Mikel Zubimendi
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad
Elkarrizketa
Orhan Pamuk
Escritor y Nobel de Literatura
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Orhan Pamuk, en Bilbo. (Fotografía: Aritz Loiola | Foku)

«Intento ser políticamente correcto, ¿qué hay de malo en ello?»

Pausado en el habla e irónico hasta decir basta, Orhan Pamuk (Estambul, 1952) recibe a 7K en el Hotel Carlton de Bilbo.

Habituado a las entrevistas «que me han traído en Turquía más problemas judiciales que mis libros», suelto y cómodo ante preguntas que van desde la literatura a la política, se ha acercado a Euskal Herria para presentar ‘Las noches de la peste’ (Literatura Random House). Una novela ambiciosa, monumental, que con sus más de 700 páginas apunta a convertirse en uno de los grandes clásicos de la literatura sobre las plagas.

Premio Nobel de Literatura en 2006, autor de novelas majestuosas como ‘Nieve’, ‘Me llamo Rojo’ o ‘El museo de la inocencia’, entre otros títulos, Pamuk es él mismo como el Puente del Bósforo, Oriente y Occidente, entrelaza y hace confluir sin ocultar choques y antagonismos, interrogando el pasado, pero sin negarlo. No es de extrañar el interés por esos contrastes en una persona crecida en Estambul, donde el crisol de culturas es algo ontológico.

Orhan Pamuk es un intelectual comprometido a su pesar, que considera la política como un destino inevitable que no le gusta. En el fondo, no niega ser un «nabokoviano que escribe por la belleza», lo que no le ha impedido abordar con honestidad y coraje temas como el genocidio armenio o la persecución del pueblo kurdo, por lo que ha sido denunciado en repetidas ocasiones por insultos a la patria turca y la calificación por parte del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, como «terrorista».

‘Las noches de la peste’ está ambientada en la imaginaria isla de Minguer, perla del Mediterráneo oriental perteneciente al imperio otomano que en 1901 tendrá que hacer frente a la peste bubónica. Contada por una mujer, la princesa Pakize Sultan, que está casada con el doctor Nuri y es sobrina del sultán Abdülhamit II, en la novela los habitantes de la isla tienen que hacer frente a una feroz epidemia que lo desencadena todo: los personajes caen como moscas, se fragua una revolución, el imperio colapsa y «las madres dejan de comportarse como madres». Con multitud de recursos narrativos, hábilmente, Pamuk nos invita a viajar en una atmósfera amenazante, llena de intrigas, donde el amor, la belleza y el deseo de libertad se hacen muy presentes. Y todo ello, por paradójico o cínico que pueda parecer, con una sutil ironía que hacen que la novela sea hasta divertida.

Lleva más de 40 años rumiando esta novela, y más de cinco escribiéndola. Se dice fácil...

Sí. Cuando era adolescente leí ‘La plaga’ de Albert Camus y me dije a mí mismo ‘un día voy a ser novelista y escribir un libro sobre plagas’. Me gustaba el tema de las plagas porque yo quería escribir sobre la muerte, sobre la metafísica de la muerte. Luego el tema cambió, porque me preocupé de la pandemia bubónica de 1897 que mató a millones de personas en Asia y casi a nadie en Europa y en América. ¿Por qué?, me pregunté a mismo. Y también cambió porque pasé a la crítica de los orientalistas, de lo que se llamaba los fatalistas turcos, musulmanes, asiáticos, que son precisamente los que no se tomaron en serio aquella cuarentena.

Para escribir una novela de este tipo, de más de 700 páginas, para poder sostenerla durante todo ese tiempo, uno tiene que estar muy identificado con los personajes, ¿verdad?

Hay novelas en las que me identifico con los personajes más que en esta. Y hay novelas en las que por una razón u otra tengo una distancia con ellos. Pero el arte de la novela es aquel en el que escribes de tal manera que desde tu reflexión más autobiográfica identificas tus personajes y el lector debería pensar que no es autobiográfico, que es la vida de otros. O dicho de otra forma, escribir sobre los otros de forma tan magistral que los lectores crean que definitivamente lo estás experimentando. Debo reconocer también que en esta novela el tipo malo es el gobernador Sami Pasha, y no sé –responde con una sonrisa–, creo que tengo ese talento en todas mis novelas de identificarme con gobernantes autoritarios de derecha.

Plagas, guerras… son temas recurrentes en la literatura. En ese sentido, en su novela hay como una continuidad, como un hilo conductor, es como echar la flecha de más lejos, ¿no es así?

Las tres grandes novelas sobre las plagas y las pandemias son ‘Diario del año de la peste’ de Daniel Defoe, ‘Los novios’ de Alessandro Manzoni, y luego, por supuesto, ‘La peste’ de Albert Camus. Todas esas novelas fueron escritas por gente que no habían vivido ni experimentado ninguna pandemia, y me dije a mí mismo: ‘yo voy a ser el cuarto’. Pero por desgracia no ocurrió así, de repente nos vino encima la pandemia. Recuerdo que mis amigos me decían por qué escribía sobre plagas cuando estas ya no existían, y mira.

Pues parece hasta profético, o chamánico, pero igual todo es cuestión de azar.

No es profético, es coincidencia. Porque la humanidad siempre ha vivido con plagas y pandemias, y por eso yo no soy pesimista, porque al final la humanidad siempre sobrevive. Siempre soy positivo sobre el futuro de la humanidad, siento también que es mi obligación. Cuanto más leo sobre pandemias o sobre los horrores de la guerra, más quiero ver la belleza de la vida. Mi obligación es mostrarla, estar entusiasmado y disfrutarla. La humanidad siempre sobrevive… hasta ahora. Siempre sobrevive excepto a una guerra nuclear, por supuesto.

No sé si es porque Erdogan le tiene tomada la matrícula, pero el caso es que por esta novela también se metió en problemas con los jueces. No sé de dónde o cómo puede deducirse que hay menosprecio a la identidad nacional turca, ¿quizá porque el personaje Kolagasi Kamil comparte la «k» con Mustafá Kemal Atatürk (fundador de la República de Turquía)? ¿O quizá porque comparten una historia similar, ambos empezaron un alzamiento y ambos triunfaron?

Mi novela es a la vez un libro sobre la psicología humana durante una pandemia y sobre cómo se comportan los gobiernos. Pero también es una alegoría sobre la invención de las naciones cuando caen los imperios, especialmente las naciones pequeñas. Pero no hablo directamente de Turquía, sino que es una versión inventada, generalizada, sobre cómo se crean las naciones basadas en la religión, la lengua, la historia, la geografía. Pero, desgraciadamente, Turquía es un país tan represivo y autoritario que cuando encuentran un héroe local, un soldado que levanta la bandera y clama independencia, inmediatamente dicen Kemal Atatürk. Mi novela es un poco irónica. En los periódicos empezaron a escribir que me estaba riendo del gran Kemal Atatürk, y lo hicieron tantas veces, con tan mala intención, que incluso empezaron a mandar peticiones a los fiscales para que actuaran. Al final, el fiscal general me «invitó» a su oficina, esta es la situación turca. Y me dijo, ‘señor, tenemos varias denuncias contra usted, estamos investigándolo, podría abrir una causa contra usted’. Y yo le dije ‘en qué página, dígame en qué página me río de Atatürk’, incluso los escritos de acusación no indicaban ninguna página.

Ese personaje nunca falla, al final siempre aparece un fiscal tras la publicación de sus novelas.

(Risas).

¿Pero sabe qué? Que en el fondo, más que un intelectual comprometido de izquierda que no para de meterse en charcos y en líos con el poder, creo que usted es más partidario de la belleza de la escritura, si me permite, que es más nabokoviano.

Sí, gracias por decirlo. Ambas cosas son verdad. En mi juventud todos mis amigos eran de izquierda, yo también, aunque no fuera tan comprometido como ellos, que terminaron militando en partidos políticos, algunos siendo torturados y encarcelados. Yo era a sus ojos más apolítico y aburguesado. Y sí, yo era un proustiano y nabokoviano. Pero cuando me hice famoso veinte años después, todos los periodistas empezaron a hacerme preguntas políticas, y me sentí responsable, no quería aparecer como un cobarde, y cuando me preguntaban qué piensas de Erdogan o del Ejército, les respondía honestamente. Y como era famoso, se hacían titulares y escándalos con mis respuestas, y es así cómo me fui convirtiendo en una figura política, cómo me fui metiendo en más y más problemas, más por las entrevistas que por mis libros, pero en el fondo yo prefería ser un nabokoviano o un proustiano, pero un nabokoviano turco o un proustiano turco, con dignidad. Y solo por ser eso, en Turquía eres sospechoso, un tipo malo, un agente encubierto, y al final tienes que dejar de responder ciertas preguntas. Y sé que soy un privilegiado, muchos de mis amigos periodistas han acabado en la cárcel.

Al hilo de lo que comenta, otro de los personajes, y en este caso real, el sultán Abdülhamid II, es un tirano y despótico, pero incondicionalmente querido por la mayoría. Sutilmente, la sombra de Erdogan vuelve a coger relieve.

Sí, pero primeramente no olvides esto: una vez que hay un tirano, en cinco minutos tienes un cliché sobre él. Abdülhamid fue un tirano que resistió a Occidente y su democracia, cerró el Parlamento, encarceló a un montón de gente, pero por otra parte, como digo en la novela, inventó el islam político, y en su vida privada disfrutaba de la ópera, construyó un auditorio en su palacio, leía novelas de detectives, hablaba francés, ordenaba que le trajeran libros desde Francia. Quería cosas occidentales, a nivel militar, a nivel de medicina, pero nunca le interesó la democracia.

Siempre es positivo con el futuro de la humanidad, un entusiasmado de la vida, de su belleza. ¿Cree que la vida prevalece siempre frente a horrores como las plagas o las guerras?

Buena pregunta. Cuando estaba escribiendo esta novela, ¿sabes?, mi mujer va a trabajar todos los días y cuando volvía a casa tengo el hábito de leerle lo que he escrito ese día. También es un método para disciplinarme. Y le preguntaba todos los días, ‘mira, estoy escribiendo una novela sobre una horrible pandemia y también es una novela humorística, irónica, y en ciertas páginas divertida, mi isla es bella, y la descripción de la vida de sus habitantes es también bella, ¿qué piensas? ¿Crees que la gente pensará que soy un cínico, que esa es mi actitud? ¿Te parece bien que la gente se muera y el lector sonría?’. Ella siempre escuchaba en silencio y siempre me respondía: ‘sigue escribiendo, ¡adelante!’ (risas).

Con la pandemia del coronavirus, al principio, también se decía algo similar: que sacaría lo mejor de nosotros mismos, que mejoraríamos como sociedad, que nos cuidaríamos más, pero visto lo visto, no sé si nuestras taras como sociedad no han empeorado.

No olvides que con las pandemias pasan muchos años y entonces alguien se pone a escribir, el libro empieza con alguien narrando cosas a las que sobrevivió. La humanidad en la isla no desapareció, eso es lo que te hace positivo desde el principio. Pero en la historia de las pandemias hay situaciones terriblemente duras, horribles, y el coronavirus no está entre ellas, situaciones en las que la vida depende de uno mismo, los gobiernos desaparecen, incluso las madres dejaban de comportarse como madres, dejaban a sus hijos y huían. Cuando en 1665 llega la plaga de la peste bubónica a Londres, llegaban las autoridades y si había alguien en casa con la peste, cerraban con clavos las puertas y ventanas y los dejaban encerrados a todos como si fuera un ataúd. Aquella gente no podía abrir la puerta o la ventana y ponerse a aplaudir. El coronavirus ha sido mucho más suave. Esta es una razón, pero luego hay otra: la humanidad nunca está realmente satisfecha. Primero empieza pidiendo al gobierno ‘paren esto, ¡párenlo!’ y, cuando el gobierno intenta hacerlo, empiezan los ‘no toquen mis negocios, no toquen mis libertades’… Las demandas sociales son a menudo muy contradictorias, hay algo ahí que no va.

Esta novela está narrada en primera persona por una mujer, por la princesa Pakize Sultan, y no parece que sea por corrección política.

Sí, sí, intento ser políticamente correcto. En muchos sentidos soy un hombre de Oriente Medio con todos sus horribles prejuicios, lo acepto y trato de cambiarme a mí mismo, conozco toda la estupidez del mundo, ya he tenido bastante. Es un decisión ética, y no la ridiculizo. Creo que lo que llaman corrección política es un deseo de ser una persona moral, que no sea injusta con otra gente, y yo respeto eso. Respeto a la gente que tiene corrección política, a la gente que tiene un deseo honesto, quizá algunos no son honestos con eso porque se dedican a imitar, vale, pero yo no soy un Michel Houellebecq que se ríe constantemente de la corrección política. Creo que el deseo de ser justo y ético es algo honorable. Y en mis futuras novelas me gustaría seguir viendo el mundo desde los ojos de las mujeres. ¿Qué hay de malo en intentar ser más moral, especialmente si eres un novelista leído por cientos de miles de personas?

Usted ganó el premio Nobel de Literatura en 2006. El cliché dice que luego uno tiende a acomodarse, a bajar el pistón, pero en su caso creo que pasa lo contrario: trabaja más duro y su mejor literatura llega después.

Ese cliché fue inventado por T.S. Eliot (poeta estadounidense que ganó el Nobel en 1948), que en los 20 años previos a que ganara el premio no estaba escribiendo nada que no fuera digno, su mejor obra fue ‘The Waste Land’ (1922) y después no escribió apenas. Es un cliché decir que los ganadores del Nobel bajan su calidad literaria, ganarlo no fue ningún castigo para mí. Yo soy un novelista, escribo despacio, e invento mis novelas, como he dicho antes, durante treinta o cuarenta años, y creo que ahora escribo mejor, porque las preparo más, tengo más tiempo. Luego, antes del Nobel yo era traducido a 46 idiomas, y después de conseguirlo a 64. Esta misma semana me llegó una oferta desde Nepal. Por tanto, el Nobel me dio un montón de nuevos lectores, mucha alegría, mucha motivación. A veces digo a mis amigos que soy una persona superficial por estar contento con el premio, pero es una buena cosa ganar un premio Nobel y se lo recomiendo a cualquiera... especialmente cuando eres joven (risas).

Maduramos, nos hacemos mayores, pero usted sabe cómo volver a empezar, cómo seguir siendo relevante, ¿cómo lo hace?

Quizá Dios me está ayudando, y me pasa los temas para trabajar –responde con una generosa sonrisa–. ¿Sabes? Cuando estaba terminando ‘Nieve’, antes de que ganara el premio Nobel, ocurrió el 11-S y en mi novela ya aparecía Osama Bin Laden y tuve que borrarlo porque no quería que la gente pensara que lo copiaba de la realidad. Entonces, quizá, fue otra ayuda de Dios.

En su novela explora un momento cuando cae el imperio otomano y aparecen Serbia, Bulgaria, la República de Turquía, Grecia… Decía Mark Twain que la historia no se repite pero que sí tiene una rima. Quisiera traerlo a la actualidad, con todo lo que está pasando con la guerra, ¿no cree que estamos viviendo una situación de colapso de civilizaciones e imperios?

Si hay una repetición en la historia humana, no sería a nivel de diplomacia, en la política o en los imperios, sino que hay una repetición en el corazón de las personas, en cómo reaccionan ante la muerte, ante las pandemias. Soy un escritor, no un psicólogo o historiador y me preocupo de esa otra repetición. El tema de las plagas me interesa, como me interesó hace cuarenta años, me di cuenta que son un buen tema para mirar en los corazones de las personas. Ya sabes, las madres dejan de ser madres, la confianza en los gobiernos desaparece, rumores y rumores y rumores, la humanidad en cada pandemia se comporta de manera similar. Cuando las personas se enfrentan a la muerte, sean lo religiosas, lo nacionalistas, idealistas o comunistas que sean, estén en el pedestal que estén, realmente lo hacen de manera muy egoísta.