Laurent Perpigna Iban
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Dos niños pasean junto a un mural dedicado a Yasser Arafat.Fotografías: Laurent Perpigna Iban

En Líbano, los palestinos recuperan la esperanza

Condenados a sobrevivir en campamentos superpoblados bajo una situación de pobreza e inseguridad, los 400.000 refugiados palestinos de Líbano han seguido muy de cerca el levantamiento de su pueblo en las últimas semanas. Y empiezan a soñar con otro futuro.

Un muro de separación. Un mirador. Un puesto de control, vehículos parados. Al otro lado del puesto de control, decenas de miles de palestinos se ven hacinados en una superficie de 1,5 kilómetros cuadrados. Al contrario de lo que parece, no nos encontramos en Cisjordania, sino en Líbano. Bienvenidos a Ain el-Hilweh, a las afueras de la ciudad portuaria de Saida. El mayor de los doce campos de refugiados palestinos del país.

Youssef Rabbeh, de unos treinta y pocos años, nos da la bienvenida con una amplia sonrisa. Él y sus desafortunados compatriotas –la inmensa mayoría de los cuales nació refugiada– quieren creer en que hay posibilidades de un cambio. «Durante lo acontecido en Sheikh Jarrah y después, durante el ataque israelí en Gaza, todos pasamos noches sin dormir. Veíamos en directo el desarrollo de los acontecimientos y luego salíamos a manifestarnos. A veces varias veces al día. Ha sido un punto álgido del que aún no hemos descendido».

Un optimismo que no solo contrasta con la situación catastrófica de un país, Líbano, ahogado por la crisis económica –y con una población con las necesidades básicas insatisfechas–, sino sobre todo con la vida cotidiana de estos miles de palestinos, condenados desde 1948 a una dolorosa e interminable espera.

 

En las calles del campamento de Sabra y Chatilah, en Beirut, una maraña de cables eléctricos oculta el cielo.

La dura realidad de los campos en Líbano. Entrar en un campamento palestino en Líbano es enfrentarse a un ‘shock’ psicológico de primera clase. Burj-el Barajneh, suburbio sur de Beirut. Aquí, en pleno feudo de Hezbollah, a unos cientos de metros del aeropuerto Rafiq Hariri, la atmósfera es agobiante. Al igual que en otros campos palestinos en Líbano, sus calles son estrechas, diminutas, superpobladas y oscuras: la maraña de cables eléctricos conectados anárquicamente entre sí apenas deja pasar la luz del día. Además, y con escalofriante regularidad, hay niños que mueren electrocutados en el desvío de un callejón, nos señalan sus habitantes. La cobertura telefónica va desapareciendo progresivamente. Nos movemos en un laberinto oscuro, donde se entrecruzan los niños con los hombres armados.

Estos lugares poseen una dudosa reputación: se los considera lugares extremadamente peligrosos. Tras los acuerdos de El Cairo, en 1969, las fuerzas de seguridad libanesas ya no operan en ellos. La inmensa mayoría de los libaneses tampoco. Hay que decir que el lugar es poco tranquilizador. Las miradas que se encuentran el interior son desconfiadas, a veces desafiantes. Las distintas facciones palestinas –agrupadas en comités– tratan de mantener una sensación de orden. Una misión difícil, incluso cuando la población está mayoritariamente armada: «Nadie ha olvidado el drama de Sabra y Chatila [en 1982]. Estas armas cumplen un papel preventivo, nos protegen de cualquier ataque procedente del exterior», explica un habitante del campo de Burj el-Barajneh.

Abu Abdallah es el responsable del Frente de Liberación de Palestina (FPLP, de inspiración marxista) en el campamento de los suburbios del sur de Beirut. A la hora de hablar de las condiciones de vida allí, critica el trato que el Gobierno libanés dispensa a los palestinos: «La situación económica en el campamento es límite. Las leyes libanesas nos prohíben el acceso al mundo laboral, ya que la mayoría de las profesiones están prohibidas para nosotros. Y nadie puede comprar una casa fuera de los campos. Todo está controlado».

Un amargo sentir que también comparte Youssef Rabbeh, desde Ain el Hilwé. Su muro exterior, construido a mediados de la década de 2010 y que rodea completamente el campamento, fue presentado como una ‘protección antiyihadista’ temporal. Debía contribuir a pacificar el lugar. «Este muro era supuestamente una herramienta de seguridad, pero es ante todo simbólico: es aquí donde se encuentra la mayor comunidad palestina en Líbano, es un poco la capital de los refugiados. Así que está en el centro de todas las miradas. Si este campamento explota, el resto también explotará. Años después, el muro sigue ahí, y los controles en el puesto de control nos hacen la vida aún más complicada», explica.

Es en Líbano, al menos hasta la guerra de Siria, donde los refugiados palestinos encontraron las mayores dificultades en su éxodo. El temor a una ‘residencia definitiva’ de estos refugiados, ha servido al estado Libanés de excusa para esta permanente marginación. «No queremos obtener la nacionalidad libanesa: por supuesto somos y queremos seguir siendo palestinos. Pero sobre todo, queremos ser tratados como seres humanos, y que dejen de vernos como una amenaza para su seguridad», continúa Youssef Rabbeh.

Condenados a la supervivencia. Los campos, ya de por sí superpoblados, han visto llegar durante la pasada década de 2010 a varios millares de sirios refugiados de la guerra civil, así como palestinos que ya se encontraban refugiados en la misma Siria. Una situación insostenible en la que cada metro cuadrado se aprovecha en un país ya agotado. Y económicamente, los habitantes de los campamentos se vieron asfixiados. La añadida presión del descenso a los infiernos de Líbano, con su crisis política, económica y sanitaria tuvo consecuencias nefastas. Huda Samra, portavoz del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Líbano (UNRWA), asegura: «Hay varias secuencias de crisis superpuestas. A partir de octubre de 2019, las cosas se han vuelto aún más difíciles, con bloqueos de carreteras y el clima de agitación en el país. Muchos de ellos han visto reducida su movilidad y esto ha tenido consecuencias profesionales: ya no pueden trabajar fuera de su campamento. A pesar de esta difícil situación nacional general, los palestinos se encuentran entre los colectivos más vulnerables por muchas razones. Por eso insistimos en que sean incluidos en los planes de respuesta y de apoyo a Líbano».

Al ser 72 las profesiones prohibidas para los refugiados palestinos en Líbano, la inmensa mayoría no tiene otra opción que trabajar en pequeños comercios en el centro mismo de los campamentos. Pero la crisis económica, en combinación con la actual crisis sanitaria, ha tenido efectos devastadores. Muchos comercios han tenido que echar el cierre. Mohamad Kassar, de 40 años, tenía una tienda en Ain al-Hilweh, donde vendía ropa importada directamente de Siria. «Al principio, tuvimos grandes dificultades debido a la falta de dólares en el país, divisa con la que compramos a nuestro proveedor. Posteriormente, la frontera entre Siria y Líbano se cerró durante el confinamiento. Después de eso, la devaluación de la libra terminó de rematarnos. Era imposible continuar. Trabajaba con pérdidas. Tuve que parar».

También para el UNRWA –que es responsable de los campos de refugiados palestinos– las dificultades son enormes. La organización de las Naciones Unidas es utilizada a menudo como medio de presión, al servicio de intereses políticos, como por ejemplo, cuando el expresidente estadounidense Donald Trump retiró su financiación a la agencia, lo cual redujo en 300 millones de dólares su presupuesto. Y si bien Joe Biden, su sucesor, prometió volver a subvencionar la agencia, los fondos siguen faltando.

La situación es tan crítica que, este mismo mes de mayo, el Banco Mundial calificó la crisis económica libanesa como «una de las tres peores crisis que el mundo ha conocido desde mediados del siglo XIX». El PIB por habitante disminuyó un 40%. Tal degradación habitualmente solo se produce en períodos de guerra. Un balance que debilita aún más a las poblaciones más vulnerables del país, como los refugiados sirios y palestinos.

Pocos días después del comienzo de la ofensiva israelí, se instaló un enorme mural a pocos metros de la entrada del campamento de Burj al-Barjhneh, en los suburbios del sur de Beirut, en pleno feudo del Hezbollah.

Levantamiento. Si bien la cuestión de Palestina parecía haber perdido toda su centralidad en los dos últimos años, desde finales de abril ha vuelto dramáticamente a la actualidad, inundando los canales de televisión y las redes sociales de todo el mundo. Y qué decir de esos cerca de 400.000 palestinos de los campos de refugiados, que históricamente figuran como los grandes olvidados de un conflicto que parecía fuera del alcance de los radares internacionales.

Este levantamiento lleva consigo el sello de una juventud palestina acorralada, se encuentra en Cisjordania, en Jerusalén, en Israel, en la Franja de Gaza o fuera de su tierra histórica. «Somos un solo cuerpo, enfermo de diferentes dolencias. Pero cada golpe a los palestinos, sea donde sea, nos golpea a todos los demás. Lo hemos recordado al mundo entero. Somos todos uno», dice un palestino en los callejones de Chatila.

Y el incalculable número de manifestaciones en todos los rincones de Líbano durante la reciente ofensiva israelí en Gaza ha permitido a los palestinos recuperar una lucha de la que se creían excluidos. «Por supuesto, nosotros también somos parte del problema», afirma Youssef Rabbeh. «Durante demasiado tiempo hemos sido ignorados y el levantamiento de los palestinos de Líbano ha venido a recordar que la cuestión de los refugiados, aquí en Jordania, en Siria o donde sea, debe ser tenido en cuenta. Tenemos derecho a regresar, nada se resolverá mientras sigamos aquí. Para nosotros los palestinos es un momento de oro, una ocasión que no podemos desaprovechar. El mundo entero tiene ahora mismo puestos los ojos en las injusticias que vivimos».

En el casco antiguo de Saida, nos encontramos los colores palestinos por todas partes. En los puestos de un comercio Rami, un palestino de unos 40 años, puso en primera fila de su tenderete las banderas, bufandas, gorras y kheffieh –pañuelo– con los colores nacionales. Asegura que estos productos nunca se habían vendido tan bien. «Todo el mundo los compra, incluso los libaneses. El pueblo libanés está incondicionalmente con nosotros. Se siente un verdadero cambio, no solo en las mentalidades, sino también a escala internacional».

Un discurso que, sin embargo, contrasta con una realidad hasta entonces bien arraigada: la presencia armada palestina, señalada como uno de los principales factores que provocaron la guerra en 1975, había alejado algo a la opinión pública libanesa de su causa. En un Líbano en el que las líneas de fractura confesionales son persistentes, el tema de los refugiados, palestinos o sirios, muy numerosos, es sensible. Una desconfianza que se había amplificado tras los cien días de asedio del Ejército libanés contra el campamento de Nahr el-Bared –en el norte del país–, tras los ataques de un grupo islamista armado, Fatah al-Islam. El campamento resultó destruido en gran parte.

Habitantes de Sabra. A pesar de toda una vida en los campamentos, aún esperan con impaciencia su regreso a Palestina.

Superar la crisis política palestina. Con la atención mundial que se presta a su causa, los palestinos de Líbano quieren creer en otro futuro. Y lo hacen saber. «¡Van a ver, todo va a cambiar!», exclama un joven que pasa en una scooter por delante del campamento de Mar Elias, en Beirut.

¿Puede cambiar cualquier cosa? Nada es sencillo: si bien la juventud palestina se ha alzado y desea unirse en un nuevo combate, es cierto también que las divisiones políticas siguen debilitando la esperanza de una dinámica unitaria poderosa. Y con el alto el fuego firmado el pasado 21 de mayo de 2021 entre Hamas e Israel se abre un nuevo período, crucial para el movimiento nacional palestino, cuyos partidos hacen frente a los desafíos del levantamiento.

La frágil reconciliación interpalestina lograda por el conjunto de las facciones miembros y no miembros de la Organización de Liberación de Palestina (OLP) en Beirut en septiembre de 2020, hacía prever unas elecciones legislativas y más tarde presidenciales en abril y junio del 2021. Sin embargo, esta se ha derrumbado a raíz del anuncio de estos plazos por el presidente de la Autoridad Palestina –en el poder en Cisjordania–, Mahmoud Abbas.

La nueva generación palestina parece alzarse contra las barreras internas y externas inspirándose en las luchas de la época –en particular el movimiento Black Lives Matter–. ¿Nos dirige esto hacia un cambio total en las relaciones de fuerza establecidas? «En todo caso, la juventud palestina, sea cual sea su contexto geográfico o político, está en pie y se organiza. Los palestinos de los territorios, Gaza, Israel, los refugiados y la diáspora, están totalmente conectados entre sí a través de las redes sociales. Es demasiado pronto para aventurarse a decir que esto va a llevar a algo, pero es una señal de alarma para los tradicionales actores políticos palestinos, que quedan al margen», considera Nour Odeh, analista palestina.

En las calles del campamento de Sabra y Chatilah, en Beirut, una maraña de cables eléctricos oculta el cielo. En las paredes, varios retratos de líderes palestinos.

Y si en los muros de las calles de Líbano los retratos de Yasser Arafat y los carteles de su partido, Al Fatah, han florecido en las últimas semanas, la crisis política estructural palestina está en la mente de todos. «También es el momento de levantarnos y poner fin al fracaso del escenario de los acuerdos de Oslo. Tenemos que cambiar nuestro liderazgo político: los israelíes han utilizado las negociaciones de paz para ganar tiempo y para hundirnos aún más. La prueba es que la colonización sigue aumentando día a día, y el mundo se ha dado cuenta de que su único objetivo es crear un gran Estado de Israel judío, sin palestinos. Mahmoud Abbas es claramente parte del problema», dice Youssef Rabbeh.

Al Fatah, mayoritario en los campos palestinos, implosionó en tres ramas distintas –la de Mahmoud Al-Alloul, secretario general de Al Fatah, la de Nasser Qudwa, sobrino de Yasser Arafat, y la de Mohammad Dahlan, con su Fatah reformista–. ¿Podría ser que Hamas estuviese ganándoles terreno en la ofensiva, incluso en los campos de refugiados de Líbano? «Aquí están presentes, pero la población sigue estando más cerca de Al Fatah, sobre todo porque muchas personas dependen financieramente del partido. No estoy de acuerdo con Hamas en muchos puntos. Pero resisten, intentan hacer algo, se muestran solidarios con todos los palestinos. Tienen poder y ejercen una relación de fuerza. Debemos aprovecharlo», responde Youssef Rabbeh.

Una observación compartida por muchos en los campos de Líbano, donde la insoportable espera, sumada a la ausencia absoluta de horizontes se traduce en un deseo irrefrenable de cambio. «Yo soy palestino. Tengo 70 años y nunca he conocido mi tierra, pero estoy dispuesto a luchar desde mañana para lograrlo», explica Ahmed, a la vuelta de un callejón del campo de Chatila. Un deseo en forma de promesa, en el que también quiere creer Rami, el comerciante de Saida: «Estamos preparados para volver a casa. Mi maleta está lista».