Elkarrizketa
Fito Cabrales
Músico
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Fotografía: Aritz Loiola I Foku

«Soy un aprendiz todo el rato»

Fito Cabrales regresa a los escenarios tras siete años de silencio. Y lo hace con el nuevo disco «Cada vez cadáver» con el que, aunque el título no parezca acompañar, se siente como un amateur en el ámbito musical.

Lunes al mediodía, nos entra un mensaje vía Whatsapp: «Hola, os escribo desde Warner. Si os cuadra, mañana a las 13.30 tenemos hueco para que entrevistéis a Fito acerca del nuevo disco». Nos citan en un hotel en las inmediaciones de los Jardines de Albia, en pleno corazón de Bilbo, justo al lado del mítico Kafe Antzokia, que lleva cerrado año y medio por la pandemia. Tras una corta espera, Fito Cabrales (Bilbo, 1966) nos recibe con una gran sonrisa y nos estrecha la mano de manera jocosa. Un breve intercambio de saludos y entramos en materia.

Primera pregunta obligada. Estamos en los Jardines de Albia, ¿ha pasado en frente del Kafe Antzokia? ¿Qué ha sentido?

Lamentablemente ya me he acostumbrado. Es cierto que yo, bueno nosotros, somos de una cultura de bares, en general, de hostelería. Pero esa sensación que teníamos al principio de la pandemia, cuando me daba cuenta de que todo estaba cerrado, madre mía, esa tristeza… El día que abrió la hostelería, yo noté una hoguera en el corazón. ¡Y eso que hace mucho que no voy a los bares porque tengo mucho vicio! Pero ver el Antzoki cerrado, todos los bares… Hostia, qué momento más horrible.

¿Tiene la sensación de que el sueño del artista le está durando mucho tiempo?

Totalmente. Tardo mucho en grabar discos y siempre me siento como un amateur. Hace siete años que no grababa un disco y tengo la ilusión y la vitalidad del que graba su primera maqueta. Incluso estoy en el trabajo de no normalizarlo. Quiero que cada disco sea para mí un fiestón. No grabo más porque la cabeza no me da, pero también pienso que lo mejor para escribir es no hacer nada. Luego también cada uno somos de una forma.

Se puede decir que se siente más currela que estrella.

En el fondo todo es trabajo. Como le dejes todo al talento… Que tú puedas desarrollar un proyecto, depende más de tu trabajo y de hacer equipo que del talento. Tengo amigos que son mucho mejores que yo, y mas guapos, y son un desastre; con todo el cariño. No pueden juntar a tres personas para crear nada, o no pueden transmitir la emoción de un proyecto. Yo trato de explicar a la gente el resultado, hay un símil muy bonito que explica eso: Es más importarte el mapa del tesoro que el tesoro. Eso mueve montañas. El disco sale y ya está, lo dejas en manos de la gente. Yo solo puedo disfrutar de hacerlo.

En el disco, en la canción «Cielo hermético», habla de la pandemia. Ha vivido los 80, 90, las crisis de los 2000 y 2010… y ahora una crisis sanitaria de este calibre. ¿Eso cómo lo vive un artista?

No solo la música, la reconversión que tuvimos de la ría, de Altos Hornos… Y hemos tenido que reconvertirnos. En la industria siempre ha existido esa capacidad de reconversión, ahora está pasando con las plataformas digitales, ¡pero yo me acuerdo cuando luchamos para que saliesen los discos en CD, que ahora no los quiere ni dios! La verdad que siempre he sido muy melómano, compro vinilos, escucho la música en discos… Y ahora creo que no voy a cambiar de coche más, porque en los coches ya ni aunque pagues te ponen un reproductor de CD. Siempre hemos estado cambiando y es verdad que ahora la mayoría de la música se consume en plataformas digitales, y a mí la verdad me da igual… Yo lo que quiero es que la gente escuche música.

Creo que el ser humano cuando escucha música es mejor. Nunca se ha consumido mas música que ahora, y la calidad de ahora es brutal. Yo no escuchaba así la música con 16 años, porque nadie tenía una cadena en casa, y donde la había casi ni te dejaban acercarte a poner un disco, ¡porque el equipo valía mucha pasta! Ahora la gente va por la calle con los cascos, se escucha mejor, y a mí como habitante del planeta, eso me interesa. Creo que alguien que escucha música es mejor, igual soy un poco iluso.

Si no me confundo, su último concierto «in situ» ha sido el de Camilo, pero géneros como el trap no se le hacen extraños. ¿Cómo está viendo el cambio de la escena actual?

Hay cosas muy interesantes. Antes los que comprábamos discos éramos unos frikis y ahora cualquiera tiene un setlist de la hostia y hay una infinidad de estilos, y eso pues es lógico. Centrándonos en el trap, carece de sentido si no molestan. Hay cosas del trap que me gustan, pero lo veo un poco como el punk. Vamos a hacer una música que moleste. Mi hijo de 23 años tiene una banda hardcore y otra de trap, porque para ellos es molestón, las dos son molestonas…Lo mismo que decían mis padres de Eskorbuto o de RIP. Pero aparte, yo creo que los chavales de ahora tienen mas información, saben más de todo, tienen mas instrumentos… Y yo ya me he convertido en un viejo y comento esto que digo desde esa perspectiva.

Lo que pasa es que si tienes claro que quieres ser músico, hay que meter horas, porque las plataformas marcan la música que escucha la gente, y eso es verdad. Ahora se consume en el móvil, y en el móvil es difícil escuchar un disco de Pink Floyd en la parada de autobús. Y claro, hay una música que está pensada para eso. El trap está pensado para eso, ¡entra de la hostia! No tienes que prestarle atención, no hace falta una introducción musical de tres minutos, ¿sabes? ¡Yo tardo tres minutos antes de decir una palabra! Claro, no es muy inmediato y el trap encaja perfectamente en el móvil, es como que no hay que prestarle demasiada atención, pero la música y el mensaje son directos.

Volviendo a su disco, ¿cuántas guitarras diferentes ha usado en «Cada vez cadáver»?

Pues este disco no es muy complicado; en guitarras no. He tocado casi todo con dos stratos –guitarras Fender Stratocaster– y luego dos acústicas. Lo de Carlos ya es otra cosa. Una vez que cogimos el sonido, intentamos que todo fuese como un directo.

Muchos dirán que su guitarra tiene sonido «Nashville» y es en esa ciudad donde ha masterizado el disco.

La masterización, sí. Realmente es un proceso muy importante que es difícil de explicar. No consiste en un estudio, es el tipo quien lo hace el que decide. La gente piensa que un estudio puede ser de la hostia… Pues no es así. Es un tío que tiene una sensibilidad, iguala el color…

¿Es de los que tiene que tener el control de todos los aspectos en un disco o es de delegar?

Soy de delegar. Yo mantengo el control de algunos apartados, como pueden ser las letras; pues nadie me puede ayudar a hacer letras porque pierde la esencia. ¿En cuanto a la música? Dame toda la ayuda que quieras. ¿Cómo no voy a aprovecharlos? La única manera de hacer buenos trabajos es delegando. La cosa más importarte de que alguien tenga un proyecto es contagiar la ilusión del proyecto. Convencer y contagiar a uno y a otro, que piense todo el mundo que es su disco, y cuando nos vamos de gira, ¡que todo el mundo piense que es su gira! Ese es el único liderazgo que uno puede asumir. Sino, yo soy un aprendiz todo el rato.

Dice que la carta que escribió a Quique González fue el germen del disco.

Los que escribimos canciones sentimos que ya nunca más vamos a escribir una canción perfecta. Y pensamos, «hasta ahora he tenido suerte y me ha salido». Nos hacemos una pajas de la hostia. Escribo, sí, pero siempre ha sido… ¡dios, de rebote! Esta vez ha sido diferente, igual es la edad, y he tenido una crisis de valores. Y me decía a mí mismo: «¿Qué haces tú escribiendo canciones? Mira cómo está el mundo, ¿esto le interesa a alguien? ¿Por qué no te vuelcas en otras cosas y te dejas de letras?».

Y, de repente, alguien me manda el disco de Quique González a casa. Lo pongo y al de dos o tres canciones me revienta la cabeza, y digo: «¡Madre mía, pero cómo he podido yo dudar de esto!». Quique es un puto maestro, es buenísimo escribiendo, y escuchándolo decía, «Me estoy murieeeeeeeendoooo!». Después de ser astronauta, ¡ser músico es lo mejor del mundo! No hay nada comparable con esto, ni sexo ni hostias.

Le escribí a Quique y empecé una carta para decirle que no se imaginaba lo que me ha salvado la vida su puto disco. Incluso las cartas las escribo con aforismos, palabras, así, frases… Y esa carta la tiene él, pero me di cuenta de que decía cosas que las usé en ‘Cada vez cadáver’. Esa carta fue lo primero que escribí después de no escribir nada en no sé cuántos años. Entonces le pregunté a Quique si podía poner en los créditos el origen de la canción.

¿A Fito le importa el qué dirán?

Pues en el fondo sí. Yo me convenzo diariamente en que me importa una mierda. Pero, creo que… ¿Cómo no te va importar? Sobre todo el qué critican. Con un disco, ¿te importan las críticas? En absoluto. Otra cosa es si va hacia ti. ¿Que van hacia tu música? Pues estaría bueno que no recibiese ninguna, ni que fuera Michael Jackson. Nunca me he sentido herido por destructiva que haya sido una crítica hacia mi música, pero ya si entramos en terreno personal, pues claro que me puedo herir.

¿Y le han señalado con el dedo? –Haciendo alusión a la canción «A quemarropa»–.

Bueno, pero cualquiera dice una cosa y todo se mete en la basura, siempre hay alguien que lo hace. Me jode que se haya perdido ese punto. Tú puedes meter la pata, ¿por qué no? Por ejemplo, ¿por qué uno tiene que entrar en un canon de la eficiencia energética y la ecología? Todos tenemos que tener oportunidades, hemos perdido la capacidad de ser diferentes.

Creo que todos intentamos tener un mundo mejor, pero a veces veo a la sociedad en una peli de ciencia ficción donde no hay nada que moleste. ¿Pero, puedo hacer un disco para molestar? ¿Puedo escribir un libro sobre el que digan «maaaaaadre mía, menuda barbaridad»? Es que igual es parte del arte el molestar. Eso sí, lo que no puedo es joder. Si es que no se puede escribir/decir nada… ¡Estamos apañados!

La vida a veces te lo pone difícil. En esa canción hablo de mis hijos. Mientras los tengo a mi lado, soy Ironman. A veces no tengo fuerza para enfrentar un trabajo, y de repente dices, «¿y qué pensarán mis hijos si yo no hiciese esto?», pues a mí me vale para eso. No hay fuerza más bruta que la de los hijos. Hostia, yo no quiero ser ejemplo de nadie, solo me importa lo que digan de mí mis hijos.

¿La saga continúa?

El mayor ya está en la salsa y la niña de seis años… ¡artista seguro! Su madre quiere que sea médico, y yo bailaora. Diego, el del medio, está en la ‘uni’, está estudiando Química, es un friki. Es un ser extraordinariamente diferente.

Y con ellos, ¿se ha sumergido en el euskara?

Fíjate, yo me he tirado diez años en Gernika, que ahí hasta el loro del vecino habla euskara. Soy muy torpe, y si lo quisiera aprender debería dedicarme en cuerpo y alma a ello. Yo fui al euskaltegi, fui con mi libreta y en dos horas le dije a la maestra: «No voy a volver».

¿Sabes cuándo uno se da cuenta de que te intentan enseñar a conducir y sabes que no vas a aprender nunca? Pues lo mismo. Si no tienes el componente cultural de tu casa, solo te queda empollar, empollar mucho. Y ya ni te digo para poder expresarme en euskara o escribir canciones… Y tengo que agradecerle mucho a la gente, ¡porque en Gernika hacen un esfuerzo para estar conmigo!

Pero el euskara es cultura, este puto debate que hay de igualdad entre el euskara y el castellano… ¿Tú conoces a alguien que no quiera hablar un idioma? Yo no hablo euskara, pero es la parte más importante de un país. Si no es la más… es la segunda. Pero bueno, el idioma tío, todo se construye por ahí, hablando dejamos de ser bestias.

Habla del Casino Torrelodones y menciona a Sabina en un tema. ¿Usted qué es, de póker o de mus?

No tengo ni puta idea de jugar a cartas. No puedo decirte las mesas que he servido a los que jugaban al mus. Y creo que de ahí lo odio. No sé las partidas de mus que habré servido. En el fondo, todo lo que yo hago puede ser más explícito o no, pero todo tiene un fondo hostelero. Mi familia ha sido hostelera, yo he crecido en un bar. Bajaba del bus del cole y no iba a casa, iba al bar. Y, además, cuando lo has visto de chico… esto te marca. Yo sigo diciendo que me fijo en cosas de hostelero cuando voy a cualquier local: «Uy, que mal hacen esto», o «qué bien», si las comandas, la cafetera… cosas de bar. Como cuando voy a los conciertos. Intento escuchar la banda y no puedo, me fijo en otras cosas.

La canción «Si me ves así» se desarrolla en Iruñea, ¿alguna historia real?

No, no; es todo ficción. No se por qué coloco la historia en Pamplona. Siempre que escribo sobre desamores, en el fondo no puedo dejar de pensar en las drogas, que yo ya lo he dejado todo, pero dejó ese poso en mi vida. La cosa es que no sé por qué acabo en San Fermín. Puede ser una chica, pueden ser mil cosas. ¿Cuándo alguien puede estar menos visible que en San Fermín, que solemos estar hechos un cuadro? Pues a lo mejor es por eso el ‘Si me ves así’.

¿Pero existir existe esa atracción inevitable hacia una persona?

Hombre, es difícil… pero espero que sí. Si creo en un amor eterno indomable, ese es el amor hacia los hijos. Del padre al hijo, del hijo al padre no. Pero con el resto no lo sé. También variará, porque uno se puede enganchar y comprenderlo todo a través de una persona.

¿Qué gritará a gusto en el siguiente concierto?

«¡No me lo puedo creer!», eso va a ser lo primero que voy a decir. Virgencita, virgencita. Pueden pasar dos cosas, que lo sintamos como que nunca pasó nada, que esto vuelve a ser como siempre. O puede que flipemos. ¡Y yo creo que vamos a flipar! ¿Cómo no vamos a flipar? ¿Qué ha pensado uno que ha levantado la persiana de su negocio? Pues lo mismo. Claro, la música será el sector de los que más tarde va a salir. Ningún músico ha soñado con salir y ver rostros de cirujanos. Y hasta ahora todo el mundo ha hecho algo, pero de pura supervivencia. Cuando salgamos, ¡va a ser la hostia! Y si no lloramos, gritaremos.

Poca ayuda de las instituciones…

Con eso ya contábamos. Nosotros tuvimos suerte, es diferente que te pille haciendo un disco o que te pille de gira, que tienes que cortar tu proyecto. Las giras las hacemos muchísima gente, donde dependen familias y familias de tu gira. ¿A mí qué me ha pasado? Pues que retraso el disco, ¿sabes? Y la parte técnica son los que más han sufrido. Gente que ha comprado cuatro autobuses para hacer giras, un camión generador… Cosas que, sin conciertos, no valen para nada. Y es que conozco a mucha gente que había invertido en esas cosas.

Podemos escuchar a Carlos Gardel en su disco.

Esa canción de ‘En el barro’ es una canción que está fuera de lo normal en el disco. Es una canción que parece de Platero. Y yo, que a veces parece que no pienso las cosas, pero se piensa todo, quería separar esa canción del resto. ¿Y cómo puedo separar esta? Pues vamos a grabar algo que desconcierte a la gente. Se me ocurrió que podía ser una voz antigua para que la gente diga, «¿qué coño es esto?». Y salió el nombre de Lucho Gatica. Pero la editorial nos pedía un porcentaje de la canción y nosotros les intentamos explicar que no es para la canción como tal, que es una introducción. ¡Pues no pudo ser! Y de esa manera, empezamos a mirar catálogos libres y elegimos a Gardel, porque habían pasado ya tantos años que ya no había que pagar derechos.

Cierra el disco con una versión, la de «Transporte» de Jorge Drexler. Una canción que a día de hoy sigue siendo contemporánea y la ha convertido en un semi country.

Ranchera, country… no lo tengo muy claro. Cuando le llamé a Jorge para decirle que le iba a hacer una versión, me acuerdo que le dije: «Estate tranquilo que es tan buena que va a soportar cualquier ataque». Pero me resultó fácil, siempre me salía una mexicana. Me pareció muy bonito sacar una canción con esa letra.

La última; dice que «A morir cantando»… ¿Cantan en familia?

Bueno, yo con el chaval mayor, con el trapero, en toda la pandemia es con el que he tocado en el estudio que tenemos en casa. Él toca el bajo, la batería… Es maravilloso tener una pasión en común con el hijo. Y luego en casa, no cantamos más que en otra familia. La niña me pone todo los éxitos, todo que sean chicas que bailan. Y luego yo ya soy el señor mayor y siempre dice mi mujer: «¿Ya estás poniendo señores muertos cantando?» Pero la música no muere, muere el artista. La música, es eterna.