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La renovación rusa

Continuidad, cambio y búsqueda de identidad en rusia

25 años después del intento de golpe que supuso el principio del fin de la URSS, una pregunta persigue inevitablemente al viajero: ¿Rusia ha cambiado? A pesar de ser una cuestión sencilla no tiene fácil respuesta.


Aprimera vista se aprecia el cambio en los nombres de algunas calles. También faltan algunas estatuas, muy pocas; entre ellas, quizás la más llamativa, es la de Félix Dzerzhinskii que se encontraba en el centro de Moscú, frente al antiguo edificio de la FGB (hoy FSB). Más allá de las grandes ciudades, prácticamente nada ha cambiado: la mayor parte de los nombres, estatuas y otros símbolos soviéticos permanecen inalterables.

La renovación urbana, sin embargo, es evidente en Moscú: las fachadas de los edificios se han restaurado y multitud de quioscos, que a partir de las salidas de las estaciones de metro se desparramaban por las calles y ofrecían todo tipo de mercancías, han desaparecido. El centro de Moscú luce más limpio y claro.

En la periferia de la capital el frenesí constructor no se ha detenido. Grandes torres de viviendas se levantan por doquier; también quedan los restos de algunos edificios sin terminar, testimonio de las periódicas crisis económicas sufridas. Entre las nuevas construcciones destaca el centro de negocios que se está levantando en el suroeste de la ciudad «Moscow-City», cerca de la estación «Kievskii vokzal». Toda una demostración de poderío con rascacielos de cristal bautizados con nombres sonoros como «Torre Evolución» o «Edificio Imperio». Aunque el nuevo barrio está todavía en construcción, el centro comercial funciona sin descanso.

Los cambios de aspecto también son visibles. Por ejemplo, en la compañía ferroviaria rusa RZD, el logotipo y los colores corporativos están presentes en todos los trenes, en las estaciones, en los edificios adyacentes... Como comentaba un empleado del ferrocarril en Ekaterinburg: «Ahora pintamos tubos que no se han pintado en la vida; pero mejoras en temas organizativos, pocas.» Es cierto que el trato ha mejorado; que funciona un teléfono de atención al cliente; y que las responsables de los vagones encuestan a los pasajeros sobre el servicio recibido, apuntando un teléfono que permita confirmar los datos consignados. En un país donde durante años los consumidores estuvieron a merced de la voluntad de los vendedores, el cambio puede parecer menor pero es importante, sobre todo, en el sector público.

El control policial. Otro aspecto que llama la atención es el control en los accesos a lugares públicos. Todas las entradas de metro cuentan con arcos a través de los cuales los pasajeros entran en las estaciones. En algunas han colocado también máquinas de rayos X para revisar bolsas y equipajes. Cerca de los arcos, un encargado con una raqueta vigila y revisa a algunas personas. También en las estaciones de tren y en los aeropuertos hay controles de entrada en los que revisan no solo a los pasajeros sino también todos los equipajes. Las entradas a los parking en el centro de Moscú tienen un vigilante que inspecciona uno por uno los bajos y los maleteros de todos los coches que acceden a los aparcamientos subterráneos.

Aun así, la vida continúa y al comienzo del verano se celebra en Moscú la fiesta del helado. Adornos de flores, quioscos con helados y refrescos, y terrazas ocupan los anillos peatonales que rodean el centro de la capital. Juegos para los peques, música callejera, estudiantes de la prestigiosa escuela de teatro rusa MJAT bailando por la calle..., muestran una ciudad ajena a la policía y los controles de seguridad.

Uno de los quioscos instalados frente al teatro Bolshoi luce el siguiente lema: «Volvemos al país de los sueños, la infancia y los helados». Puede parecer un eslogan un tanto naif, sin embargo, conecta directamente con las vivencias de la gente. La inmensa mayoría de los rusos recuerdan su infancia como la época más feliz de su vida. El hecho de haber nacido en un país que estaba construyendo una sociedad socialista era motivo de satisfacción para los niños que, conscientes de ello, lo consideraban una inmensa suerte. Otro aspecto que enlaza la patria con la niñez son los cuentos populares. Mientras en algunos lugares las canciones hacen pueblo, en Rusia son, sobre todo, los cuentos. Tal vez el hecho de que el mayor poeta ruso, Alexander Pushkin, escribiera muchos de ellos ha permitido que todos conozcan las mismas versiones, de las que muchos adultos, además, todavía recuerdan largos fragmentos de memoria. La apelación a la infancia feliz proyecta una perspectiva concreta del ideal de la patria que se quiere construir.

Rusia y el mundo. La patria y sobre todo el lugar que ocupa Rusia en el mundo es una preocupación general. Curiosamente, mientras las relaciones exteriores están presididas por un punto de vista extremadamente pragmático, a los rusos les gusta reflexionar sobre el sentido de las cosas y de ahí el empeño en racionalizar y tratar de dar sentido a la existencia del pueblo ruso y al lugar que ocupa en el mundo.

Uno de los espacios donde se aprecia este intento es en la BDNJ (Exposición de los Logros de la Economía Soviética) que tras la desaparición de la URSS se convirtió en un inmenso mercado. En la actualidad, junto a monumentos del pasado como la estatua del trabajador y la koljosiana que representó a la URSS en la exposición del año 1937 en París o la fuente de la Amistad de los Pueblos, el visitante se encuentra pabellones dedicados al comercio mientras que otros se han transformado para albergar exposiciones.

Una de las más interesantes es la dedicada a la dinastía Romanov que recorre la historia rusa desde el s. XVII. La entrada está flanqueada por grandes carteles con frases de personajes históricos. La primera es del emperador Alexander III y reza así: «Rusia tiene solamente dos aliados: su ejercito y su flota». La frase muestra la percepción de asedio en la que viven los rusos a causa del constante bombardeo de noticias negativas, la decisión del COI o las sanciones internacionales. La impresión se refuerza por las periódicas invasiones que ha padecido Rusia a lo largo de su historia. Ese mismo estado de ánimo se desprendía de las palabras de un taxista en Siberia que, tras preguntarme por mis vacaciones y al contestarle positivamente, me soltó a bocajarro: «Eso es lo que tienes que contar en tu país: que este es un país normal».

Significativas son también el resto de frases que adornan la entrada de la exposición: «Ruso no es aquel que lleva un apellido ruso, sino aquel que ama a Rusia y la considera su patria» del general blanco Anton Denikin; o «Ruso es aquel que ama a Rusia» del fundador de la academia de las artes Ilya Blazunov. Todas ellas muestran el intento de definir a Rusia desde una perspectiva más sentimental y cultural, que otorgaría un puesto propio entre las civilizaciones del mundo.

Asignatura de seguridad nacional. Hubo un tiempo en el que el marxismo-leninismo era materia de estudio para todos los estudiantes universitarios. Ahora los manuales sobre seguridad nacional, visibles en todas las librerías, indican que aquellas asignaturas han sido sustituidas por el estudio de los decretos presidenciales que fijan la concepción sobre seguridad nacional, seguridad económica y demás materias colaterales, dando muestras de la preocupación por un mundo cada vez más hostil.

Los libros que ocupan las estanterías centrales en las librerías también proyectan otras preocupaciones relacionadas con la moneda, el neoliberalismo y el papel que este desempeña en el dominio y la explotación del mundo. Occidente ha dejado de ser el modelo que se aspira a construir para pasar a ser objetivo de críticas. Iván, un programador jubilado, ve claro cuáles eran los planes de occidente para Rusia: «Los americanos querían que Rusia se desangrara en dos guerras: en un extremo con China y en otro con Ucrania. Putin ha conjurado esa amenaza».

Palabras que reflejan el hecho de que el presidente recibe el apoyo masivo de la población. La gente discute sobre los bajos salarios o la crisis, pero nadie pone en cuestión el liderazgo de Putin. Mientras antes despellejaban sus discursos con fina ironía, ahora la gente no hace ni siquiera chistes de él.

El resto del sistema político, sin embargo, no escapa a las críticas, muchas veces feroces de la población. Balik, un ingeniero de telecomunicaciones considera que los diputados no cumplen su cometido y que se limitan a «hacer la pelota a Putin». No muestra especial interés por las elecciones que se celebrarán este mes, donde además de los diputados se renovarán asambleas regionales y gobernadores. De la misma opinión es Yuri, un ingeniero de Ekaterinburg, que considera las elecciones locales «carentes de interés». Le indigna la cantidad de dinero que se derrocha en propaganda electoral que no contiene más que «frases vacías impresas en papel caro».

Otro de los temas de conversación recurrentes. La mayor parte de los rusos tienen familiares, amigos o conocidos en Ucrania y, por tanto, una historia que contar. Olga, por ejemplo, contable en una empresa que suministra equipos a compañías petrolíferas, vivió durante su niñez en la ciudad de Krivoi Rog, situada al norte de Crimea en el centro de Ucrania. Cuenta que cuando habla con sus amigas de la escuela –que continúan viviendo allí– eluden los temas políticos, pero además tampoco se atreven a viajar a Rusia. La abuela de Liena continúa viviendo en la región colindante con Crimea de la que es natural. Cuando habla con ella le explica que la situación es tranquila, «que no hay guerra», pero le pide que no vaya a visitarla.

No solo sienten miedo los rusos que viven en Ucrania. Sergei, electricista de Kazan que trabaja en la construcción del metro de Moscú, cuenta que cuando empezó el conflicto unos conocidos suyos recibieron una llamada de sus familiares en Ucrania para decirles que «se olvidaran de ellos, que no volvieran a llamarles, que no querían saber nada de ellos».

La presión contra los rusos en Ucrania parece evidente, aunque también se dan otro tipo de reacciones. Quizás la historia más paradójica la cuenta Yura. Un compañero suyo de promoción fue a trabajar a Ucrania nada más terminar los estudios. Después de trabajar más de treinta años ha tenido que dejar todo: casa, trabajo..., y volver con su familia a Ekaterinburg. A pesar de ello, sigue considerando que su hogar está en Ucrania y quiere volver en cuanto sea posible.

Olga cree que el problema surgió con los bolcheviques que, tras la guerra civil, cedieron amplios territorios a Ucrania para dotar a la nueva república de cierta consistencia, visto el escaso territorio que controlaba. Esos territorios nunca habían pertenecido a Ucrania, eran territorios rusos, habitados por rusos, con ciudades fundadas por zares rusos, etc. De aquel error vienen los problemas actuales. La guinda llegó con Jrushov que regaló Crimea a Ucrania. Para Olga la pérdida de Crimea fue una tremenda injusticia; considera que la península ha sido siempre territorio ruso. El año pasado, aprovechando el cambio de estatus, fue de vacaciones a Crimea. Le pareció que los signos de pobreza eran evidentes, pero confía en que pronto recuperará su esplendor. «Todos roban, en todas partes, también en vuestro país, pero en algunos sitios simplemente lo hacen sin medida». Ese es en resumidas cuentas el diagnóstico que hace de la situación de Ucrania.

A pesar de todas las vicisitudes, la gente afronta el futuro con serenidad y esperanza. Ivan recuerda la tradición rusa según la cual los hijos han de romper con sus padres –los suyos se dedican a actividades artísticas y no científicas como él–. Así también ocurría en las aldeas rusas, donde los hijos que se emancipaban construían su nueva casa no al lado de la de sus padres, sino enfrente («U litza» en ruso). De esa contraposición surgían poco a poco nuevas calles («Ulitza» en ruso) que dibujaban los nuevos caminos por los que transitaría la comunidad en el futuro.