2016 ABEN. 18 EL TELÉFONO SE REINVENTA La nueva vida de las cabinas británicas Una cafetería, una biblioteca, un despacho... El declive de los teléfonos públicos ha hecho que empresas y particulares se unan para dar una nueva vida a las tradicionales cabinas británicas, que desde hace años no reportan beneficio alguno a la compañía telefónica que las mantiene. Son ingeniosas ideas que garantizan que las típicas casetas rojas sigan ejerciendo su función, no la original, sino la adquirida. ¿Para llamar por teléfono? No, para seguir siendo uno de los reclamos turísticos británicos más famosos. María Suárez {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} Dicen que la cabina más fotografiada de Londres es la de Great George Street, junto al edificio de la Hacienda Británica, en la zona del Parlamento. Son pocos los turistas que no habrán hecho cola en ese punto para inmortalizar tres de los elementos más emblemáticos de Londres –cabina en primer plano, el Big Ben y el Parlamento de fondo y, si hay suerte, algún autobús circulando por detrás–. Sin embargo, también son pocos quienes hayan utilizado esa cabina telefónica para lo que realmente se instaló: hablar por teléfono. Desde hace unos años y debido sobre todo al auge del teléfono móvil, las cabinas telefónicas de Gran Bretaña se han convertido en una lacra para quien las mantiene, la multinacional de telecomunicaciones British Telecom, que ve cómo se han transformado, en el mejor de los casos, en simples decorados para las fotografías de los millones de turistas que se pasean por la que hace poco revalidó su título de «la ciudad más visitada del mundo». En el peor de los escenarios, las cabinas se han convertido en improvisados urinarios públicos y pequeños vertederos de basura. Sin embargo, en contra de lo que puede parecer el declive de esta icónica estructura, hay quien se las ha ingeniado para adaptarlas al siglo XXI. Desde el mes de febrero es posible tomar café en una de ellas, una minúscula cafetería llamada Kape Barako, probablemente la más pequeña del mundo. Ubicada en el barrio de Hampstead Heath, al norte de Londres, el encargado del negocio, Umar Khalid, ofrece una exclusiva mezcla de cafés de Brasil, Uganda, Etiopía, India y Colombia preparada en una cafetera profesional que ocupa la mayor parte del espacio de lo que hace unos meses era otra cabina más abandonada a su suerte. El negocio no solo se limita a hacer café, las necesidades de hoy en día requieren que casi todas las cafeterías ofrezcan diferentes tipos de leche y también hay hueco para bollería, agua y algún que otro snack. Sorprende la cantidad de elementos que entran en tan poco espacio. «Antes incluso vendía sándwiches pero ahora con el frío no apetecen tanto y los he quitado», explica Khalid, quien tiene licencia para el negocio de tres años. Eso sí, reconoce que los inicios fueron complicados porque «es algo que nunca se había planteado antes y resultó difícil llegar a un acuerdo con el Ayuntamiento acerca de qué tipo de permiso conceder». Pero soslayado ese hándicap, la cosa va bien. «Tengo unos treinta clientes habituales, el lugar se ha hecho muy conocido e incluso vienen turistas hasta aquí para ver la cabina-cafetería. El negocio da para vivir y es más entretenido que sentarse en una oficina», asegura refiriéndose a su empleo anterior de contable. La desventaja –o el encanto, según se mire– de un espacio tan reducido hace que Khalid tenga que atender desde fuera del «establecimiento» y en ocasiones –muchas, teniendo en cuenta que hablamos de Londres–, las inclemencias del tiempo no ayudan. «Cuando llueve mucho coloco un paraguas que me resguarda. El problema es cuando hay lluvia y viento a la vez. Entonces no me queda otro remedio que cerrar». Micro-tiendas, mini-oficinas... La lluvia de ideas sobre negocios posibles en el interior de una cabina no termina ahí. En la céntrica Russell Square se pudo disfrutar en verano de una cabina-tienda de ensaladas. Alrededor de esa plaza quedan varios de esos puestos telefónicos, algunos abandonados, otros innovadores, como los que reutiliza la iniciativa de la empresa Pod Works, que los adapta y convierte en mini-despachos. Mediante un código de seguridad, el cliente puede acceder a cualquiera de las cabinas, donde encuentra un escáner, una impresora a color, un teléfono con llamadas locales y nacionales gratuitas, varios enchufes universales y un gran dispositivo de seguridad con cámaras, botón del pánico y de emergencia médica por si se da algún contratiempo mientras se está trabajando. De momento están ultimando la puesta en marcha del negocio para el próximo Año Nuevo, cuando ya se podrá acceder a estas micro-oficinas. «La idea estaba dirigida a gente de negocios que viajan al centro de la ciudad para una reunión, por ejemplo, y llegan media hora antes. En estas cabinas podrán tener la oportunidad de ultimar tareas o imprimir documentos, por ejemplo», explica a 7K Lorna Moore, directora gerente del proyecto. «Sin embargo, nos sorprendió el ver que el 30% de las reservas que tenemos corresponden a turistas». Por 15 libras se puede tener acceso a estos micro-despachos durante siete días consecutivos, por 25 libras se accede durante un mes y la suscripción anual es de 250 libras. Pod Works cuenta con mini-oficinas en Londres, Birmingham, Brighton, Edimburgo o Leeds. «Contamos con 45 cabinas en este momento. Para febrero esperamos tener ya cien y en un año llegar a 300», adelanta Moore. ¿Es tan fácil alquilar una cabina para abrir un negocio? La respuesta la encontramos en la empresa Red Kiosk Company, la proveedora de las cabinas de los negocios mencionados. Con un acuerdo con British Telecom de por medio en el que el 10% del beneficio se destina a obras de caridad, Red Kiosk Company ofrece desde 2014 alquileres de cabinas desde unas 10 libras al día (unos 12 euros), bien con propuestas de negocio –equipadas con máquina de café, de helados o de gofres– o bien vacías, para que el cliente las adapte y reforme a su gusto. «Estas icónicas cabinas son una pieza única de arquitectura e ingeniería, y nuestro objetivo es redefinir su uso para adaptarlas a las nuevas necesidades sin que su apariencia externa se vea comprometida», asegura Edward Ottewell, uno de los fundadores del proyecto. «Es un win-win: todos salimos ganando, la comunidad y nosotros». Mark Johnson, gerente del departamento de Telefonía Pública de British Telecom tiene la tarea de deshacerse de estos caducos teléfonos. En Gran Bretaña existen actualmente un total de 46.000 cabinas telefónicas pendientes de retirada, aunque solo 12.000 se corresponden con el icónico modelo, el K6, diseñado en 1938 por el arquitecto Sir Giles Gilbert Scott, quien también se había encargado de los modelos anteriores (K1, K2, K3, K4 y K5). «En los últimos diez años, el uso de las cabinas telefónicas en Gran Bretaña ha disminuido más del 90%», explica Johnson. De media, mantener una cabina telefónica cuesta al año 390 libras (más de 450 euros). «Cuando en 2008 comenzamos a retirar las estructuras nos encontramos con una amplia oposición por parte de la población, a la que no le importaba que se retirara el dispositivo telefónico, pero quería conservar el esqueleto de las típicas cabinas rojas. Fue ahí cuando ideamos la iniciativa de su adopción». Por el precio simbólico de una libra, una comunidad puede adoptar una de ellas. Ya se ha traspasado la propiedad de 4.000 cabinas en Gran Bretaña, a las que se les ha retirado el dispositivo telefónico, y hay comunidades que han decidido, por ejemplo, instalar instrumentos de primeros auxilios como un desfibrilador. Mini-hospitales, micro-bibliotecas... «Las cabinas de teléfono tienen normalmente una localización privilegiada, lo que las hace óptimas para instalar desfibriladores», explica Martin Fagan, secretario nacional de Community HeartBeat Trust, desde donde se encargan de proporcionar desfibriladores a las comunidades que desean instalarlos en alguno de los puestos de su zona. «El acuerdo que tenemos permite utilizar la electricidad de la cabina, así que, en ese sentido, no hay problema para usar los desfibriladores». Fagan asegura que gracias a esta iniciativa se han salvado muchas vidas. «Por motivos de confidencialidad no puedo decir cuántas vidas se han salvado con este método, pero sí te digo que cuando se produce un ataque al corazón, los cinco primeros minutos son clave para salvar la vida de esa persona. En cinco minutos es imposible que una ambulancia acuda al lugar, por lo que la actuación del público es algo decisivo». Las cabinas cuentan con instrucciones básicas para el uso del desfibrilador y, para su correcta diferenciación, se ha sustituido la cabecera Telephone por la de Defibrillator. La Community HeartBeat Trust cuenta ya con cerca de 500 desfibriladores en cabinas, «sobre todo en pueblos y zonas turísticas, aunque no hay casi ninguna en Londres». A lo largo de Gran Bretaña podemos encontrar otras iniciativas como cabinas-tiendas de gafas de sol y souvenirs, cabinas que esconden cierta paradoja porque actúan de mini-tiendas de reparación de teléfonos móviles, cabinas-galerías de arte, cabinas-cajero automático o cabinas-biblioteca. Este último caso lo encontramos en el barrio londinense de Lewisham, que presume de contar con la biblioteca más pequeña de Londres. En la práctica se trata de un punto de intercambio de libros –por motivos de espacio es imposible leerlos dentro de la estancia– y cuenta con más de doscientos ejemplares. Multitud de curiosos la han querido visitar, porque incluso aparece como un punto de interés recomendado en Google Maps. Pero la transformación de las cabinas telefónicas de Gran Bretaña no termina aquí. Para quienes piensen que se trata de una posibilidad reducida al mercado local, nada más lejos de la realidad. De hecho, existe la posibilidad de adquirir una desde cualquier parte del mundo. Mediante la empresa X2 Connect se puede comprar una por unas 2.700 libras (algo más de 3.000 euros). Incluso hay una edición para coleccionistas, con la Union Jack decorando la totalidad de la estructura, aunque el precio es más elevado (unos 5.200 euros). La empresa se encarga del envío de la estructura, de unos 800 kilos de peso. También existe la posibilidad de adquirir piezas –puertas, cristales, pomos...–. De hecho, por internet circulan fotografías de particulares que las han convertido en cabinas de ducha o un aseo. Para gustos. Pero lo cierto es que esta «fiebre» ha llegado a todo el mundo y hoy por hoy encontramos estas estructuras británicas en Estados Unidos, México, Sicilia, Argentina, Suiza o Sudáfrica, por nombrar algunos lugares. Aunque no hace falta irse tan lejos. Los asiduos del vizcaíno monte Artxanda hace unas tres décadas que pasan cerca de una de ellas, situada en una propiedad privada en las inmediaciones del funicular. Al parecer aterrizó ahí gracias a que un bilbaíno, haciendo honor a su fama, decidió traerse a casa un pedacito de Londres, donde había trabajado en el consulado. Gracias a ello, Bilbo estrecha sus históricos lazos con la capital británica, también por medio de su cabina telefónica.