7K - zazpika astekaria
los arquetipos de Munch

Edvard Munch, gritando a la vida

«En mi arte he intentado explicarme la vida y su sentido. También he pretendido ayudar a otros a aclararse con la vida». Estas palabras de Edvard Munch (1863-1944) están impresas en las paredes de las salas de la exposición sobre el artista que el Museo Thyssen-Bornemisza acoge hasta el 17 de enero. También el Museo Van Gogh de Amsterdam le dedica una muestra en la que se analizan los paralelismos entre Munch y Van Gogh. Además, y por primera vez en castellano, la editorial Nórdica publica una compilación de sus textos bajo el título «El friso de la vida», y Casimiro Libros, en «Cuadernos del alma» presenta una selección de sus apuntes.


La muestra “Arquetipos” del Thyssen no es precisamente una retrospectiva, sino que recorre toda la producción de Edvard Munch partiendo de una serie de temas que coinciden con sus grandes obsesiones: melancolía, muerte, pánico, mujer, celos, melodrama, amor... como si de un tratado de sicología se tratara. No le interesa retratar a gente tranquila o leyendo, sino a los que aman, sufren, sienten, padecen. Explora las pasiones, las emociones, los estados de ánimo, y esos temas universales convertidos en arquetipos los trabaja una y otra vez. Los cuadros que llevan el mismo título no son copias, sino versiones o interpretaciones de una misma escena.

«Los cuadros de Munch pueden considerarse narrativos, de la misma manera que lo son sus escritos, puesto que los motivos suelen ser escenas de la vida de las personas. Los cuadros se pueden leer. El motivo de “El grito” en su versión pictórica reproduce fragmentos de una narración, al igual que los textos que también escribió. En lugar de palabras, puntuación, sintaxis y tipografía, en la composición de sus cuadros utiliza colores, textura, extractos y elementos de motivos: narra con los recursos que le ofrece el medio», afirma Hilde Boe, del Museo Munch de Olso, en el prólogo de “El friso de la vida”.

Para comprender su obra es importante conocer el trasfondo biográfico de Munch, aunque tampoco podemos quedarnos en una lectura estrecha. Sus personajes están inspirados en temas familiares que, una vez trabajados, se corresponden con los universales que se repiten de forma obsesiva y varían a medida que evoluciona su carrera. Son temas que le interesan y repite obsesivamente en óleo, grabado y dibujo. Incluso su pincelada, densa y agresiva cuando trata sobre la enfermedad y la muerte, se hace más fina y suelta en sus obras más vitales.

«No pinto lo que veo, sino lo que vi». La vida de Munch no fue precisamente fácil. Hijo de un médico militar y de una criada profundamente religiosos, fue un niño enfermizo, acosado por ataques de fiebre asmática crónica, fiebre reumática y, en su juventud, una crisis mental a la que su alcoholismo no ayudó mucho. A los cinco años es testigo de cómo su madre muere de tuberculosis y desarrolla un terrible pánico hacia la enfermedad y la muerte, que se agudiza cuando su querida hermana Johanne Sophie fallece a los quince años, también de tuberculosis. «Nos despertaron en medio de la noche . Lo entendimos de inmediato. Nos vestimos con el sueño en los ojos», escribió en su diario.

Otra de sus hermanas fue internada por un trastorno bipolar. También su tía fallece, su abuela materna, su abuelo paterno... Y por si este ambiente de enfermedad, dolor y muerte no fuera suficiente, su padre les leía cada noche a los cinco hermanos la carta de despedida que les había dejado su madre antes de morir. «Vivo acompañado de los muertos...», escribía Munch.

A los 17 años decide convertirse en artista y se entrega a la vida bohemia y al alcohol. «El pensamiento mata la emoción y refuerza la sensibilidad. El vino mata la sensibilidad y refuerza la emoción», escribió Munch. En 1899, gracias a una beca, se instala en París durante tres años y, posteriormente, se traslada a Berlín. En 1905 ingresa en un sanatorio mental tras sufrir una crisis nerviosa y vuelve a ser internado tres años después. Abandona Alemania cuando los nazis llegan al poder, para regresar a Olso en 1909, donde vive hasta el final de sus días.

La muestra arranca con la “Melancolía”, representada en los retratos de sus hermanas, que aparecen como figuras melancólicas de luminosidad impresionista. Le siguen la “Agonía” y la “Muerte”, donde se muestran varias versiones de “La niña enferma”, con la que Munch rompe con el impresionismo. En la sección del “Pánico” encontramos las litografías y xilografías de “Ansiedad”, “Pánico en Oslo” y “El grito”.

«Paseaba por el camino con dos amigos – cuando se puso el sol. De pronto el cielo se tornó rojo sangre. Me paré, me apoyé sobre la valla extenuado hasta la muerte –sobre el fiordo y la ciudad negros azulados la sangre se extendía en lenguas de fuego. Mis amigos siguieron y yo me quedé atrás temblando de angustia– y sentí que un inmenso grito infinito recorría la naturaleza». Así describe el artista cómo surgió en su cabeza “El grito”, uno de los iconos más reconocibles de la historia del Arte, símbolo de la angustia del hombre moderno, del que firmó cuatro versiones.

En 1961 aparece en la portada de la revista “Time” como la escenificación de la desolación y el dolor sembrados en la Segunda Guerra Mundial. En el año 2006 una versión de “El grito” fue robada a punta de pistola del Museo Munch de Oslo, y posteriormente fue recuperada. En 2012 se convirtió en la obra más cara vendida en Sothebys, por 91,24 millones de euros y en la actualidad hasta existe como emoticono. La retrospectiva temática del Thyssen muestra su versión litográfica, y el relato puede leerse en “El friso de la vida”, selección de textos de Munch que publica Nórdica Libros:

«No creo en el arte / que no se haya /impuesto por

la necesidad de una persona / de abrir su corazón /

Todo arte – la literatura como /la música – ha de ser engendrado /con los sentimientos más profundos».

La mujer es una de las protagonistas de su obra. «Viví una época de transición, en pleno proceso de emancipación de las mujeres. Entonces era la mujer quien tentaba y seducía al hombre y luego lo traicionaba. La época de Carmen. El hombre se convierte en el sexo débil», escribe Munch. Por un lado la idealiza, muestra un lado virginal, casto y sumiso, y por otro es amenazadora y perversa.

El amor, decía el pintor, «puede convertirse en odio; la compasión en crueldad». Nunca tuvo una pareja, y se negó a tener hijos por miedo a transmitirles su enfermedad a través de sus genes. Su primer amor, Milly Thaulow, estaba casada. Después mantuvo una relación sentimental tremendamente destructiva con Tulla Larsen, con quien protagonizó un episodio dramático. En medio de una acalorada discusión entre ambos, se disparó un arma y la bala le alcanzó un dedo de su mano izquierda.

Después de vivir durante dos décadas en el Estado francés y Alemania, y tras haber permanecido ocho meses en una clínica siquiátrica en Copenhague, Munch regresa a Noruega en 1909 y se autorretrata entre colores vivos, donde la naturaleza juega un papel importante. Ahora su obra es más vitalista, los tonos se aclaran, adquiere brillo y, como si hubiera recuperado la esperanza, podemos ver en su trabajo a un Munch más libre y con más energía. Este regreso a la figura de Edvard Munch se completa con la muestra “Munch: Van Gogh” que se ha instalado en Ámsterdam este otoño. La exposición compara por primera vez la obra de los dos pintores que, aunque no llegaron a conocerse, fueron contemporáneos y compartieron una aproximación similar a la pintura. Algo de lo que el noruego era claramente consciente:

«El horno del infierno del alma / es extremadamente

agresivo para / los sistemas nerviosos / (P[or ejemplo] Van Gogh…) / (En parte yo mismo)».

La exposición «Edvard Munch. Arquetipos» se puede ver en el Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid) hasta el 17 de enero de 2016. La muestra «Munch: Van Gogh», estará expuesta en el Museo Van Gogh (Amsterdam) hasta el 17 de enero del año entrante.