2025 URR. 19 El proyecto de una vida Oscar Isaac, en el papel de Victor Frankenstein, el científico que da vida a la criatura. La película llega a las salas de cine la próxima semana y en noviembre se emitirá en Netflix, aunque merece la pena verla en pantalla grande. Mariona Borrull {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} Han sido treinta años desde que el mexicano, católico por educación y cinéfilo por credo, tratase por primera vez de producir su adaptación del clásico de Mary Shelley. «Hay ADN de “Frankenstein” en “Cronos” (1993), en “Blade II” (2002), en “Hellboy” (2004)», explicaba en una entrevista a Variety. Cuando vio el “Frankenstein” de James Whale, vio en Boris Karloff la figura apacible de los santos que le enseñaban en catequesis, así como la víctima de un padre negligente y ególatra. También, la posibilidad de redimirlo. De hecho, Guillermo Del Toro planteaba extender la historia en dos películas, que contrapusieran la visión del doctor y del monstruo. Finalmente, optó por un solo relato larguísimo, partido en díptico: primero asistimos al crecimiento fáustico de un científico-artista, Oscar Isaac con las maneras de una estrella del rock (Mick Jagger), y luego atendemos a las consecuencias nefastas que sus ínfulas han acarreado sobre Jacob Elordi, la criatura. Inicialmente, el monstruo iba a ser Andrew Garfield, pero cayó por agenda. La alternativa fue clara: a Del Toro lo habían enamorado la ambivalencia entre la frialdad y la inocencia de Elordi en “Saltburn”. Solo quedaba transformar al engendro de los tornillos en una obra digna de artista: un cuerpo montado a base de las mejores piezas, un ser que, visto de lejos, comparte tanto con el mármol como con las superficies relamidas de una imagen hecha en IA. En realidad, la película “Frankenstein” no aporta mucho más al relato original, el “moderno Prometeo”, como tampoco los creyentes tratan de incorporar nada a la Biblia cuando explican uno de sus pasajes. Si un sentido tiene la versión del mexicano es el de ilustrar un cuento que funciona por sí mismo, aupado por toda la suntuosidad que permite la dramaturgia del cine. Empezando por el diseño de producción lustroso de Tamara Deverell, colaboradora habitual de Del Toro, que hizo construir sets prácticamente cerrados, de pura ópera, para una mayor impresión del reparto. Como en el “Frankenstein” de Kenneth Branagh (1994), la importancia de la obra se traduce en ampulosidad visual, en grandilocuencia… Hasta costar diez veces más que “La forma del agua”. Por ello, vale la pena verla en una sala de cine. Quizás en pantalla grande el espectáculo logre superar al fin la frialdad que por el momento ha despertado entre el público, motivada en general por la poca distancia que hay entre el relato en la pantalla y la novela de base. Guillermo Del Toro ama tanto el relato de Shelley que no propone apenas cambios sobre sus temas o argumento. Podríamos considerar su “Frankenstein” como la mejor adaptación posible del Prometeo literario y, justo por ello, también un fracaso total. En fin, ojalá sirva al menos como invitación a la lectura de parte del espectador no iniciado.