2025 AZA. 09 IRITZIA 20N David Fernàndez {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} Hace mucho, en 1991 y con anticipada lucidez, alguien anunció que lo más complicado de la transición democrática española sería explicarla a la chavalería, cuando empezasen a formular preguntas algo más que incómodas, inocentes o (im)pertinentes. En parte fue así y no fue así, porque los jóvenes que osaron preguntar recibieron trato aparte, a medio camino entre el jarabe de palo, el aceite de ricino y la criminalización recurrente. La lobotómica ley de amnesia -pensada precisamente para que la muchachada nunca preguntara nada- no resultó del todo, hubo galias resistentes de la memoria y el olvido impuesto se acabó socavando en nombre de tantos que se quedaron sin respuesta. El 15M de 2011 una pancarta todavía rezaba “qué larga se está haciendo la transición de la dictadura a la democracia”. De la memoria donde ardía, años después, leí la mejor disección, casi biológica, de aquella transacción con la dictadura, resultado del cúmulo de equilibrio de fragilidades, renuncias y agotamientos que describiera Manolo Vázquez Montalbán. Aquella cirugía fascista, la España de Procusto, fue una vasta operación de ortopedia, una larga espera planificada para finalmente dejarnos votar de nuevo: pero solo, y a condición sine qua non, de que votáramos bien. Nudos gordianos y clarificaciones históricas, en 1976 Felipe González ya era Jano-3 para el SECED de Carrero Blanco e “Isidoro” ya prometía entonces inquebrantables adhesiones a la unidad de España cuando se reunía con el general Casinello en los reservados de los hoteles madrileños. Jano, la figura mitológica de las dos caras. Dos caras -Franco, Juan Carlos I- de una misma moneda. Y el séquito impertérrito de los poderes fácticos que anidan sus privilegios en abril de 1939, ratificados en 1978. En cualquiera de los casos, la historia no oficial nos recuerda drásticamente que todos los esfuerzos por una mínima memoria democrática han surgido siempre desde abajo, en márgenes y tangentes insumisas, con una obstinada perseverancia arraigada en el tejido social resistente contra la implacable ley del silencio. Por eso el pasado 27 de septiembre el Anaitasuna de Iruñea estaba repleto de raíces y vientos -Txiki, Otaegi-. Han pasado 50 años ya. Y 50 años era el período mínimo que sugería Espartero para bombardear Barcelona recurrentemente “por el bien de España”, para cuando nos diera por votar mal, pensar peor y vivir mejor. Los cambios de rasante del siglo XXI han guardado en el armario, aparentemente, el añejo verde oliva militar golpista, que ha dejado paso al negro toga azabache judicial. Es sabido que los números de la democracia siempre esquilan las cuentas de la dictadura. Será por eso que ya cotiza al alza extrema, en el mercado ultra electoral y el algoritmo destropopulista, la suspensión de la autonomía, las ilegalizaciones futuras y la proscripción de nuestras lenguas. Ya saben, mejor que nosotros, que volveremos a votar mal. Por la ancestral manía de querer vivir mejor. La historia no oficial nos recuerda drásticamente que todos los esfuerzos por una mínima memoria democrática han surgido siempre desde abajo, en márgenes y tangentes insumisas, con una obstinada perseverancia arraigada en el tejido social resistente contra la implacable ley del silencio