2015 MAR. 29 LOS ALPES A TIEMPO REAL Cámara y acción en los Alpes Una sucesión de cimas, serpenteantes glaciares, afiladas agujas, abismos de escalofrío... Es difícil escapar al magnetismo que ejercen los Alpes. Porque sueñas con escalar una de sus múltiples vías o porque has quedado atrapado en su inmensidad. El alpinista y fotógrafo Jon Griffith recoge en un libro diez años de trabajo en esta codiciada cordillera. ¿El resultado?, hay que verlo. Mariasun Monzón {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} Cuenta una leyenda que un misterioso caminante sepultó a los espíritus malvados que pululaban en el antiguo Mont Maudit (Monte Maldito). Generosamente bienvenido y acogido por los habitantes de la aldea que existía a los pies del monte, el mendigo prometió interceder ante el Cielo para que lo liberase de los genios del mal que infestaban la zona. Y así fue: la nieve comenzó a caer sobre la montaña maldita, recubriéndola rápidamente de una blanca capa que aprisionó a los espíritus inmundos para siempre. Desde entonces, el macizo cambió su maldito nombre por uno más propicio y sereno, el Mont Blanc. En torno a esta montaña mágica y venerada se anuda una auténtica maraña de leyendas. Lo que para unos era morada de la “diosa blanca”, para otros era «la eterna prisión de dioses malignos». Mientras unos consideraban que debían respetar y venerar a estas entidades divinas, otros creían que era cuestión de vida o muerte desterrar a los que para ellos eran demonios invisibles y hostiles. Según se recoge en “Il fiore del leggendario valdostano” de Tersilla Gatto Chanu, los exorcismos de un párroco desterraron a los manteillon, el poder de un mago venido de Oriente aprisionó a todos los genios nefastos del Valle de Aosta en la gigantesca torre del Diente del Gigante, el candor de un frailecillo sin mancha desterró a los glaciares a los demonios que infestaban el Val Veny... Leyendas que envuelven a esta montaña cuya cima ha ejercido durante siglos una atracción irresistible para miles de aventureros, como el inglés William Windham, que en 1741 organizó, junto a Richard Pococke, una expedición al entonces «inhóspito y peligroso» valle de Chamonix. Windham quedó hipnotizado con el valle y los precipicios que, según él, «podían espantar las almas más firmes»; y a él se debe el nombre del glaciar Mer de Glace, uno de los más famosos y visitados del mundo y el mayor del Estado francés. Situado en el extremo occidental de la cordillera de los Alpes, a caballo entre el Estado francés, Italia y Suiza, el macizo del Mont Blanc es una sucesión de cimas, serpenteantes glaciares, agujas afiladas y abismos de escalofrío. Visto desde la Aiguille du Midi se comprende el magnetismo que ejerce desde hace siglos y por qué tanta gente lo ve como el pequeño Himalaya europeo. Las mejores imágenes. No son muchas las personas que tienen la oportunidad de conocer de cerca las inmensas cimas que conforman la cordillera de los Alpes, a pesar de los teleféricos que te acercan hasta puntos desde los que puedes divisarlas a lo lejos y que atraen a miles de turistas cada año. Escalarlas requiere de una preparación especial y unas condiciones físicas de las que solo los montañeros experimentados disfrutan. Jon Griffith es uno de estos privilegiados. Armado del material mínimo e imprescindible para afrontar la escalada y siempre con su cámara fotográfica a cuestas, ha acometido las cumbres más emblemáticas de los Alpes, poniendo una atención especial al macizo del Mont Blanc. Ahora, este alpinista y fotógrafo británico afincado en Chamonix ha publicado un libro en el que recoge las mejores imágenes captadas en sus últimos diez años de trabajo en el mundo de los deportes de montaña en los Alpes. Desde la cara norte del Eiger al Mont Blanc, además de las instantáneas de ascensiones, el trabajo de Griffith incluye fotografías de escalada en hielo, esquí extremo, parapente, paisajes... Cumbres como cuchillos y tormentas de nieve al atardecer en los Alpes a miles de pies de altura. «Quería crear algo único. Nunca me ha gustado recrear imágenes ya vistas, fotografiar lo que otros han fotografiado», señala este deportista cuya pasión confesada es subir algunas de las rutas más difíciles de Europa y «traer de vuelta imágenes como estas para enseñárselas al mundo». “Alpine exposures”, que así se titula este libro, comienza con un prólogo del suizo Ueli Steck, compañero de fatigas en los últimos años de Griffith y aquí, en Euskal Herria, recordado como uno de los alpinistas que participó en el rescate de Iñaki Otxoa de Olza. Fue él, precisamente, quien se encontraba con el montañero navarro cuando este falleció, a 7.400 metros de altura; había cogido el relevo al rumano Horia Colibasanu, que llevaba tres días cuidando de Iñaki y, en consecuencia, afectado gravemente también por el mal de altura. «Una llamada de Horia Colibasanu al escalador suizo Ueli Steck bastó para que este se pusiera en marcha montaña arriba sin equipo de alta montaña, y con la ayuda de sus crampones y dos piolets», se informaba en una de las crónicas de aquellos días de mayo de 2008. «La única cosa que siempre me va a ser difícil de aceptar es cuando empacamos nuestros equipajes y Jon [Griffith] mete su pesada cámara –soy muy estricto cuando se trata de mantener el peso mínimo–. De ahí que mi consuelo esté ahora en este libro. Lo que cuenta es la vida en el momento presente. Las experiencias y los encuentros son los que nos mantiene y nos conforma. Y las fotografías de Jon transmiten estas experiencias. Captura la autenticidad y el espíritu de estos momentos en el tiempo, y me alegra que por lo menos mantenga un registro de ellos», escribe Ueli Steck en el prólogo de “Alpine exposures”. Fiel a la ética del trabajo de Jon Griffith, el libro, editado en gran formato, solo muestra fotos tomadas en situaciones reales, con el fin de ofrecer a los lectores «una experiencia profunda» del mundo de los deportes extremos de montaña. El propio Griffith lo explica: «Quería seguir siendo fiel a los valores del alpinismo y a la gente con la que he escalado. Por ello, todas las imágenes de este libro son reales, no son disparos preparados –o previstos– de antemano, sino momentos honestos, capturados, que muestran una visión fugaz de un gran ascenso». El resultado es una publicación que va más allá del simple encanto estético y muestra cómo la naturaleza no dejará nunca de sorprender y maravillar. Diseminadas por las 285 páginas del volumen, entre las espectaculares fotos de gran formato hay anécdotas aquí y allá, además de seis textos más largos –en inglés, francés y alemán–, en los que el autor explica las condiciones en las que se realizaron las fotos a las que hacen mención los textos y los porqués de las mismas, porque, como señala Griffith, esos ascensos «merecen más que una foto». «Los textos están ahí para ayudar a situar la escena –añade–, porque a veces es fácil olvidar que detrás de una fracción de segundo captado por la lente en una instantánea puede haber días de dura escalada. Eso es lo importante». Cinco ascensiones, cinco experiencias definitivas. La vía “Cecchinel-Nominé”, en el Grand Pilier d’Angle; la “No Siesta” y la “Colton-Macintyre”, en las Grandes Jorasse; la “Diablete Arête”, en el Mont Blanc du Tacul; la “Innominata Ridge”, en la cara sur del Mont Blanc; y Speed ride, en la cara este de Monte Rosa. Cuatro escaladas, en el macizo del Mont Blanc, y una experiencia nueva en los Alpes italianos, que de una u otra forma marcaron un punto de inflexión en la trayectoria profesional de Jon Griffith, como fotógrafo y como deportista. Porque consiguió escalar la que para él era una vía inaccesible, porque logró una de sus fotos más emblemáticas, porque captó la más estética, porque realizó su primer disparo importante o porque se adentró en otros deportes al margen de la escalada. Cinco trabajos, cinco experiencias que Griffith relata no solo con impactantes imágenes, sino con ese texto más largo que da vida al “momento decisivo” captado por su cámara. Relata Jon Griffith que la “Colton-Macintyre” fue su primer «disparo importante», porque, como explica, siempre había soñado con hacer fotos en vías difíciles pero, en esa época, apenas comenzaba a bregarse en itinerarios de dicha envergadura. Fue Ueli Steck el que le dio la oportunidad: le propuso que realizara las imágenes de su escalada en esa vía de las Grandes Jorasses y, en consecuencia, acompañarle en la tarea. Lo que para Steck era habitual, para el aún inexperto Griffith era más que una aventura. Pero se embarcó en ella, y lo logró. «Fue una experiencia increíble. Fui consciente de que era posible tomar fotos en las grandes caras norte y, a partir de ese momento, comprendí la dimensión que quería dar a mi trabajo como fotógrafo: inmortalizar a los mejores deportistas en las vías más difíciles. Esto me ha empujado a encontrar mis propias motivaciones en la escalada, tomando conciencia de que para fotografiar a los mejores había que escalar con ellos». Antes, también en las Grandes Jorasses, había recibido «un curso acelerado» de escalada cuando, junto a Will Sim, se aventuró con “No Siesta”. Llevaba soñando con esa vía desde que llegó a Chamonix, pero en aquel momento consideraba que nunca podría abordarla –«su calificación y su descripción hacían que solo fuera privilegio de los mejores y yo no me veía llegando a ese nivel»–. Se atrevió con ella años después, a pesar de que tanto él como Sim tenían poca experiencia en esa modalidad de escalada. Y no le decepcionó: «Después de tres días en la pared y haber realizado la escalada más increíble y sostenida que jamás haya hecho, salimos a la cima bajo los rayos del sol. Era como abrir una nueva etapa. Deseaba hacer más escaladas difíciles y técnicas que requiriesen varios días, no solamente en los Alpes, sino también en macizos lejanos». Escalada, pero también parapente o esquí extremo. Griffith considera que el verdadero talento de un fotógrafo de deportes de montaña no estriba tanto en la habilidad en el manejo de la cámara como en su capacidad de evolucionar en la propia montaña. «Si no eres suficientemente rápido como para seguir a los deportistas y tomar las fotos decisivas, los conocimientos técnicos importan poco», señala. De ahí que su trabajo le obligue a adaptarse a todas las prácticas. Así, en “Alpine exposures” encontramos impactantes instantáneas de vuelo en parapente o wingsuit (traje aéreo), vertiginosos descensos en esquí o una escalada en las entrañas mismas del Mer de Glace. Jon Griffith conoce lo mejor y lo peor de la montaña –estaba con Simone Moro y Ueli Steck cuando se produjo el terrible episodio con los sherpas en el campo II del Everest–. Su doble pasión le ha llevado a Patagonia, Alaska e Himalaya, además de los Alpes que tan bien conoce. Y de todo ello queda un documento gráfico, una fotografía donde prima el estilo por encima de la estética. Quizás por ello, porque prima el estilo, “Alpine exposures” impacta tanto, también entre los lectores no versados en la alta montaña. Fotografías cedidas por Jon Griffith; publicadas en el libro:“Alpine exposures”. Vertebrate Publishing, 2014