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Joyas de la naturaleza

ESCARABAJOS JOYA

Después de un largo periodo en estado larvario –algunos, como el ciervo volante, entre cuatro y seis años–, viven una corta pero intensa vida de adulto, como mucho de solo unas semanas. Poco en términos humanos, pero lo suficiente como para provocar que antiguas civilizaciones los alcen al altar de sus divinidades, a pesar de que no tengan muy buena prensa por aquello de que algunas especies, en forma de plaga, arrasan con lo que pillen delante. Sin embargo, los escarabajos resultan fascinantes por muchos motivos; entre ellos, por la belleza del color y brillo de algunas especies, unas auténticas joyas de la naturaleza. Además, al igual que ocurre con el resto de los insectos y otros invertebrados, sin ellos la vida en la Tierra sería imposible tal y como ahora la contemplamos…


Dosis de humildad: el ser humano se cree el amo del planeta, pero, en realidad, los dueños y señores de la Tierra son los coleópteros o escarabajos, como se conoce comúnmente a estos insectos. Llegaron antes –surgieron en el Jurásico y sobrevivieron a los dinosaurios–, están repartidos por todo el planeta –el único continente donde no se les encuentra es en la Antártida, porque ocupan virtualmente cualquier hábitat–, y nos ganan en número por goleada. Ahí van los datos, sorprendentes para los neófitos: «En el mundo, los mamíferos somos unas 4.500 especies; las aves 9.000 y pico, y los escarabajos… ni se sabe. La cifra de los que se conocen y están clasificados está en torno a los 400.000, aunque se estima que el número es superior a un millón de especies. Nada más que en la península, hay descritas y clasificadas unas 12.600 especies; pero ello no deja de ser una cifra provisional que no cesa de crecer cada año». No extraña entonces que, por fotografiar a estos insectos, el fotógrafo de naturaleza José Antonio Martínez, un colaborador habitual de Zazpika que trabaja también para conocidas publicaciones de naturaleza internacionales, haya dejado de lado de momento el mundo de los aves, en el que ha estado especializado durante décadas.

«El de los escarabajos es un mundo apasionante y extraordinariamente complejo: Según vas profundizando te das cuenta de que necesitarías cincuenta vidas para saber algo, porque, en realidad, no sabemos nada», agrega Martínez, quien la pasada primavera se embarcó en la que ha sido su octava campaña dedicada a estos insectos. ¿Pero por qué resulta tan difícil?«Los entomólogos suelen estar especializados no en familias, sino en grupos muy concretos, porque es un mundo totalmente inabarcable», explica. Pone un ejemplo: dos especies pueden parecer totalmente idénticas –tanto por su morfología como por sus cromatismos–, pero ser completamente distintas. En muchos casos, solamente la genitalia –la exploración de sus órganos sexuales– puede llegar a determinar una especie concreta. Y entre los escarabajos, la joya de la corona son los escarabajos joya, menos conocidos aún si cabe –no tienen ni nombre común la mayoría–, pero muy buscados por coleccionistas y amantes de la naturaleza.

Amuletos que vienen de antiguo. Tan común, incluso poco valorado en la civilización actual, al escarabajo pelotero (Scarabaeus sacer) lo adoraron los antiguos egipcios y también los mayas. En el antiguo Egipto era simbolizado como un hombre con cabeza de escarabajo pelotero que representaba a Khepri, dios del Sol y la Vida Eterna; una divinidad que se creaba a sí misma cada mañana, renaciendo como el propio astro rey. El escarabajo era, de hecho, uno de los símbolos representativos de esta civilización, como lo atestigua su aparición en paredes, joyas y objetos utilizados como amuletos. Otro tanto sucedía con los mayas, quienes adoraban a los escarabajos y las serpientes. En la península de Yucatán, en el sureste de México, todavía se mantiene un tipo de artesanía tradicional basada en una práctica cruel y que consiste en «adornar» a un escarabajo vivo con piedras de colores para venderlo en forma de broche. Son conocidos como maquech y «recrean» a su manera una de las leyendas mayas más conocidas, aunque la costumbre parece que no proviene de los mayas. Makech es el escarabajo en el que un rey convirtió, tras mandarlo matar, a un guerrero de pelo rojo llamado Chalpol, quien andaba en amores con su hija, un bella princesa comprometida con un príncipe al que no quería. Cuzán, como se llamaba la princesa, adornó a su makech con piedras preciosas y se lo colgó en el pecho para cumplir la promesa hecha a su amor, de llevarlo siempre cerca de su corazón.

Estos no son, sin embargo, los verdaderos escarabajos joya que se pueden encontrar en los bosques lluviosos de Costa Rica, México, Honduras, Guatemala o Bolivia. Los más famosos y valorados por los coleccionistas son los de Costa Rica, entre los que destacan unos impresionantes escarabajos de tonos dorados metalizados que parecen bañados en oro. Sin embargo, en la península Ibérica también los hay con unos colores realmente asombrosos, como atestigua el trabajo realizado por José Antonio Martínez.

Brillo… para que no me vean. Una se podría preguntar cómo es posible que escarabajos tan llamativos a la vista como los de este reportaje puedan sobrevivir en el bosque, donde existe gran cantidad de aves y otros animales que podrían capturarlos como alimento. Sin embargo, sus coloraciones verdes, moradas o plateadas metálicas lo que hacen es reflejar los colores de la vegetación, convirtiéndolos prácticamente en invisibles. «Capturar» a Chalcophora mariana le costó cinco años a José Antonio Martínez. «Voy todos los años a la Albufera de Valencia, pero no había manera de localizarlo en sus pinares, donde sabía que se encontraba. La primera vez que di con él fue en forma de larva, a base de buscar en tocones muertos de pino. Es un tema complicado, porque tiene sus fechas y sus horarios de salir, y no son fáciles de localizar, debido a que realmente su capacidad de mimetismo es prodigiosa: los puedes tener pegados a la vista y ni darte cuenta de que están ahí».

Dentro de los bupréstidos, la familia a la que pertenece, Chalcophora mariana es el de mayor tamaño de Europa con sus tres centímetros. Es incluso mayor que algunos de los escarabajo joya de Latinoamérica. Su etapa larvaria… ¡es de hasta dos años!

«Hay gente que cría canarios; pues yo tengo esa afición y fotografío todos los ciclos biológicos. A algunos de los escarabajos los crío y me encanta», añade el fotógrafo. Sorprenden los colores azules de la especie Hoplia coerulea –«son los machos, porque las hembras resultan complejísimas de ver; de hecho yo no he visto ninguna, porque se pasan la vida enterradas»–, cuyo ciclo biológico como adulto es solo de quince días, o el estallido de color de Buprestis sanguínea, una especie endémica de la península Ibérica que Martínez captó en los Monegros.

Este escarabajo imita en sus áreas ventrales el color de las avispas, posiblemente para evitar depredadores y se alimenta exclusivamente de efedra, un arbusto que sobrevive en zonas muy áridas. «Estuve yendo tres años a los Monegros para buscarlo. Además, son enormemente termófilos y salen en los momentos que más cae el sol, en julio y agosto principalmente. Lo he pasado realmente mal con este bicho, porque te puede dar un patatús en los Monegros cuando el sol te va machando la cabeza en estas abrasadoras estepas. No te atreves ni a fumar, porque el aire hierve y la hierba está seca».

Es diminuto, tiene solo unos ocho milímetros, y se agarra al borde de una amapola. Es un ejemplar de Psilothrix viridicoerulea y destaca sobre el rojo de una flor. La foto, que ha sido obtenida en las Bardenas, tiene un «algo». «Estos escarabajos estaban copulado dentro de la amapola y, de repente, uno salió y se puso a andar por el borde de este pétalo, que es como papel de fumar. De pronto, perdió el equilibro y entonces le hice las fotos. Para más inri hacía un poco de viento y la amapola, que tiene un tallo finísimo, se movía. Eso con el macro, la profundidad de campo es limitadísima… entonces tienes todos los boletos para que la foto te salga desenfocada. Hice varias y quedó una bien, que es esta. Es una suposición mía, pero creo que la foto despierta empatía. A mí me recuerda a un niño intentando sortear una tapia; a un náufrago aferrado a una tabla zarandeada por las olas». Al margen de sus vivos y contrastados colores, sin duda algo la hace especial, porque la edición norteamericana de “National Geographic” se la pidió para publicarla a doble página: tuvo millones de tirada, con más de treinta ediciones mundiales.