2015 IRA. 27 EN EL LÍMITE Fronteras. Cicatrices del alma Schengen (Luxemburgo), 500 habitantes. Hasta junio de 1985, esta localidad solo era conocida por algunos gourmets por sus vinos blancos. A partir de esa fecha, esto cambia radicalmente, cuando Alemania, Estado francés, Holanda, Bélgica y Luxemburgo firman el Tratado de Schengen, por el que se eliminan los controles fronterizos entre los estados firmantes, permitiendo la libre circulación de individuos y mercancías. Una situación que puede llegar a revertirse. F. Merino y R. Martínez {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} El Tratado de Schengen entró en vigor en 1995 y, en los siguientes años, la casi totalidad de estados de la Unión Europea lo han ido suscribiendo. Hoy lo firman 26 estados. Mientras todo esto sucedía, el fotógrafo Ignacio Evangelista recorría las antiguas comisuras de Europa con su cámara de gran formato y escribía: «Cada vez que llego a un paso fronterizo y veo todas esas indicaciones de Stop, Achtung, flechas, barreras, etc... que en su momento regularon movimientos, itinerarios y comportamientos, y que ahora aparecen absurdos, unas viejas voces que me hablan de la arbitrariedad de los sistemas de control, de su puro artificio, de su carácter alienante y del enorme desequilibrio entre el poder de los estados y su relación con los individuos. También me hablan de pequeñas historias personales, de familias divididas y de odios fraternales. Del miedo al vecino y del odio al inmigrante. Del desinterés por lo que ocurre fuera de las propias fronteras (algo que todavía percibo hoy en día) y del interés de los gobiernos porque nos miremos el ombligo y por dejar claro que nuestro país (el que sea) es mejor que los demás. Esto alcanza importantes cotas de patetismo en los eventos deportivos. Los pasos fronterizos tienen una función de delimitación geográfica, pero también una función coercitiva, en el sentido de impedir el libre tránsito entre personas de uno a otro Estado. Por ello son lugares que, junto a una dimensión cartográfica, también están provistos de reminiscencias históricas, económicas y políticas». Y termina escribiendo: «La historia toma a veces giros inesperados. Ojalá que en este caso no realice un cambio de sentido y continúe hacia adelante, saltándose la señal de Stop. Al fin y al cabo ya no hay aduaneros para multarle». Como si de una premonición en sentido contrario se tratara, las palabras del autor de esta serie fotográfica se han vuelto contra él. Debido a la mayor crisis de refugiados que asola Europa desde la Segunda Guerra Mundial, estas fronteras están a punto de volverse a levantar. Se calcula que a finales de año, un millón de ciudadanos habrá llegado al continente huyendo de Siria, Eritrea, Irak y Afganistán, pero también de Nigeria o Somalia. Un poco de historia. Estas fronteras que ahora tanto importan no siempre existieron. Las líneas que configuran los actuales estados datan de la Paz de Wesfalia (1648), fecha del nacimiento del Estado moderno. Hasta entonces, los habitantes de una región tenían una relación con sus mandatarios más de caudillaje (estado feudal) o de sumisión divina (estados religiosos), pero dentro de sus fronteras no existía un control sobre la cultura «nacional» tan fuerte como con los estado-nación. Por poner un ejemplo, la Francia del siglo XV era mucho más laxa con sus diferentes naciones que la actual. Como aseguran sociólogos como Ernest Gellner, el estado-nación manipula la cultura para aumentar el sentimiento de pertenencia, aspecto imprescindible para construir estructuras de estado entre las que destacan las fronteras. Actualmente hay 200 estados en el mundo, pero se calcula que existen unas 6.000 naciones. Novak Mladen es de Osijek, una ciudad de la kraina (frontera) entre Serbia y Croacia. Cuando tenía 18 años, estalló la guerra de la ex Yugoslavia. Durante meses, tuvo que ver cómo bombardeaban la ciudad vecina de Vukovar. Harto, decidió entonces cruzar a pie una Europa cuyas fronteras eran mucho más porosas que hoy en día. Llegó a Catalunya, donde vive desde entonces. Con un correcto catalán, protesta ante las imágenes que ve cada día en los medios. Está harto. «Donde unos ven tragedia, yo solo veo cinismo. Si quisieran, esta situación se podría evitar. Solo lo permiten para machacar más a la clase trabajadora», protesta. Alto y ajado como su propio país, Mladen trabaja de noche como taxista en Barcelona. Cree que todo esto es culpa de la globalización y lo resume en una ecuación fácil de entender: «Si globalizas la riqueza, también globalizarás la pobreza. No puedes pretender trasladar las oportunidades de negocio al norte y que la mano de obra continúe en los países menos desarrollados. La globalización debería implicar la supresión de los estados». Casi al mismo tiempo que Mladen se fue de su Yugoslavia natal, David Bondia (46 años) se marchó para echar una mano en Bosnia Herzegovina. Profesor titular de Derecho Internacional en la Universidad de Barcelona y presidente del Instituto de Derechos Humanos de Catalunya, escucharlo es aprender: «Continuamos teniendo una visión altamente eurocentrista de las fronteras, según la cual tendemos a pensar que, controlando la frontera, tendremos más acceso a los recursos humanos o naturales». Para el profesor Bondía, lo que está sucediendo con la globalización es que se está diluyendo la soberanía de los estados intermedios. «Mientras la soberanía de EEUU, Rusia o China no se discute, estados más débiles ven cada día más cuestionado el control de sus propios recursos; como, por ejemplo, sucede en Somalia, cuya falta de un gobierno fuerte comporta que países extranjeros se enriquezcan a base de explotar los caladeros de sus costas» (entre ellos, el Estado español). Estado-nación y globalización. Si para muchos politólogos el estado-nación fue la fórmula de organización política del capitalismo, está por ver cómo nos organizaremos políticamente dentro de una nueva era donde la globalización y las nuevas tecnologías han visto emerger una nueva élite que no entiende de fronteras. Hasta hace poco, para librar una guerra, los estados tenían que enviar soldados. Hoy, en Siria, EEUU envía drones. El futuro ya está aquí. Se puede tocar y sufrir. En la antigua Mesopotamia, la irrupción del Estado Islámico no puede desligarse del déficit de soberanía de Irak y Siria. Pius Alibek (60 años) es un iraquí afincado en Barcelona desde 1981 que ahora mismo no podría volver a su país sin poner su vida en peligro. Miembro de la minoría aramea (los cristianos de Mesopotamia), ha visto cómo Irak era borrado del mapa y su comunidad perseguida hasta la extenuación. Explica su visión de las fronteras en una extraordinaria novela, “Raíces Nómadas”, que escribió en catalán, su segunda lengua. Para él, «las fronteras son construcciones artificiales y circunstanciales que cambian a tenor de cómo es el momento». Al contrario de la opinión de mucha gente, que las considera los accidentes naturales o límites culturales, para Alibek «incluso una isla puede decidir si sus aguas la conectan o la aíslan del resto de la humanidad». Casado con una siria, Alibek observa la crisis de los refugiados con estupor y clarividencia. Cabe tener en cuenta que su testimonio no parte de la teoría, sino de la humillante práctica de comprobar cómo su país natal, Irak, es el que cuenta con más refugiados del mundo (cinco millones) y que el país de su mujer, Siria, le va a la caza (dos millones). A la pregunta de por qué los refugiados huyen a Europa antes de buscar asilo en países del Golfo Pérsico, asegura que «es porque las dinastías del Golfo no tienen ningún tipo de código humanista. Al revés de Europa, que separó el Estado de la religión hace siglos, la política de los estados árabes no contempla ningún tipo de ayuda para los que abandonan su país. Además, –añade– son Arabia Saudí, Kuwait y Qatar los países que han fomentado el Estado Islámico. No hay nada que hacer». Ante la llegada de refugiados, Europa está reaccionando en dos direcciones: blindarse (caso de Hungría) o bien llamar a la solidaridad creando «ciudades-refugio» (como podría ser el caso de Barcelona o Iruñea). Para el presidente del Instituto de Derechos Humanos de Catalunya, David Bondia, ambas opciones son erróneas. «Lo que se debe hacer es cambiar de percepción. La condición de refugiado no puede ser una prerrogativa, un derecho, que conceden los estados. Una persona que huye de su país se convierte en refugiado desde aquel mismo momento y, por lo tanto, su condición no se debería discutir». Dicho de otra forma, ser refugiado no debería suponer obtener más derechos. En Barcelona hay actualmente más de 700 refugiados, 400 de ellos viviendo en la calle. Hace unos días, en una manifestación de manteros senegaleses que protestaban contra la Guardia Urbana se acabó gritando «Soy mantero y refugiado». La adquisición de derechos por ser refugiado político enturbia el problema de fondo y facilita el negocio de la solidaridad y de las mafias: cada refugiado que quiera salir de Turquía para llegar a Alemania debe pagar entre 2.500 y 3.500 euros a los traficantes de personas. ¿Cómo gestionar entonces la llegada masiva de tantas personas que huyen de la masacre? Para el ex director económico del departamento de investigación del Banco Mundial y economista Branko Milanovic (61 años), la opción solo es una: actuar en la raíz del problema, es decir, en las sociedades de origen. «Globalmente, tu suerte depende en un 50% de dónde hayas nacido. Un 20% de quién sean tus padres y solo un 20% de tu futuro dependerá de tu esfuerzo, preparación o habilidades». Ortega y Gasset tenía razón: «Yo soy yo y mis circunstancias». No actuar en los países de origen, debilitando sus soberanías para tener acceso a su recursos de forma aséptica, convierte la globalización en algo funesto. Sus consecuencias, a nivel humanitario, las estamos experimentando estos días. «Los refugiados vienen para quedarse y convertir nuestras ciudades en refugios es una barbaridad, sin antes crear las infraestructuras necesarias», exclama el profesor Bondia. Lindes, mojones y nuevas fronteras. Cuando pase esta crisis, si a estas personas no se les ofrece una red asistencial completa, puede que se conviertan en apátridas (hay diez millones en el mundo). Personas sin derechos que engrosarán el mercado de mano de obra barata, algo tan codiciado por las élites posmodernas que tampoco creen en estados fuertes. Llegados a este punto, parece ridículo querernos hacer ver que todo esto sea culpa de un linde o un mojón. Eva Quirante (45 años) es de las pocas personas que dedica parte de su vida a buscar fronteras. Ingeniera técnica en Topografía, su trabajo consiste en actualizar los límites municipales de Catalunya. Volviendo de Madrid en AVE, Quirante explica que en el Estado español, el primer tratado que da fecha a la construcción de las actuales fronteras estatales es el Tratado de Bayona (1863), que establece la frontera con el Estado francés. Lacustres, terrestres, marítimas o fluviales, para esta topógrafa «las fronteras son más accidentes naturales que construcciones políticas». Y reconoce que el diseño artificial de estas está detrás de muchos conflictos. Hay 35 conflictos armados en el mundo que arrojan 52 millones de refugiados (sería el 20º país por población). Alí Mahmud (35 años) es medio español medio sudanés. Su hijo mayor (11 años) fue el primer ciudadano de Sudán del Sur en registrarse en el Estado español. Justo cuando este país africano proclamaba su independencia (2013), Alí aterrizaba en Barajas con su familia. Para él, que ha vivido en casi todo Oriente Medio y ha visto cómo un proceso de separación puede hacerse por la vía pacífica, la solución a todos estos problemas pasa por dos puntos: primero, que los gobernantes reconozcan que la soberanía emana del pueblo. Segundo, incorporar el saber de los emigrantes a la cultura autóctona. «Verlos como un activo más que como una carga», valora Mahmud. Instalado en Arganda del Rey (Madrid), viaja a menudo a Barcelona, donde hoy (27 de setiembre) se vota en unas elecciones cuya promesa es la de crear un nuevo Estado independiente del Estado español. Alí se ríe: «¿Pero, cómo queréis ser independientes si nadie os reconocerá?». Y tiene parte de razón, ya que el Derecho Internacional establece cuatro condiciones para que una nación adquiera rango de Estado: tener gobierno propio, territorio, población y soberanía. Soberanía que se otorga en función del reconocimiento de las grandes organizaciones internacionales (ONU, UE...) o grandes potencias (EEUU, Rusia, China). En este aspecto, Catalunya no es como Sudán del Sur, que ya había pactado ser reconocida por las grandes potencias. «Están jugando con vosotros y no os enteráis», asevera Alí. Se levante o no una nueva frontera en Catalunya, lo que sí está presente es «la voluntad de pertenencia» a una «nación» diferenciada. Es la psicología colectiva la que determina la necesidad de dividirse o agruparse. La historia de la humanidad ha dado ejemplos de todo tipo para hacer difícil determinar si fueron antes los estados o las naciones; al final, casi dependen de la voluntad colectiva fundada en unas tradiciones y en una cultura común. Poco más. En este sentido, recuerdo la anécdota que explicó Ignacio Evangelista al hacer la foto de Nickelsdorf-Hagyeshalom (entre Austria y Hungría): había dispuesto su armatoste para realizar la foto y tenía el encuadre a punto. En el momento de pulsar el disparador, apareció un coche del que se bajó un hombre, tranquilo, que se lió un cigarrillo. El fotógrafo no quería elementos humanos en el encuadre, así que decidió esperar. Al cabo de cinco minutos, apareció otro coche del lado húngaro de la frontera. Esta vez bajó una mujer, que salió disparada a abrazarse y besarse con el señor. Así pasaron un rato, hasta que los dos amantes subieron a sus respectivos autos y desaparecieron por el mismo camino por el que habían llegado. La frontera puede ser un beso, un deseo de estar o de separarse.