2025 AZA. 09 PSICOLOGÍA Arte (Getty Images) Igor Fernández {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} Cuando nos involucramos en una actividad artística, tanto creando como al ponernos frente a la obra y recibir su mensaje, nos pasan muchas cosas por dentro. Más allá de intentar desvelar los entresijos que recorre y protege el arte y cómo funciona, siempre ha sido precisamente un misterio el porqué de tanta implicación y relevancia a lo largo de la historia. Quizá ese porqué no deba ser más que una curiosidad, y no una autopsia, si no queremos matar con el análisis la experiencia. Pero, más allá de esa búsqueda interesante, sí sabemos qué nos sucede cuando nos involucramos. Por un lado, está la experiencia subjetiva inmediata, la sensación y la emoción, y el pensamiento que va con ellas es una experiencia completa, como cualquier otra que vivimos; no se trata solo de una observación interesante, cuando el arte nos habla, nos atrapa fisiológicamente, como han comprobado los psicólogos del Centro Penn de Neuroestética de la Universidad de Pennsylvania (EEUU). En el cerebro esto se refleja con la activación de áreas sensorio-motoras, donde percibimos los movimientos, formas y colores (y no solo en su área receptiva, sino también en sus áreas de acción, es decir, el cerebro se activa como si lo estuviéramos “haciendo”); también el sistema de evaluación emocional, que gestiona la reacción emocional y el circuito de recompensa y placer (la emoción es supervivencia); y también el sistema de significación y memoria. En otras palabras, los científicos comprueban algo que ya sabemos por experiencia propia: nuestro cerebro actúa como si estuviera frente a una realidad con valor para nosotros. Parte de esta activación reside en que el objeto artístico esté cargado, en su forma, de intención y significado, a la hora de ser creado; una “proyección” autoral que los receptores perciben, intuyen y de la que participan. Algo así como si la autora dijera «en esto que te muestro hay una invitación a ir más allá, a otra dimensión oculta de este “objeto”, ¿quiere ir conmigo a descubrirlo?». Quizá el arte es una de las expresiones humanas más idiosincrásicas, más propias, al intentar también descubrir de qué va esto de vivir en este mundo. En la sociedad que estamos creando, corremos el riesgo de intentar entender, diseñar y, sobre todo, dar una función concreta y “productiva” a la expresión creativa del valor de lo que no entendemos o queremos explorar. Aplicándole unas leyes que sean coherentes con el mercado, más que con la libertad individual y colectiva, o la pura conexión con el misterio que nos rodea por fuera y por dentro. Participar del arte no es solo un entretenimiento, un pasatiempo utilitario (y, por tanto, dentro de la lógica mercantilista), sino un estallido imparable de humanidad que resuena a través de las circunstancias y el tiempo. Y eso nos pertenece a todos.