2025 IRA. 28 Réquiem por un cuento Emily Blunt y Dwayne Johnson, en una escena de «The Smashing Machine», de Benny Safdie. Un drama deportivo sobre las artes marciales mixtas que fue premiado en el Festival de Venecia a la mejor dirección. Mariona Borrull {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} En el cine hay categorías muy torpes. Como “musical” o “animación”, el “drama deportivo” augura poco más que un marco temático, dejando a la masa del “drama” la cantidad de introspección que abre, o de acción trepidante que traquetea, el trenecillo dramático del personaje protagonista. El marco temático de “The Smashing Machine” despierta interés en sí mismo. La precariedad que vivieron los profesionales de la Ultimate Fighting Championship a finales de los noventa contrasta con la posterior mitomanía del wrestling, sobre la que toda mi generación se ha educado. Amparándose en argumentos de barbarie, en los noventa las cadenas de cable estadounidenses comenzaron a vetar las peleas de la MMA (artes marciales mixtas, entendidas como la danza contemporánea de la lucha libre). Decenas de boxeadores migraron entonces a Japón, donde sí había un sistema de patrocinios armado para un público educado, pero la competencia se convirtió en una presión feroz. Deportistas emergentes como Mark Kerr, que en “The Smashing Machine” es interpretado por un relajado Dwayne Johnson, se convirtieron en freelances mal remunerados y constantemente en lucha contra los tiempos de recuperación necesarios para llegar a final de mes. El mercado estadounidense no tardaría en recuperar el interés por los rings pero, por aquel entonces, la carrera de Mark Kerr ya había quedado lacrada para siempre por una grave adicción a los analgésicos y la tortuosa relación con su pareja (Emily Blunt). Un drama deportivo, en cualquier caso, es siempre una historia de ascenso y de caída, y como el deporte encumbró y hundió a Kerr, también el cine se dispone a zarandearlo. Sin embargo, qué tan pequeño queda el drama deportivo ante la realidad del film de Benny Safdie. Mark Kerr irrumpe en la competencia de artes marciales mixtas como una bola de derribo, noble pero descabezada. En su combate inaugural, destroza a un oponente y procede a pedirle disculpas de corazón. Luego, con el carisma que otorga la total franqueza, admite simplemente ser incapaz de pensarse derrotado. La parábola del drama deportivo, pues, debería llevarlo a la victoria habiendo valorado por fin el fracaso como peaje necesario y edificante: aprender a perder, para merecerse el ganar. Pero, como en el final de “Diamantes en bruto” (que Benny Safdie dirigió con su hermano Joshua), la victoria y la derrota en “The Smashing Machine” son estados totalmente sujetos al azar, y la auténtica filosofía pasa por entenderlos -junto con la fama- como trivialidad absoluta. Así, sin destriparla, la película desvela el absurdo tras la épica del drama deportivo: que el ascenso y la caída son épicas de pega guiados por un éxito aleatorio e intrascendente. Que lo que importa, y manida sea una verdad impepinable, está en otra parte, o quizás en uno mismo.