2025 AZA. 23 DE DISCORD A LAS CALLES El grito ahogado de la Generación Z en Marruecos Mientras el país despilfarra fondos en nuevos estadios de fútbol de cara al Mundial de 2030, la juventud marroquí se echó a las calles el pasado mes de octubre pidiendo más inversión en sanidad y educación ante unas expectativas de futuro frustradas. Hubo víctimas mortales, miles de detenidos y duras condenas. Alrededores del estadio de Rabat. Jairo Vargas Jairo Vargas (Intérprete: Yousra El Otmany) Me agarraron aquí», señala Youness Belaidii mientras muestra en su móvil el vídeo de su detención. Tiene que girar todo el cuerpo para apuntar con el dedo. Lleva un collarín desde que varios policías lo redujeran a la fuerza el pasado 28 de septiembre, el segundo día de protestas pacíficas protagonizadas por la llamada Generación Z de Marruecos. «No nos esperábamos este nivel de violencia», reconoce junto a la plaza Sraghna, uno de los lugares de concentración en Casablanca, donde fue detenido junto a decenas de manifestantes que no habían generado ningún incidente. Licenciado en Derecho Público y máster en Políticas Públicas, Belaidii roza la treintena y solo ha podido acceder a un empleo a tiempo parcial en una organización por los derechos humanos y la participación política. Él y la destartalada furgoneta que conduce son buena metáfora de las expectativas frustradas de su generación, un resumen andante de por qué la juventud marroquí se echó a las calles durante tres semanas seguidas para exigir más inversión pública en sanidad y educación y menos estadios de fútbol faraónicos. «Estaba volviendo al coche para irme y de repente llegaron varios agentes a detenerme. Les dije que yo no estaba haciendo nada, que ni siquiera había estado dentro de la plaza. Comenzamos a forcejear hasta que me subieron al furgón. Fue así como me lesioné el cuello», recuerda. La razón de su detención, dice, hay que buscarla el día anterior, cuando acudió a la primera protesta junto a otros compañeros. Eran cientos de personas, sobre todo estudiantes, menores incluidos, que respondieron a la convocatoria anónima lanzada a través de redes sociales. Sin líderes ni organizaciones visibles, la Policía estaba confusa, sin objetivos claros. «Un comisario en persona empezó a gritar a la gente para que se fuera. Cuando me gritó a mí, le respondí que no me iba a ir. Fue un acto de valentía por pura adrenalina, porque todos teníamos miedo. Le dije que estábamos en un espacio público y que no había prohibición oficial, no podían echarnos. La gente empezó a apoyarme y esa discusión la grabaron muchas cámaras, se hizo viral», sostiene. Al día siguiente, a pesar de mantenerse alejado, acabó en comisaría. Escenas similares se dieron en Rabat, Tánger, Marraquech, Oujda, Agadir, Beni Mellal y un sinfín de ciudades de todo el país. Instagram y Tik Tok se llenaron de vídeos en los que agentes de civil detenían a jóvenes que gritaban con un megáfono, a chicas que daban declaraciones a la prensa o a estudiantes que sostenían carteles con la frase “Quiero ser médico”. Arrestos arbitrarios, sin motivo aparente y sin escatimar en fuerza bruta fueron la tónica general durante dos días, pura gasolina que avivó y extendió unas protestas que el régimen de Mohamed VI no acertaba a encuadrar. «Querían saber quiénes eran los organizadores. Éramos decenas en los calabozos, pero a todos nos sometieron a varios interrogatorios muy exhaustivos. Dónde naciste, dónde estudiaste, quiénes son tus padres, tus hermanos. En mi caso, sabían perfectamente que milito en el Partido del Progreso y el Socialismo [heredero del Partido Comunista de Marruecos, con 22 escaños de los 395 de la Cámara de Representantes]», recuerda. «Aquellos dos días lo cambiaron todo, se perdió el miedo a salir a la calle, y eso es un gran logro en nuestro país», dice. DETENIDOS POR MILES Pero pronto quedó claro que el miedo no iba a desaparecer fácilmente. Fiel a su estilo, el régimen reaccionó con una dura represión policial que fue escalando hasta que empezaron a estallar graves disturbios, sobre todo en las periferias y barrios marginales de algunas ciudades. El saldo es demoledor. Tres jóvenes murieron por disparos de las fuerzas policiales durante el asalto a un puesto de la Gendarmería cerca de Agadir, al sur del país. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) ha contabilizado alrededor de 2.000 detenciones desde el inicio de las manifestaciones, el pasado 27 de septiembre. Cientos siguen en prisión preventiva y, otros tantos, en libertad bajo fianza a la espera de juicio. Entre ellos hay más de 300 menores y en el aire quedan todavía cientos de condenas con peticiones que llegan a 15 o incluso 20 años de cárcel para jóvenes que no alcanzan los 30 años. La abogada Yasmine Zaki, en la sede del Partido del Progreso y el Socialismo (PPS). Jairo Vargas Younes Belaidii, militante del mismo partido, muestra el sitio de su detención durante las protestas juveniles. Jairo Vargas Houda Abouz, una de las raperas más famosas del país. Jairo Vargas «Desde mi larga experiencia como abogada, creo que hay una voluntad política de que salgan sentencias duras para disuadir a los manifestantes», apunta Souad Brahma, presidenta de la AMDH, la mayor y más antigua organización defensora de derechos humanos del país. «Está claro que han conseguido meterles miedo», afirma para añadir que no cree que «las protestas de este movimiento vayan a terminar aquí». «Lamentablemente esperamos muchas condenas duras, como en el Hirak del Rif [protestas sociales de 2016 y 2017]. Y el problema es que hay una gran cantidad de menores», alerta Brahma. La AMDH ha documentado detenciones preventivas, arrestos en los propios domicilios, juicios rápidos y sin plenas garantías e incluso sin asistencia letrada. «Fue una sorpresa para esta generación que pensaba de verdad que Marruecos había cambiado con la nueva Constitución de 2011. Estas protestas demuestran que muchas de las nuevas libertades son papel mojado», apostilla. Belaidii recuerda que el estallido de la Generación Z no nació en Marruecos espontáneamente, sino al calor de una oleada de indignación juvenil en varios países en vías de desarrollo. Desde Nepal a Indonesia, Madagascar, Filipinas o Perú, los jóvenes se han alzado contra su ostracismo político y social, la corrupción de sus gobiernos y la falta de oportunidades. Sin líderes reconocibles ni organizaciones políticas o sindicales a la vanguardia, organizados online, a través de redes sociales y con la bandera pirata de la serie de anime japonés “One Piece”, salieron a las calles para impugnar sus respectivos sistemas políticos, sociales y económicos. A pesar de la brutal represión -con decenas de muertos en algunos países-, estos jóvenes veinteañeros han logrado cambiar gobiernos, cesar a ministros e incluso derrocar a presidentes. LA HABILIDAD DEL REY Las protestas en Marruecos pararon a mediados de octubre acusando la brutal represión y confiando en que el rey, Mohamed VI, anunciara algunas medidas en un discurso ante el Parlamento. Si algo ha demostrado el monarca alauí en sus 26 años de reinado ha sido su enorme habilidad para resistir cuando todo se derrumba su alrededor. Supo capear las revueltas sociales de las “primaveras árabes” de 2011, que derrocaron las dictaduras vecinas de Túnez, Libia o Egipto y se contagiaban a Marruecos bajo el movimiento “20 de Febrero”. Tras una desmedida respuesta policial, el rey acabó organizando un referéndum del que nació una nueva constitución con más libertades civiles y políticas, al menos sobre el papel. En 2017 sofocó a golpe de redadas y largas condenas el Hirak de la marginada región del Rif, que exigía más inversiones e infraestructuras sanitarias en una de las zonas más empobrecidas y maltratadas de Marruecos. Ahora que vuelven a cristalizar las viejas demandas nunca satisfechas y que lo hacen en todo el país, Mohamed VI ha vuelto a erigirse como árbitro magnánimo entre la juventud defraudada y el Gobierno presidido por Aziz Ajanuch, el segundo hombre más rico del país, después del propio rey. Ante las mayores protestas sociales de las últimas dos décadas y también la mayor represión, sabía que tocaba hacer concesiones. Hacerlas él mismo, en persona. Diez días después de un discurso ambiguo, con las calles tranquilas, las cárceles llenas de jóvenes y con las primeras condenas en firme por las protestas, el monarca se puso al frente de un Consejo de Ministros para aprobar un aumento del gasto social sin precedentes. Casi 13.000 millones de euros más para sanidad y educación, un 16% más que lo destinado en 2025. Un manto de agua, al menos, sobre las chispas que encendieron las revueltas. Souad Brahma, presidenta de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, en la sede de la organización en Rabat. Jairo Vargas Younes Makout, estudiante de 21 años, posa con una camiseta con la cara de su hermano Mouhcine, en prisión preventiva. Jairo Vargas La activista Ikram Bendraou, en una cafetería de Casablanca. Jairo Vargas LA CHISPA El estallido llegó tras conocerse que ocho mujeres habían muerto mientras daban a luz en un hospital público de Agadir, al sur del país, en menos de un mes. «Fue la clara muestra del fallo total del sistema, de la falta de médicos especialistas. No había ginecólogos presentes en el hospital y fueron médicos generales los que tuvieron que hacer cesáreas sin estar preparados», resume I., activista política y trabajadora de la farmacia de un hospital público de Rabat. Prefiere mantener el anonimato porque cualquier crítica le puede costar el empleo o, incluso, un proceso judicial. «Las periferias del país son regiones negras del sistema de salud. En Agadir o en el Atlas son los propios enfermos los que tienen llevar sus propias vendas para las curas. Es que muchas veces no hay ni tijeras en los armarios», denuncia. El Ministerio de Salud culpó rápidamente a los médicos de las muertes, sin abrir siquiera una investigación a pesar de que las protestas por la falta de medios en este hospital se remontaban al mes de julio. Es el doloroso reverso del milagro económico marroquí, con un crecimiento sostenido del 3% y el 4% del PIB anual, pero con un sistema sanitario por detrás de países como Uganda, Liberia y Ghana. Según la Organización Mundial de la Salud, el país no llega a ocho médicos por cada 10.000 habitantes, frente a los 25 que se recomiendan. En Agadir, donde se produjeron las polémicas muertes, la cifra desciende a 4,4 médicos por cada 10.000 personas. No era difícil contraponer estos datos frente a las enormes inversiones en la construcción de siete nuevos estadios de fútbol y la remodelación de otros siete para albergar este diciembre la Copa Africana de Naciones o el Mundial de la FIFA en 2030 junto al Estado español y Portugal. Mientras en un enorme solar a 30 minutos de Casablanca se levanta el que será el mayor y más moderno estadio del mundo, en Agadir mueren mujeres durante el parto por falta de inversiones, y en las aldeas del Altas siguen viviendo entre escombros tras el terremoto de 2023. Mientras se gastan miles de millones en trenes de alta velocidad para que los aficionados de todo el mundo puedan acudir a unos cuantos partidos, buena parte de los jóvenes no puede estudiar en un sistema público de calidad asolado por la privatización educativa, y los que pueden pagarse una educación privada deben sortear un desempleo juvenil que supera el 30%. EL FENÓMENO DISCORD El lema tenía fuerza y no tardó en circular por las redes sociales: «No queremos estadios, queremos sanidad y educación». La convocatoria empezó a fraguarse en Discord, una plataforma online muy popular entre gamers, que se ha convertido en herramienta clave para la organización y los debates de la llamada GenZ212. Los números son el prefijo telefónico internacional de Marruecos e identifican un servidor que, en menos de un mes, ha pasado de apenas mil miembros a cerca de 300.000. La mayoría son esos jóvenes que nacieron entre el 97 y 2012, unos ocho millones en total que no conocen el mundo antes de internet, y así lo han demostrado. En esa plataforma se lanzaban las convocatorias, se votaban los pasos a seguir del movimiento, se compartían noticias e incluso se organizaban charlas online con expertos y expolíticos que analizaban la situación del país. «Discord es una demostración brillante de inteligencia colectiva y creatividad política de esta generación. Así han eludido los mecanismos tradicionales de control y han creado formas de organización horizontales y descentralizadas. No ha sido solo una herramienta tecnológica, sino la emergencia de una nueva cultura política que sacude un sistema acostumbrado a estructuras verticales y jerárquicas», analiza para 7K Fátima Zohra Tamni, única diputada en la Cámara de Representantes de Marruecos por la Federación de la Izquierda Democrática (FGD). Ni ella ni su partido se sorprendieron cuando las calles empezaron a agitarse. «Hace años que alertamos del aumento de una ira silenciosa en nuestra juventud. Esto no es una crisis repentina, sino el resultado lógico de un sistema neoliberal y corrupto que sembró la injusticia y ahora cosecha la revuelta», añade Tamni. Comparte el análisis y las reivindicaciones del movimiento juvenil y celebra que hayan demostrado con contundencia que no son una generación despolitizada, como se la había catalogado. «Si rechazan las etiquetas partidistas tradicionales no es por apatía política, sino por desconfianza hacia una clase política que ha traicionado sus promesas, incluida la izquierda», reflexiona. «Era evidente que en algún momento los jóvenes íbamos a salir a las calles», afirma con aplomo Ikram Bendraou, de 27 años, mientras apura su taza en un moderno café de Casablanca y envía mails con su portátil. Esta joven de rápido discurso y hiyab florido es activista social por la participación ciudadana a través de la ONG Les Citoyens, en la que dirige el programa Café Citoyen (Café Ciudadano). «Fue un programa pionero que organizaba debates ciudadanos en diferentes zonas del país, con temas diversos sobre política y enfocados a la juventud», explica. Una forma amable y práctica de intentar revertir un serio problema reflejado en los últimos barómetros: más del 70% de la población joven no confía en absoluto en las instituciones políticas y no se siente representado. Su iniciativa ganó popularidad pronto y el Gobierno no dejó pasar la oportunidad de utilizarla. «En 2024 contactaron con nosotros y se comprometieron a respetar el espíritu abierto y participativo de la ONG. Organizamos varios tours por el país con diferentes ministros para que pudieran debatir con ciudadanos de tú a tú sobre las situación política y económica», afirma. Bendraou ya notó la tensión juvenil en algunos encuentros con miembros del Gobierno, que muchas veces «respondían con evasivas o propaganda», reconoce. Cuando estallaron las protestas, su ONG las apoyó y descubrieron con pesar que ese espíritu abierto y dialogante del Gobierno era solo fachada. «La represión ha sido un shock para todos, no se puede responder así a protestas pacíficas en pleno 2025 cuando se supone que estás a favor del diálogo», critica la joven. Tampoco le sorprendieron los graves disturbios que tomaron el relevo a las manifestaciones. «Los protagonizaron jóvenes que no eran parte original del movimiento GenZ, que se nutre de estudiantes de familias de clase media, eso que se considera “buenos chicos”. Ante la represión que sufrieron y la actitud de la Policía y el Gobierno, reaccionaron también jóvenes económicamente vulnerables, de esa gran parte de la juventud que ni estudia ni trabaja, que son 4,5 millones. Hemos alertado muchas veces del peligro que supone esa cifra, pero el Gobierno nunca ha hecho nada y le ha explotado en forma de disturbios», analiza la joven. Miembros de la Juventud Socialista del PPS se reúnen en la sede de su organización en Casablanca para escuchar el discurso de Mohamed VI, tras tres semanas de protestas. Jairo Vargas «Fueron detenciones masivas durante los dos primeros días, aunque todos salieron en libertad sin cargos al día siguiente. Pero siguieron las protestas, aumentó la violencia policial y se empezaron a imputar delitos graves», resume la abogada Yasmine Zaki, de 35 años, y compañera de Belaidii en las juventudes del PPS. No podrá olvidar las lágrimas de los abogados cuando asistieron a las vistas ante los fiscales de los menores detenidos. «Chavales de 15 o 16 años que salieron a protestar sin saber las consecuencias que podía tener. Contaban por qué se manifestaron, cómo acabaron detenidos cuando iban por la calle y el miedo que pasaron durante días en prisión sin ver a sus padres, que ni siquiera sabían nada», recuerda. Zaki es una de las decenas de abogados voluntarios que rápidamente se pusieron a disposición de los detenidos. «Fue algo frenético, pasabas las noches recorriendo comisarías y días enteros en el juzgado para asistir a los detenidos. Luego tocaba localizar a las familias, y no era nada fácil», describe. Ya hay decenas de sentencias en firme con penas de 10, 15 o 20 años de cárcel, la mayoría por los disturbios que incendiaron las calles de Agadir, Marraquech o Salé. Pero cualquier cosa era suficiente para acabar detenido: la ropa, el peinado, tener la aplicación de Discord en el móvil… Incluso el dueño de una imprenta de Rabat que hizo camisetas con lemas del movimiento GenZ ha sido condenado a un mes de cárcel junto a otros dos jóvenes que las llevaban puestas. FAMILIAS ROTAS Veo todo esto y tengo miedo. No sé qué va a pasar con mi hermano. Quiero confiar en el sistema judicial porque fue detenido de forma injusta y hay vídeos que lo prueban». Younes Makout, de 21 años, lleva un mes sin ir a la universidad. Estudia en Marraquech, pero su familia vive en Casablanca. Huérfano de padre y con su madre enferma, fue él quien tuvo que recorrer varias comisarías de madrugada hasta que dio con su hermano Mouhcine, estudiante de Derecho de 23 años. Lo arrestaron el 28 de septiembre, durante una de las protestas en Casablanca, y desde entonces sigue en prisión preventiva junto a otros 23 chicos a los que acusan de cortar una autopista. «Lo detuvieron muy lejos de la carretera, cuando volvía a casa con otros dos amigos. Por eso puede acabar 10 años en la cárcel», añade desesperado. Él y su madre tuvieron que esperar diez días hasta que les permitieron visitarlo en la cárcel. «Parecía estar bien de ánimo hasta que empezó a hablar de la violencia en comisaría, de los golpes y los insultos de los policías. Está traumatizado», destaca. Su única esperanza es que el abogado voluntario de su hermano consiga que se acepten las pruebas de que su hermano estaba lejos cuando se cortó la autopista. Él ha sido el único familiar de un detenido que ha accedido a hablar con 7K. No esconde su miedo a represalias, pero ve necesario que se sepa la arbitrariedad policial y judicial que puede costarle la juventud a su hermano. Opina lo mismo Houda Abouz, más conocida por su nombre artístico, “Khtek”, que fue clave para que Younes pudiera contactar con el abogado de su hermano. Tiene 29 años, es la rapera más conocida de Marruecos y, a diferencia de otros artistas de renombre, ella fue de las primeras en apoyar públicamente las protestas, sobre todo tras la detención de su amigo y también rapero Hamza Raid, que se enfrenta a una pena de cárcel de entre un mes y cinco años y a una multa de 11.000 euros por difundir las convocatorias en Instagram. «Su caso es un ejemplo de la falta de libertad de expresión en Marruecos», apostilla. Abouz asegura que tiene a más de 40 conocidos que han pasado por comisaría o que tienen una causa judicial abierta por participar en las protestas. «Es desproporcionado. Y no solo por lo que les pueda pasar a ellos, sino también el daño y el temor que se causa a sus familiares», dice. Para ella, si algo ha demostrado este movimiento es un gran «choque generacional» entre padres e hijos. «Muchos jóvenes con los que estoy en contacto quieren hablar, denunciar la situación y que haya presión mediática dentro y fuera del país para que se conozca el alto precio de reclamar derechos constitucionales. Pero sus padres han crecido con el miedo a expresarse y están impidiendo que sus hijos levanten la voz, creen que es lo mejor para ellos y es normal», reflexiona. Por eso, y por la falta de información sobre los detenidos que vivió en primera persona, Abouz decidió poner sus potentes redes sociales al servicio del movimiento. De repente se convirtió en el enlace de los abogados de jóvenes detenidos y sus familiares que llevaban días buscándolos. «Es desolador. No he visto más que represión en este país», confiesa la rapera que, a pesar de la fama, siempre se ha considerado una militante. Participó en las movilizaciones de la Primavera Árabe en Marruecos, acudió a las revueltas del Rif en 2017 y a punto estuvo de tirar la toalla cuando vio a sus amigos condenados a prisión o al exilio. «Estas nuevas protestas me han devuelto la esperanza, he visto a una generación organizada, inteligente y con gran lectura política. Estos jóvenes son la voz de todos. No podemos permitir que la silencien con violencia y cárcel», concluye. Sin líderes reconocibles ni organizaciones políticas o sindicales a la vanguardia, organizados online, a través de redes sociales, salieron a las calles para impugnar sus respectivos sistemas políticos, sociales y económicos «Hace años que alertamos del aumento de una ira silenciosa en nuestra juventud. Esto no es una crisis repentina, sino el resultado lógico de un sistema neoliberal y corrupto que sembró la injusticia y ahora cosecha la revuelta» «Había chavales de 15 o 16 años que salieron a protestar sin saber las consecuencias que podía tener. Contaban por qué se manifestaron, cómo acabaron detenidos cuando iban por la calle y el miedo que pasaron durante días en prisión sin ver a sus padres, que no sabían nada» «Estas nuevas protestas me han devuelto la esperanza, he visto a una generación organizada, inteligente y con gran lectura política. Estos jóvenes son la voz de todos. No podemos permitir que la silencien con violencia y cárcel»