2025 URR. 12 IRITZIA Lejos, cerca David Fernàndez {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} Puede quedar aparentemente lejano, pero hace solo cinco años, saliendo de las derivadas pandémicas del covid, la vieja normalidad volvió de golpe -aquella normalidad que era parte neurálgica de nuestros problemas contemporáneos-. Mucho se sostuvo la ilusión de que saldríamos mejores, que aprenderíamos mil lecciones y que se abrirían puertas, ventanas y hasta las alamedas de la libertad. Para nada. Por las latitudes catalanas, la paradoja más cruel y elocuente fue otra. Fruto de un maldito virus, jamás consecuencia de políticas públicas sólidas a largo plazo, se suspendieron todos los desahucios de familias empobrecidas, se cerró el centro de internamiento de personas migrantes, no había nadie durmiendo en la calle, se relajó a mínimos la presión turística y bajó en picado la contaminación del aire. Volvió la cruda normalidad -y nos encontró dormidos-, y con ella, el reguero de desalojos pendientes, 1.500 personas durmiendo al raso en Barcelona, la polución que convierte esta ciudad en una de las más contaminadas de Europa, el alud turistificador que asfixia barrios y las retenciones racistas. Tan lejos la oportunidad abierta, tan cerca el portazo que dimos. Próximo o remoto, podría parecer incluso -eso desearía el ritual habitual de la lobotomía que siempre ordena el poder- que el 1 de octubre de 2017, donde queriendo ser república aprendimos a ser pueblo, nunca existió. Y vaya si sigue existiendo. Y no solo por la pervivencia de tres exiliados, un presidente de la Generalitat incluido, sino por tantas personas que aún esperan, como Godot, la aplicación de la amnistía. Y por tantos tuétanos del Estado que nos siguen monitorizando. Sería absurdo, por inútil, olvidar aquella séxtuple derrota -social, policial, logística, mediática, cibernética y ética- infringida al Reino de España vía desobediencia civil. Ocho años después, ya es curioso que, ante el desconcierto catalán, sea Ayuso -entzun- quien nos recuerde permanentemente que los catalanes se están preparando para volverlo a intentar. No tan lejos el último intento, esperamos que bien cercano el siguiente. Poco o mucho. Nada o todo. Y tan próximo el 20N -Santi, Josu-. Retrovisores, resulta también que cincuenta años en la historia de nuestros pueblos no es demasía ni tampoco escasez. Pero rememorar que hace solo cinco décadas -con la excepción republicana previa a la dictadura- que votamos ayuntamientos democráticos es recordar solo, en la frágil línea de tiempo de los siglos, un breve lapso de tiempo. Ahora que Feijóo sostiene, sin despeinarse, que la prosperidad es más importante que la democracia y que Europa ha despertado de nuevo. El escalofrío en el espinazo ya lo tenemos garantizado. Porque, cada vez que “Europa despierta”, surge invariablemente la pesadilla infausta de los agujeros negros de la historia, los sumideros funestos de la histeria colectiva y el vendaval nefasto de las cenizas que anunciara aquel “Angelus Novus” espantado de Walter Benjamin. Aquella historia tan europea. Tan lejos, dicen algunos; tan cerca, escupe la realidad. Ocho años después, ya es curioso que, ante el desconcierto catalán, sea Ayuso -entzun- quien nos recuerde permanentemente que los catalanes se están preparando para volverlo a intentar. No tan lejos el último intento, esperamos que bien cercano el siguiente.