, rayas, manchas y polvo y, por otra parte, ha permitido identificar imágenes de archivo de la Guerra del 36 incluidas en la película. Estas pertenecen a “Tierra de España” (“The Spanish Earth”, 1937), un documental realizado por el documentalista neerlandés Joris Ivens, coescrito junto con Ernest Hemingway, John Dos Passos, Lillian Hellman y Prudencio de Pereda, y narrado por Orson Welles. La restauración de “En el balcón vacío”, que ha contado con el apoyo del Gobierno de Nafarroa y la colaboración de Diego García Elío, hijo de Jomí García Ascot, director del film, y de María Luisa Elío, guionista y protagonista, ha otorgado una nueva vida a “En el balcón vacío”, que ha sido proyectada en festivales como Il cinema Ritrovato, en Bolonia, o en Zinemaldia, dentro de la sección Klasikoak. El juez Luis Elío permaneció oculto los tres años de la Guerra del 36 en un pequeño lavadero de la Casa de Misericordia de Iruñea. Tras cruzar la muga, recaló en el campo de Gurs, antes de exiliarse con su familia a México «García Márquez me llamaba por teléfono. Insistía: “Voy a leerte un fragmento y quiero que me digas que piensas”. O: “Te voy a contar cómo están vestidas las mujeres. ¿Qué más crees que deben usar?, ¿de qué color debe ser el vestido?”. Era maravilloso».