7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Grandes inversiones


Esta es una época cansada. El efecto de lo vivido y el nuevo escenario, removido, incierto, con el impacto de lo anterior a flor de piel, crea situaciones personales y grupales cargadas de dificultad que, en última instancia puede vivirse simplemente como cansancio. Ese cansancio físico condensa una realidad muy concreta, que es la tensión física acumulada y persistente, pero también una realidad más íntima, ya que dicha tensión tiene su origen en una vivencia del mundo como un entorno para adaptarse al cual hay que hacer ciertos ajustes, también físicos.

Las emociones se viven en el cuerpo, los afectos que experimentamos íntimamente se depositan en el cuerpo cuando no se les puede dar una forma y después una acción hacia el exterior, es decir, que impacte en ese mundo al que tratamos de adaptarnos, que sirva. A menudo, cuando vivimos el estrés de adaptarnos a situaciones inciertas y lo hacemos sin darle –-aparentemente– demasiadas vueltas, es habitual que el marcador que nos ponga límite, que nos haga caer en la cuenta del esfuerzo extra, sea precisamente el cuerpo. Puede que también le demos mayor entidad a estas sensaciones corporales por una cuestión cultural –aquí– (por ejemplo, es más fácil aún hablar de cansancio que de estrés, de preocupación que de miedo, o incluso de flojera en lugar de hacerlo de la tristeza). En cualquier caso, dentro de ese cansancio evidente para el que tomamos vitaminas, tratamos de dormir la siesta o por el que no queremos levantarnos el fin de semana para hacer algo de ejercicio, reside una parte vulnerable que está necesitando algo relevante.

Es muy curioso comprobar lo difícil que es a veces encontrar un ratito para hablar de esa parte vulnerable, de la que está esforzándose porque tiene miedo al futuro o está triste porque los intentos que está haciendo para salir adelante no terminan de funcionar. Y mientras este espacio no existe, el cansancio aumenta o se mantiene la sensación de estar sobrepasados por el trabajo o la tarea, por los aspectos concretos de la vida.

A oídos de una observadora detenida, la justificación de «es que tengo mucho trabajo» o «es que llevo en pie desde las seis y media», parece quedarse corta cuando el cansancio limita también la capacidad para disfrutar del descanso, o incluso para encontrar un momento para tenerlo. Entonces, está sucediendo algo ligeramente distinto a la carga evidente, y el descanso parece más “mental” que físico. La introspección en estos casos no ayuda y es habitual que la persona “le dé vueltas” sin llegar a una conclusión diferente a «bueno, hay que seguir tirando». Hace falta algo más y para ello, los mamíferos hemos desarrollado una magnífica forma de calmarnos, de tratar de recuperar las fuerzas, y es la dilución de las preocupaciones, de los miedos y de las inseguridades en el grupo.

Cuando podemos compartir, cada cual en la medida de sus capacidades, algo de todo lo anterior con una persona involucrada conmigo –y no necesariamente más fuerte que yo, simplemente que en ese momento esté para mí–, con alguien que esté dispuesto a dejar sus asuntos a un lado por un ratito, que no se asuste y se apresure a darnos soluciones, alguien que se muestre físicamente cercano o cercana, incluso aunque esté lejos –con la voz, por ejemplo–; cuando llegamos a destapar todo ese cansancio y nos encontramos con lo que realmente nos agita y lo compartimos, le ponemos palabras, la otra persona lo recibe, nos dice lo que piensa o siente cuando nos escucha y lo hace sin crítica, entonces es como si una contractura se liberase, como si un peso se soltase, y entonces, la energía vuelve a estar disponible para la tarea, para el mundo productivo, pero también para el uso de nuestro cuerpo y nuestra mente más libremente, para inventarnos el siguiente paso mirando hacia la posibilidad de éxito y menos a la de fracaso. ¿Sería una inversión de tiempo y esfuerzos tan tremenda?