2016 UZT. 31 street photography El secreto de Vivian Maier Sacó miles y miles de fotografías que nunca enseñó a nadie. Vivió en el anonimato y murió sin saber que estaba a punto de convertirse en una de las referencias de la «Street Photography» del siglo XX y que su nombre figuraría al lado de grandes maestros como Cartier-Bresson, Helen Levit, Robert Frank, Elliot Erwitt, Bruce Davidson, Joel Meyerowit o Mary Ellen Mark. El descubrimiento casual de su obra ha hecho de Vivian Maier una enigmática y fascinante figura, cuya vida sigue llena de páginas en blanco. Sendas exposiciones en Texas (EEUU), Barcelona y Madrid muestran su obra. Mariasun Monzon {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} Hay historias tan increíbles que cuesta imaginarlas como ciertas. Pero lo son. Y la de Vivian Maier es una de ellas. ¿Cómo pensar que esa mujer reservada, que apenas dejó huella entre los que la rodearon, iba a convertirse en una de las referencias de la Street Photography norteamericana? ¿Cómo pensar que esa mujer que subsistía con su trabajo de niñera, que sacaba miles y miles de fotos que nunca enseñaba a nadie, iba a revelarse como el gran descubrimiento de la fotografía urbana? «Si alguien les cuenta que un coleccionista que ni usted ni yo conocemos compró unas fotos suyas en un mercadillo y la encumbró como una de las figuras de la Street Photography norteamericana, pueden pensar que es una versión moderna de ‘La Cenicienta’, o tal vez un cuento chino, pero ¿y si es verdad? Entonces, estamos ante el descubrimiento de Vivian Maier. Una verdad tan increíble como una mala mentira», escribía en “Exit-Express.com” la crítica de Arte Rosa Olivares. Vivian Maier falleció antes de que su príncipe la encontrara, antes de que John Maloof consiguiera localizar a la autora de las fotografías que, por casualidad, habían caído en sus manos. Quizás sea mejor así, quizás, teniendo en cuenta su carácter reservado, no hubiese llevado bien esta locura que hoy rodea a su figura. Quizás. Vivian Maier nació en Nueva York en 1926 y murió en Chicago en 2009, sola y sin saber que su secreta y obsesiva pasión, la fotografía, la sacaría del anonimato hasta convertirla en una enigmática y fascinante figura. Murió sin saber que un joven agente de bienes raíces de Chicago llevaba dos años buscándola, intentando saber algo de la autora de esos negativos que había comprado por 380 dólares en una casa de subastas, que no le servían para su propósito inicial de ilustrar un libro de Historia que estaba escribiendo, pero que fueron una auténtica revelación cuando colgó en la red algunas de esas fotografías. «Increíble» «Gracias por compartirlo» «¡Impresionante!» «¡Me encantan!» «¡Solo puedo decir: vaya!»... fueron algunas de las reacciones, además de la de Allan Sekula, un conocidísimo crítico de fotografía que se puso en contacto con Maloof para advertirle de que aquellas fotos estaban cargadas de talento. Desde que descubrió su legado (más de 2.000 rollos de película sin revelar, 5.000 fotografías positivadas y más de 120.000 negativos), reconstruir la vida de esta fotógrafa ha sido la tarea prioritaria de John Maloof. Hoy, las entradas a Vivian Maier en Google son cientos de miles. Cuando en 2007 Maloof tecleó por primera vez su nombre, no encontró ni una sola referencia y dos años después, al intentarlo de nuevo, había una entrada: un obituario insertado unos días antes. La mujer que buscaba acababa de morir. Vivian Maier se había llevado a la tumba su secreto, pero ahora Maloof sabía que esa mujer era real, que había vivido en algún lugar, que había tenido una vida. Una dirección que encontró entre las cajas que había comprado le llevó hasta una de las familias para las que había trabajado como niñera y, de esta, a las cosas que había ido acumulando durante su vida. Carretes, muchos carretes sin revelar, películas en super 8, cintas magnetofónicas de conversaciones con desconocidos, un cupón, una nota, un folleto, billetes de autobús, itinerarios de tren, docenas de sombreros, zapatos, abrigos, vestidos, ¡un montón de cheques de impuestos sin cobrar por valor de miles de dólares! –parece increíble–, cartas, varias cámaras Rolleiflex... y, sobre todo, cajas de cartón y maletas llenas de recortes de periódicos y de periódicos enteros. «Le obsesionaba guardar trozos de recuerdos, de momentos en el tiempo. Todo lo que coleccionaba me ha ayudado a entenderla un poco mejor», comenta John Maloof en el documental “Finding Vivian Maier” (Buscando a Vivian Maier), dirigido por él mismo junto a Charlie Siskel y nominado a los Oscar de 2014 como Mejor largometraje documental. Pocos datos y muchas conjeturas. De madre francesa y padre austrohúngaro, Vivian Maier tenía cuatro años cuando su padre las abandonó. Convivieron una temporada con una amiga de la madre, la entonces conocida fotógrafa Jeanne J. Bertrand –hoy, lo que más destacan en sus biografías es que vivió con Vivian Maier–, y después se trasladaron al Estado francés, a una pequeña localidad de los Alpes, en el valle de Champsaur, de donde, al parecer, procedía su familia materna. En 1938 regresaron a Nueva York y en 1951 Vivian Maier comenzó a trabajar de niñera, profesión que ejerció durante cuarenta años, primero en la Gran Manzana y después en Chicago. En ese tiempo, regresó en varias ocasiones a Champsaur y en 1959, después de que, al parecer, cobrara una herencia, viajó sola por el mundo durante ocho meses: recorrió Filipinas, Asia, India, Yemen, Oriente Próximo, Sudamérica y el sur de Europa. Los últimos años de su vida, después de que abandonara su trabajo de niñera, son una incógnita; solo se sabe que subsistió gracias a la ayuda que le prestó una familia para la que había trabajado durante diecisiete años y, según algunos vecinos, que era una mujer «solitaria» y «extraña». Estos son los únicos datos verificables de su biografía; estos y que durante su tiempo libre creó una realidad paralela y secreta en la que hizo miles y miles de fotografías, grabó sonidos urbanos y rodó en Super 8 y 16 mm. Lo demás, todo lo que se ha escrito sobre ella son apreciaciones de la gente para la que trabajó y de expertos en fotografía que han valorado su obra. Michael Strauss, genealogista del Archivo Nacional de Nueva York, declaraba en el documental antes mencionado que indagar en la vida de Vivian Maier ha sido una de las tareas más difíciles de su trayectoria profesional. «Hablando desde un punto de vista profesional, comparado con el trabajo que he hecho hasta ahora, este estaría calificado como de ‘extrema dificultad’», señalaba. «Las familias, normalmente, suelen tener cierta coherencia como, por ejemplo, dónde viven. Por lo menos, en los registros públicos donde se puede encontrar dicha información. Pero no en este caso. Toda su familia es un verdadero misterio. (...) Eran todos muy reservados, parece que no tenían relación con el resto de la familia. Tenían una tía que, en su testamento, se lo dejó todo a un amigo. ‘No dejo ninguna herencia a ninguno de mis parientes por razones que yo conozco’, escribió en el testamento», explica Strauss. Paradójica, misteriosa, atrevida, excéntrica, reservada, inusual... Son algunos de los calificativos que utilizan ahora algunas de las personas para las que trabajó y algunos de los niños que cuidó. Todos inciden en su aspecto, en que vestía con abrigos grandes, sombreros de fieltro, camisas anchas, «como si intentara ocultar su figura»; también recuerdan que siempre iba con la cámara colgada, que tomaba fotografías de manera constante y casi obsesiva; hay quien menciona su exigencia de que se pusiera una llave en su habitación; también, que leía el “New York Times” todos los días. Y poco más. Ninguno se preguntó nunca –y ninguno le preguntó– por esa compulsiva afición a la fotografía, a pesar de que en numerosas ocasiones los menores a los que cuidaba le acompañaban en sus merodeos por la ciudad, en sus largos paseos en busca de lugares, personas, historias y secretos. Lo consideraban una «excentricidad», como su vestimenta, como su carácter reservado, como su afición al teatro. Un proyecto de vida. Vivian Maier era niñera, pertenecía al silencioso y anónimo ejército de sirvientes, pero todo hace suponer que era una mujer culta y que la fotografía era para ella un proyecto de vida más que una afición. La cámara Rolleiflex que utilizaba es una de las más míticas de la historia de la fotografía, no solo por los avances técnicos que introdujo, sino porque era con la que trabajaban grandes fotógrafos como Avedon o Capa. Y cuando en la década de los setenta comenzó a utilizar el color, se pasó a la Leica, otra leyenda de la fotografía, sello de identidad de grandes maestros, como Cartier-Bresson. El hecho de que adoptara estas cámaras fotográficas dan una idea de su alto nivel de exigencia. La Rolleiflex era una gran «cámara encubierta», que permitía disparar sin tener que levantarla a la altura de los ojos, lo que la hacía muy práctica para fotografiar a la gente de la calle; y la Leica, debido a su rapidez de acción y manejabilidad, fue adoptada por reporteros y fotógrafos de prensa de todo el mundo y muchas de las fotografías que han pasado a la historia se han disparado con esta cámara. Hombres, mujeres, niños, ancianos; vagabundos, personas abandonadas a su suerte; trabajadores. Primerísimos planos de señoras burguesas e incluso de célebres actores, como Kirk Douglas o Audrey Hepburn –¿cómo consiguió acercarse ella, una niñera con su cámara Rolleiflex, a estos personajes?–. Escenas de calle, de la arquitectura, de la demolición de las construcciones históricas, víctimas del desarrollo urbanístico; escenas de la vida urbana de Nueva York y Chicago de los años 50 y 60. Objetos, detalles –las piernas delgaduchas de unos niños, alambres que anuncian un derribo, la falda de una mujer gruesa que se levanta alegremente, unos pies que asoman entre botes de pintura, dos manos entrelazadas, un muñeco en la basura..., elementos próximos a la anécdota–; paisajes, instantáneas de sus viajes por el mundo. Una historia en cada rincón, una vida detrás de cada uno de los protagonistas. Y junto a ellos, la propia Vivian Maier, numerosos autorretratos en los que es a ella misma a quien encuentra: detrás de un espejo, en el perfil de su propia sombra expandiéndose en el suelo, en la silueta de los charcos de agua, e incluso en los reflejos de su imagen distorsionada, de su imagen repitiéndose hasta el infinito en lo que parece una llamada a sí misma. El MoMA dijo No. «El lenguaje fotográfico de Maier es su propia experiencia visual en una observación discreta y silenciosa del mundo que la rodea. Con su cámara Rolleiflex de medio formato halló la forma de retener en una fracción de segundo la realidad de su tiempo. Supo narrar la belleza de lo ordinario, buscando en lo cotidiano y lo banal las imperceptibles grietas que le permitieran inmiscuirse y acceder al mundo, que al final fue el suyo propio», explica Anne Morín, comisaria de la exposición “Vivian Maier. In Her Own Hands”, que se puede ver en la Fundación Foto Colectania de Barcelona hasta setiembre. Cuando al principio del hallazgo John Maloof se puso en contacto con el MoMA, le respondieron: «Desgraciadamente, el museo no puede albergar dichas fotografías». Solo el Centro Cultural de Chicago apostó por esa fotógrafa desconocida, y la exposición que organizó fue la más exitosa de la historia del centro. Hoy, las fotografías de Vivian Maier se exhiben en todo el mundo, se han publicado tres libros con su obra y se han realizado dos documentales. Incluso, hay un pleito pendiente por la propiedad del patrimonio. En estos momentos, Texas (EEUU), Barcelona y Madrid acogen una muestra de su obra. «Lo tenía todo. Podría haberse dado a conocer. Habría sido una fotógrafa famosa. Hay algo que no encaja. Falta una pieza del puzzle» comentaba la fotógrafa recientemente fallecida Mary Ellen Mark, quien la comparaba con Robert Frank, Helen Levit, Lisette Model o Diane Arbus. «Ahora la entiendo más. Pero ¿por qué esta persona era tan reservada y, sin embargo, tan prolífica en una forma de arte que nunca compartió? ¿Quién sabe?», se pregunta todavía hoy John Maloof. Vivian Maier se llevó a la tumba su secreto, pero no sería descabellado pensar que vivió la vida que quiso vivir. Portfolio de Vivian Maier: www.vivianmaier.com