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ARQUITECTURA

La presión del turismo sobre la ciudad


La polémica derivada de las consecuencias del aumento de la presión turística sobre las urbes ha saltado a la palestra del discurso sobre la ciudad, en parte por las acciones que el Ayuntamiento de Barcelona ha comenzado a implementar en el caso concreto de los pisos turísticos ilegales, siguiendo el ejemplo de otras aglomeraciones afectadas por el turismo como Ámsterdam.

Si bien el turismo se ha percibido en el Estado español como un maná dorado caído del cielo, la perspectiva de dos generaciones de cambios urbanísticos ha dejado patente lo poderoso de este fenómeno, hasta el punto de que es muy común encontrarse las competencias de Turismo y Urbanismo fusionadas en una misma concejalía. En una situación mundial condicionada por la inseguridad global, la afluencia de visitantes ha subido hasta un 13% en la costa vasca, en sintonía con el resto del Estado español.

Pocos lugares como Andalucía pueden narrar el poder transformador del turismo sobre la trama urbana y social. En este caso, la milenaria ciudad de Málaga pone en evidencia este conflicto entre el interés general de conservar la memoria y el beneficio económico.

El palacete de los condes Benahavís, también llamado La Mundial, es un edificio de crujía estrecha, que aparece aislado en una parcela, rodeado de edificios en ruinas y aparcamientos más o menos casuales. Si nos acercáramos hoy por hoy a la calle Hoyo de Esparteros, veríamos poco de su balconada curva de madera, estando como está envuelto en una tupida malla de obra. Tampoco podríamos ver el detalle de sus barandillas de forja, originales del 1894, año en el que el arquitecto Eduardo Strachan dirigía la obra. Es muy poco probable que pudiéramos internarnos y ver las molduras originales del techo que sirvieron de sofito de los citados condes primero, pero también del Gobierno Civil de Málaga más tarde, y por último de los viajeros de la pensión La Mundial.

Situado en el casco histórico de Málaga, a pocos pasos del mercado de Atarazana y la calle Marqués de Larios, el solar enfrenta su lado oeste con el río Guadalmedina, conservando una trama urbana que data al menos de principios del siglo XVIII, según la documentación recogida.

La promotora Braser debió de pensar que el lugar era inmejorable para colocar un hotel, y fue adquiriendo los suelos, pese a que la operación presentaba un escollo importante: la protección monumental de La Mundial a través del Plan Especial del Casco Histórico y Catálogo de Edificios Protegidos. En cualquier caso, les debió parecer que ese edificio no era digno de protección, ya que consiguieron que el Ayuntamiento de Málaga, junto con la Junta de Andalucía, retirara la protección. Tal vez el proyecto de hotel encargado al premio Pritzker Rafael Moneo fuera un aliciente poderoso para ese cambio. Desde luego, nos da una medida del volumen económico de la operación en curso.

La catalogación es un instrumento que los poderes públicos utilizan para asegurar que una porción de ciudad merece ser conservada, bien en «esencia», por ejemplo permitiendo reconstruirlo de idéntica manera, o bien por completo, no dejando derribar ni actuar en ningún caso.

Las tensiones sociales y económicas en este ámbito de la regularización son terribles, y generan no pocos quebraderos de cabeza a los responsables políticos, que, en muchas ocasiones, «reducen» el grado de protección tratando de buscar una solución negociada.

En ese sentido, tenemos numerosísimos ejemplos de actuaciones que han rebajado los niveles de protección, o que están inmersos en procesos similares, con la consecuente bronca. Sin ir más lejos, el arco del estadio San Mamés, el edificio España de Madrid o el edificio Bellas Artes de Donostia. En el caso de Málaga, el colectivo Málaga REC lleva en pie de guerra varios años denunciando la situación y pidiendo la inclusión de La Mundial como Bien de Interés Cultural.

En estas situaciones se palpa la tensión existente entre unos gobernantes que necesitan generar movimientos económicos que reviertan positivamente en la ciudad, los habitantes que necesitan una ciudad sana y democrática, y la sociedad que no puede permitirse perder la memoria de lo construido.

Sin embargo, parece que operaciones económicas de calado como la de Málaga –donde no se sabe muy bien dónde va el retorno, ni qué efectos puede tener sobre la ciudadanía local– son capaces de sobrepasar los límites del ordenamiento y romper las reglas del juego que los propios poderes políticos imponen a la sociedad.