Un hombre posa junto a su vivienda en Nuevo Comienzo.
Un hombre posa junto a su vivienda en Nuevo Comienzo.
Julio ‘Pata’ Eizmendi Artuzamunoa

Julio «Pata» Eizmendi, sacudiendo conciencias

Por sus trabajos como fotógrafo, en Julio ‘Pata’ Eizmendi Artuzamunoa destacan dos facetas: la de ser el «fotógrafo no oficial» del expresidente uruguayo Pepe Mujica y, la más importante, la de utilizar la fotografía, su pasión, como arma política para sacudir la conciencia de mucha gente.

Hay innumerables formas de acercarse a la fotografía y muchos son también los motivos para hacerlo. Casi tantos como fotógrafos. Elemento inspirador para el desarrollo personal, captar la belleza, ser testigo de la realidad y, la más importante, ser herramienta de visibilización de los olvidados y de denuncia de vulneraciones de derechos. Dicen los que saben de lo que hablan que es uno de los medios más eficaces para moldear las ideas e influir en el comportamiento, un arma de construcción masiva ligada a lo que quieres transmitir y que puede hacer aflorar un sinfín de sentimientos y de emociones.

Eso es lo que llevó al uruguayo Julio ‘Pata’ Eizmendi (Montevideo, 1973), descendiente de vascos como dejan claro sus apellidos, a dedicarse a la fotografía. Su afición por ella venía de lejos, aunque su dedicación es más reciente. «Siempre fui una persona inquieta y en busca de desafíos. Siempre fotógrafo, solo que durante años primaban otras necesidades e inquietudes en mi vida», dice. Recuerda que en 1993, con 20 años, viajó a jugar a fútbol sala a Rusia y lo que menos hizo fue patear un balón; se dedicó a recorrer ciudades y pueblos con su vieja cámara de rollo disparando a todo lo que veían sus ojos.

Pero llegó el momento, después de 27 años de trabajar en una empresa con un sueldo seguro, en el que decidió que era la ocasión de lanzarse a vivir de lo que había estudiado, y a su labor como operador terapéutico en adicción –también con personas privadas de libertad o excarceladas– sumó la fotografía. «Todas las personas vivimos en una búsqueda constante. El confort es mal consejero. A mí me incomoda. No es buena compañía». Era entonces o nunca.

Y eligió el fotoperiodismo, disciplina en la que asegura sentirse más cómodo y que, en su caso, va más allá de la mera labor informativa. Es activismo. Lo evidencian sus proyectos vinculados a la diversidad, a colectivos cuyos derechos han sido históricamente vulnerados: VIH, sida en cárceles, comunidad trans, mujeres con cáncer de mama, memoria histórica… Un compromiso que en todos sus trabajos se mantiene en el tiempo. «Siempre quedo unido a ellos de alguna manera, paso a formar parte de su camino», reconoce.

‘Pata’ Eizmendi visita periódicamente en su chacra a Pepe Mujica, con quien ha establecido una relación estrecha que le permite retratarle de manera natural.

Uno de esos caminos lo transita en los últimos años junto al expresidente de su país Pepe Mujica, a quien visita periódicamente desde 2009 y con quien ha forjado, después de tantos años, una relación amena y cordial, muy cercana, que le ha permitido hacer su trabajo de forma «más cómoda y distendida». Sus fotografías ilustran ya dos libros sobre el exmandatario. No en vano, hay quienes ya conocen a ‘Pata’ Eizmendi como el fotógrafo no oficial de Mujica.

«Desde hace más de cuatro años no pasan dos meses sin que lo visite, ya fuera como presidente, como senador… o ahora que está retirado de la actividad política formal», cuenta, acompañando al periodista Darío Klein y al documentalista Pablo Sobrino, que trabajan para la CNN y DW. «Fue un poco por casualidad. Siempre les estaré agradecido de que me hayan permitido acompañarles y me hayan dejado aprovechar esos momentos compartidos junto a Pepe y que uno se lleva para siempre». No solo los que dedica a fotografiar al expresidente, su chacra, sus paseos, sus jardines, sus cosechas, sus conservas, su trabajo en el tractor, la Escuela Agraria que funciona en su galpón y los niños que estudian en ella… donde «tengo el privilegio de ver a Pepe en su faceta quizás más querida, la tierra». También, una vez que se apagan las cámaras, valora poder escucharle hablar sobre tiempos pasados y sobre la actualidad mundial.

«Pepe es una persona muy gentil, sin reparos a la hora de ser retratado, que posa con naturalidad, y mi destreza quedó, en primer lugar, para retratarlo de manera natural. Hemos conocido su casa, humilde y austera, donde hay innumerables regalos y recuerdos de las visitas que ha recibido y de sus viajes por todo el mundo –afirma–. Recuerdo estar parado disparando fotografías y había un morral colgado, réplica exacta del que Ernesto Che Guevara llevaba en Bolivia y en cuyo interior estaba la réplica exacta de sus diarios. Así es su casa, una historia viva, no solo de Uruguay sino de muchas partes a donde Pepe viajó».

Además de los dos libros sobre Pepe Mujica que ha ilustrado, los trabajos de ‘Pata’ Eizmendi se pueden ver en las distintas redes sociales (Instagram, Twitter y Facebook) y eso ha posibilitado que sus fotografías se conozcan en cualquier parte. «En algunas ocasiones, me ha comentado que le han hablado, desde lugares muy remotos, de tal o cual foto sacada por mí en la que él aparece retratado. También conoce mi trabajo en los asentamientos, y escuchar sus experiencias y su visión del mundo, de los pobres… siempre es para mí una fuente de sabiduría y, sobre todo, de mucha riqueza».

Ese «permiso» tácito para fotografiarle con total libertad en su vida diaria y en los numerosos actos en los que participa o en las visitas que realiza y la confianza generada le han permitido a Eizmendi no solo hacer su trabajo con desenvoltura. Le ha posibilitado también ser testigo de cómo muchas personas llegan a las inmediaciones de la chacra de Pepe Mujica y recurren a todo tipo de estrategias para sortear la vigilancia e intentar llegar hasta allí solo para poder verle, de las visitas del cineasta serbio Emir Kusturica en pleno rodaje de su documental o de la insistencia de un jeque árabe que intentó comprarle su Fusca celeste por un millón de dólares. Un montón de anécdotas entre simpáticas e increíbles.

«Pepe es una historia viva de una generación, de un tiempo y de una forma de ver el mundo. Respetado y atacado, siempre lo he percibido como un hombre de paz, de reconciliación, pero, sobre todo, como un hombre sabio», zanja su fotógrafo no oficial.

Un grupo de sonrientes niños, junto a una precaria vivienda del asentamiento Nuevo Comienzo, con el que el fotógrafo mantiene un férreo vínculo.

Compromiso social

Otro de los caminos que recorre ‘Pata’ Eizmendi con su cámara tiene que ver con su compromiso, con su activismo social, con sus ganas de querer cambiar las cosas. Y para eso utiliza la fotografía, como herramienta de cambio social, como un arma pacífica y contundente con la que se involucra al máximo en aquello que cree merece todo su esfuerzo para cambiarlo. Su trabajo tiene una repercusión muy positiva, aunque en sus redes sociales tampoco faltan haters –que utilizan incluso su origen vasco para atacarle– y quienes le preguntan por qué saca fotos a «las tres pes (putas, presos y pobres)», diana de su objetivo. Y lo hace porque cree que tiene que «denunciar esas situaciones en las que hay algo que mostrar y que cambiar». «Yo saco fotos a lo que ya está ahí, no me invento nada. Lo muestro», afirma.

Y ahí están, desde hace décadas los asentamientos, las villas miseria uruguayas, proyecto en el que se encuentra inmerso desde hace casi dos años sin dejar de lado sus otras inquietudes, y donde anda buscando sonrisas, sueños… y soluciones. Entre ellos, aunque no el único, el asentamiento Nuevo Comienzo, que nació en enero de 2020 tras una ocupación rápida y masiva en Santa Catalina, a poca distancia del Cerro de Montevideo, con el que ha tejido una relación apasionada. Eizmendi se pone en el lugar de quienes viven –sobreviven– allí, en precarias chabolas de madera y cartón, y a través de sus fotografías nos interpela a quienes las observamos sobre una situación en la que, asegura, cualquiera podemos acabar. Ha puesto el foco donde muchos nunca hubieran mirado y ha hecho que presten atención a una situación invisibilizada. Busca remover conciencias, golpearlas, porque no se trata de la propiedad de la tierra, sino de la dignidad de las personas. Y lo hace poniéndose en su lugar y poniendo la mirada sobre ellos.

«No tienen un lugar donde vivir. Si no están ocupando esas tierras, van a la calle y, si van a la calle, no pueden estar en la calle. La paradoja es que en el asentamiento no pueden estar, pero en las calles tampoco. No hay espacio para esos seres humanos. Se les hostiga, se dice que se dedican a no sé qué cosa… Pero yo, con mis fotos, trato de demostrar que no es así. No son narcos, no son chorros, son familias organizadas con ollas, es una comunidad que se junta porque no tiene nada… No creo que nadie elija cagar en un agujero en el piso, que elija vivir en las condiciones en que viven, es impensable –subraya–. Si estás ahí es porque no tienes otra opción».

Pata Eizmendi –en la imagen de arriba fotografiado por Pablo Sobrino.

Y va más allá: «Me he encontrado con casos de personas que viven en su casa, se divorcian, la pierden y terminan viviendo allí. Las historias de vida de cómo llegar ahí son mi historia, me pueden pasar un par de cosas y terminar ahí». «Molestan –sostiene– porque son el espejo de algo propio, porque cualquiera puede acabar en esa situación».

Al respecto, no elude mencionar que «yo, en mi propia vida, he terminado en lugares bastante oscuros y he podido salir adelante. Es eso lo que me ayuda a conectar con esta gente, a ganarme su confianza y respeto, y a compartir con ellos ese dolor y esa posibilidad de transformar esa situación de padecimiento para salir adelante».

En esa tarea, que considera sumamente gratificante, se encuentra inmerso. Ayudando a quienes, con lo poco que tienen, tratan de levantar un barrio porque, aunque la prioridad es tener una casa en la que vivir, también es fundamental «llenarla, con esa familia que no ha salido de allí en generaciones, que no sabe cómo tomar un omnibús, como rellenar un currículum… de posibilidades y herramientas para poder moverse del otro lado del muro y vivir en sociedad». El derecho a la vivienda es importante, pero también «poder desarrollarse como personas para tener oportunidades y una vida digna y lograr cortar esa cadena» que en muchos casos se mantiene por generaciones. «Aunque para algunas cosas se necesita guita, no es cuestión de plata, sino de empatía, de colaborar», defiende.

Por eso, en sus fotografías incide en retratar lo que ve. «Lo hago sin golpes bajos, he trabajado en cárceles y creo que sacar lo más esperable es lo más fácil». Él apuesta por reflejar la cotidianidad, cómo viven… «y lo he logrado con confianza y respeto. Me involucro y termino siendo parte de ellos, trabajando con ellos». Lo contrario, dice, «sería como hacer una excursión a una favela».

Su primer contacto fue el día en que supo que la Policía allanó el asentamiento Nuevo Comienzo y no dudó en acudir de inmediato con su cámara. «Me encontré con ex privados de libertad, migrantes, familias con niños que viven en condiciones deplorables. Un día los niños que concurrían al merendero no tenían leche en polvo para desayunar, y vi el hambre en primera persona. Nunca más me fui y pasé a formar parte de esa comunidad», recuerda. No le ha frenado la pandemia, porque antes que esta y la distancia social, remarca, están el hambre y el derecho a una vida y una vivienda dignas.

Se fue uniendo gente a colaborar, arquitectas, trabajadoras sociales, maestras… mientras él seguía visibilizando el día a día en el asentamiento, hasta que muchos residentes «fueron formalizados por la Justicia: o se marchaban o iban presos». Y en esas jugó un papel fundamental el abogado Juan Ceretta, de la Clínica de Litigio Estratégico de la Facultad de Derecho, quien asumió la representación de hombres y mujeres y acudió hasta la ONU, en Ginebra, solicitando que intercediera en estos casos. «Acompañando a los escritos viajaron mis fotos, y el fallo fue positivo. Se consiguió una casa para una familia y dos subsidios de alquiler para familias que iban a terminar presas o en la calle. Hasta el momento», celebra. Pero lo más importante es que aquel fallo «fijó un precedente único en Latinoamérica y generó mucha conciencia en la población, que tuvo la posibilidad de conocer y, a su vez, de poder ayudar».

Para ‘Pata’ Eizmendi, es importante que sus imágenes inspiren situaciones y favorezcan la visibilización de casos similares en muchas partes. Pero lo realmente gratificante, dice, es «poder estar ahí y compartir con ellos. Me han dado 100.000 veces más de lo que yo les he dado, me han enseñado cómo se puede salir adelante, cómo se puede vivir, cómo transitar la miseria económica y sonreír». No en vano, muchas de sus fotografías son de personas que viven en Nuevo Comienzo, sonriendo a pesar de su situación de vulnerabilidad y de sus carencias. «A veces las titulo ‘¿De qué se ríen los pobres?’. Y es algo que me interpela a mí, que estoy libre y vivo como ciudadano de primera y no de quinta, que es como se les considera a ellos, que no tienen posibilidades, que siempre son señalados con el dedo y, sin embargo, tienen una enorme resiliencia, ganas de seguir adelante y de no rendirse, y que pelean por tener dignidad». Y no solo satisfactorio, sino «sumamente terapéutico: cada vez que voy ya no me quejo por un día. Tiene un efecto inmediato. Es mi pasión. Me está salvando la vida. Aprendo de ellos, desde a no quejarme hasta a poder hacer algo concreto por alguien».

La vivienda es un problema sin solución también en Uruguay, donde los asentamientos o cantegriles se remontan a cinco o seis décadas y son una cuestión eternamente olvidada que va más allá de los partidos políticos y a la que nadie ha dado una salida. «Sigue habiendo gente con hambre, que no tiene nada. Y está pasando ahora, no en 2008, y pasa a 15 kilómetros del centro», denuncia.

Para muchos es un círculo del que no logran salir, porque nacen, crecen y forman sus familias en las mismas condiciones en las que nacieron. A otros les ha ido bien. Por eso cree que es importante que transmitan a sus hijos cómo fueron sus orígenes llevándoles a los lugares de los que salieron.

Él aporta su granito de arena y difunde la realidad de los asentamientos, compartiendo experiencias, a través de la muestra ‘Derecho a habitar’, pero también embarcado en otros proyectos que remarcan su compromiso social, en este caso con la memoria y con las mujeres: el documental ‘Encontrarte con ellos’, que está rodando junto a Pablo Sobrino y que registra el proceso de creación de 197 artistas plásticos en el que cada uno de ellos retrata la historia de cada detenido desaparecido durante la dictadura militar uruguaya (1973-1985), y el proyecto fotográfico ‘Mujeres’, que se estrenará el 8 de marzo, que retrata a mujeres de distintos ámbitos de la sociedad (desde la vicepresidenta del país hasta una excarcelada, periodistas, compositoras…) y rescata el pensamiento de cada una de ellas en el mes «morado».

Con sus fotografías, Eizmendi ha dado visibilidad a la realidad de los asentamientos y de sus resilientes habitantes, gente que se junta porque no tiene nada.

Lugares oscuros

Pero su compromiso no se ciñe solo al campo de la fotografía, ‘Pata’ Eizmendi ya lo tenía claro cuando optó por formarse como operador terapéutico en adicciones y desarrolla esa labor atendiendo en un consultorio de manera particular, pero también a personas privadas de libertad. Su trabajo consiste no solo en acompañar al adicto en su proceso de recuperación y de aprendizaje «a vivir una vida limpia de drogas u otros síntomas de la enfermedad», sino además en asistir a sus familias para que se involucren y participen del proceso.

Se sincera: «Yo también soy un adicto que a día de hoy me mantengo limpio de cualquier tipo de droga hace ya casi diez años». Y eso, en su trabajo, supone un plus, ya que «me permite conectarme con la persona que pide ayuda no solo desde mi profesión, sino también desde lo que fue y es mi experiencia personal».

Alguien dijo que habiendo nacido un 1 de mayo ‘Pata’ Eizmendi podía ser cualquier cosa menos indiferente. Y así es.

Cuestión de sangre

La buena sintonía entre ‘Pata’ Eizmendi y Pepe Mujica nada tiene que ver –o sí– con los orígenes vascos que comparten, tal y como indican sus apellidos. El vizcaino Mujica y los guipuzcoanos Eizmendi y Artuzamunoa. Mujica vino en mayo de 2015 a Euskal Herria a conocer la tierra de sus antepasados, un «sueño por cumplir» en el caso de ‘Pata’ Eizmendi. Pero desde la distancia, océano por medio, asegura tener un «sentimiento un tanto inexplicable» que le une a Euskal Herria, «a su lucha y sus reivindicaciones, a su cultura y a su historia».

Reconoce que siempre ha participado de forma activa, de una u otra forma, con la causa vasca. Y recuerda su participación, el 24 de agosto de 1994, en el episodio del hospital Filtro de Montevideo –conocido como «la masacre de Jacinto Vera»–, ante cuyas puertas se concentraron miles de uruguayos para mostrar su solidaridad con los refugiados vascos Josu Goitia, Luis Mari Lizarralde y Mikel Ibáñez, cuya extradición había pedido el Estado español y se encontraban presos desde 1992 y en huelga de hambre y sed para exigir que se mantuviera la secular tradición de asilo uruguaya. La brutal represión policial contra los miles de manifestantes –que se recrudeció aún más con la llegada de la noche– dejó dos muertos, Fernando Morroni y Roberto Facal, cientos de heridos y detenidos.

«Mis lazos con el pueblo vasco son una cuestión sanguínea», subraya ‘Pata’ Eizmendi, quien no duda en señalar que le encantaría conocer Euskal Herria. «Sería algo indescriptible, claro que siempre unido a mi cámara de fotos, porque registrarlo de esa forma sería algo muy fuerte para mí». Palabra de vasco, de vasco-uruguayo.