Zahida Membrado
gara-2022-09-27-Reportaje

El arte como salvación de las mujeres en Irán

Las galerías de arte en Irán no pueden mostrar un desnudo. El rechazo a la exhibición pública del cuerpo humano tiene su explicación en la legislación islámica que rige el país y que restringe de forma severa la libertad de la mujer y considera su cuerpo una propiedad del Estado. 

En este ambiente represor, las iraníes han encontrado en el arte un poderoso catalizador del anhelo de libertad. Y es a través del arte cómo muchas de ellas consiguen expresar todo aquello que de otra forma queda silenciado. En la Casa de los Artistas, en el centro de Teherán, me cito con dos reconocidas pintoras cuyas obras raramente obtienen permiso para ser exhibidas en las galerías de la ciudad. Llegan puntuales. Nos sentamos en la animada cafetería que alberga el lugar, frecuentada en su inmensa mayoría por jóvenes creadores, y tras las formalidades del principio, empiezan a narrar su historia. Esta vez, sin imágenes, solo con palabras.

Parnian Omidi solo entiende el mundo de manera plástica. Crea sus obras sobre una base de cuerdas, cientos de hilos entrelazados que dejan infinitos espacios vacíos. Para ella, el lienzo es una tela entera y segura, justamente todo lo contrario de cómo se ha sentido toda su vida: quebrada, inestable, llena de agujeros. Debido a ello, explica, «si quería expresarme de forma sincera debía empezar por el soporte». Sus huecos emocionales son las cavidades que quedan entre los hilos. La pintura se incorpora en los pocos espacios consistentes, como experiencias de vida. 

   

El alma perforada. En su última serie, Parnian se ha centrado en el cuerpo femenino desnudo y, en varias de las obras, uno de los pechos no está. Hay un hueco, un vacío. Solo se adivina el pezón, incrustado entre las cuerdas. «Creo que en la sociedad iraní el alma femenina no tiene lugar, no hay espacio para ella, por eso el pecho no existe». También a causa de la relación tóxica que, según dice, existe entre los pechos femeninos y los hombres. «El pecho es el símbolo de la feminidad y ser mujer en Irán me hace sentir insegura. Debemos esconder siempre nuestra feminidad para no ponernos en peligro».

Es en este contexto hostil donde a través de sus obras Parnian da rienda suelta a su interior herido: rostros de mujer de aspecto sombrío con una cara de bebé asomando por detrás. Retazos de torsos femeninos con flechas clavadas en la espalda; cabezas a las que les falta un trozo de cráneo. La artista tiene clientes en Dubai y en Irán. Las principales galerías de Teherán quieren mostrar sus obras, pero el régimen no lo autoriza. Con la prohibición, el Gobierno se adueña del cuerpo femenino, y lo condena a la oscuridad.

Otro obstáculo importante para las artistas iraníes es su proyección internacional. Para la mayoría de ellas viajar al extranjero es imposible. Tienen que probar que volverán al país mostrando la posesión de propiedades, familia, y no siempre es fácil. Negin Ehtesabian es ilustradora y diseñadora. «Cuando los iraníes queremos cruzar una frontera debemos hacerlo en pedazos. El proceso es muy duro y nos vamos descomponiendo como personas. Si lo conseguimos, debemos volver a reconstruirnos, a recolocar todo el sufrimiento causado por la infinita espera y los múltiples visados denegados».

La obra de Negin muestra esta recomposición personal a través del collage en forma de mujer elaborado con todas las postales enviadas a su marido americano durante los períodos separados. A la dificultad de viajar al extranjero se une el veto habitual a los iraníes en los círculos artísticos debido al miedo de los organizadores de ser acusados de saltarse las sanciones impuestas contra el país.

A través de otro de sus proyectos artísticos más importantes, ‘Medusa’ (2016), en alusión a la figura mitológica griega, Negin disecciona el complejo perfil de la mujer en Irán. «El arquetipo de Medusa es el de una mujer poderosa, símbolo del feminismo, pero también reprimida. Una mujer seducida, después victimizada y finalmente convertida en un monstruo».

La artista también aborda en sus obras la figura de la mujer como madre. «Existe una concepción muy hipócrita de la figura materna en Irán, porque si te divorcias, tus hijos pasarán a vivir con el padre, y si el padre muere, vivirán con el abuelo. Si eres una mujer divorciada no podrás ir sola a inscribirlos al colegio y, si te casas de nuevo, perderás la custodia».

Represión para aumentar la natalidad: prohibida la distribución de preservativos. Las iraníes cada vez tienen menos niños. Razones económicas y una evolución de la vida de las jóvenes que no quieren renunciar a sus carreras han reducido la natalidad a cifras que preocupan al régimen. En un intento autoritario de potenciar la reproducción, el Gobierno prohibió hace unos años la vasectomía. También suprimió los programas de planificación familiar que durante décadas habían permitido a los jóvenes acceder a preservativos y pastillas anticonceptivas sin problemas. 

En noviembre del año pasado, el Majlis –Parlamento iraní– aprobó la Ley de Población Juvenil y Protección de la Familia, que restringe de forma drástica el derecho de la mujer a proteger su salud sexual y reproductiva. También limita la venta de anticonceptivos en las farmacias y prohíbe su distribución gratuita en la red nacional de atención sanitaria.

Al día siguiente, en el parque Velayat, la autora multidisciplinar F. H. reflexiona sobre la imposición del hijab. «El poder rechaza abrir el debate sobre el velo porque, si se avanza en los derechos de la mujer, la sociedad no se quedará ahí». Esta artista, que prefiere ocultar su nombre, cree que se abriría la caja de pandora y llegarían los gritos de libertad en todos los ámbitos: libertad política, sexual, de expresión, de opinión, de conciencia, de religión, de reunión, a la intimidad, y todas las libertades individuales y sociales que reconocen las democracias avanzadas.

«El régimen teme una revolución de terciopelo», en alusión al movimiento pacífico que terminó con el comunismo en Checoslovaquia en 1989. «Una revolución sutil que confronte la represión sin salir a la calle, sin violencia, a través de la educación y la cooperación social». Las artistas juegan un papel importante en ese reto porque con sus obras contribuyen a denunciar los atropellos contra la mujer. Y si el lienzo no encuentra un espacio físico, las redes sociales suplen este obstáculo. 

#MeToo. En esta atmósfera de degradación de la mujer, el estallido mundial en 2017 del movimiento #MeToo fue decisivo en Irán. Hizo tambalear las creencias de miles de iraníes que no habían comprendido hasta entonces que aquello que sufrían era acoso y era denunciable. «El #MeToo fue clave para que salieran a la luz casos de acoso a estudiantes en las universidades. Se denunció a un profesor que se llevaba a casa a alumnas para tener sexo con ellas. Antes, esas estudiantes jamás se habrían atrevido a hablar», explica esta artista.

Mujeres atrapadas, sometidas a un dominio masculino, que gritan desesperadas mientras varias manos les tapan la boca. Las obras angustiosas e inquietantes de Anahita Shams no dejan indiferente. De origen azarí, se mudó de muy pequeña del norte del país a Shiraz, la ciudad de Hafez. Su padre escribía poesía, literatura y era traductor del francés al farsi. Ella heredó el amor por las humanidades y finalmente se formó en ilustración. «Mi familia era abierta y moderna, así que solo cuando crecí descubrí la represión que sufrimos las iraníes y la falta de libertad a todos los niveles», explica en el salón de su casa. 

En el fondo de la estancia, Anahita tiene un pequeño estudio que se encuentra Fading out: un cuadro de grandes dimensiones envuelto en papel rasgado del que emergen las caras de dos mujeres que parecen querer escapar del lienzo. «La obra se exhibió en agosto de 2021. Todos los pintores mostramos pinturas cubiertas para denunciar la censura. Cuando un comprador adquiría el cuadro hasta llegar a casa no sabía qué se escondía bajo el papel».  

En otra obra colgada en lo alto de la pared, aparece dibujada la cabeza de una mujer dentro de un televisor con un gallo encima, presionándola. «El gallo representa al hombre dominante y la mujer chilla pero nadie la oye», explica Shams. La cadena BBC, enemiga histórica del régimen de Irán, le pidió que eligiera una pintura que simbolizara el #MeToo, y ella eligió esta. 

Es frecuente la presencia de animales en sus obras. Bestias salvajes, depredadores, pájaros, peces, insectos y arácnidos venenosos, siempre en contacto hostil con una mujer dominada. En la mayoría de sus pinturas aparecen mujeres con la voz silenciada por manos que les tapan la boca, sentadas en el borde de una cama frente a una silueta masculina en posición intimidatoria o directamente estiradas ante un hombre que se está abrochando el cinturón después de perpetrar una violación. «Solo a través del arte puedo huir de la represión y el dolor. En mis cuadros soy libre, fuera no». 

Farnoosh Doroudgar, elegida por la artista rumana Mihaela Noroc para su libro ‘The atlas of beauty’como el rostro que mejor representa a la mujer iraní, habla muy bajo, casi susurra. En sus obras, las mujeres hablan con los ojos, y siempre aparecen resaltados con una luz blanca celestial. «Quiero destacar sus ojos porque en Irán las mujeres no podemos expresarnos en voz alta. Fuera del arte, la ley me limita, pero cuando dibujo, soy libre».  

Pero no solo la legislación islámica es limitante. La familia, la cultura del ‘qué dirán’ y la tradición cortan también sus alas. «Me hice un tatuaje y mi padre me dijo: ¿Qué haces? ¡Tienes que ser decente! Yo le dije que era igual de decente que antes de llevar el tatuaje», exclama mientras muestra sus obras en un moderno y concurrido café al norte de Teherán.

En el proyecto ‘Toxic Love, the modern slavery’, esta joven diseñadora dibuja la sumisión femenina al lado de hombres con cuerpo humano y cabeza de perro. En ella reflexiona sobre la dificultad de salir de una relación tóxica. A los hombres les dibuja una cabeza de animal porque cree que «estos anteponen sus instintos más animales para someternos». 

Farnoosh es una artista cien por cien digital. Un arte que se vale de las nuevas tecnologías para existir; un género en auge en Irán que atrapa a los creadores más jóvenes. «Las redes sociales lo están acelerando todo. Son un vehículo fabuloso para mostrar nuestras obras, sobre todo las que en una galería serían censuradas».

El arte conservado de los Palacios de Niavaran, reducto de la monarquía. En el interior de los Palacios de Niavaran, un símbolo arquitectónico de la época de las dinastías Qajar y Pahlavi, Sahar Moussavi admira los cuadros que siguen colgados en las paredes de las diferentes estancias de la que fue la residencia de la última monarquía de Irán. La emperatriz Farah Diba, junto a su marido, Mohamed Reza Pahlevi, adquirieron a lo largo de su ostentoso reinado cientos de obras de los artistas internacionales más consagrados. Aunque el régimen de los ayatolás se apropió de todas ellas, el legado fue conservado y en 2019 el Museo de Arte Contemporáneo de Teherán exhibió más de 200 obras de Marcel Duchamp, Andy Warhol, Fernand Léger, Mark Rothko, Paul Gauguin o Pablo Picasso. La colección por fin veía la luz, si bien los desnudos de Renoir o Francis Bacon fueron censurados.

El estilo de Sahar Moussavi es moderno y, al igual que Farnoosh, totalmente digital. Forma parte del movimiento TechExpressionism International Movement, con sede en EEUU, del que también es miembro Negin Ehtesabian. Utilizan la tecnología para expresar emociones: colores brillantes, símbolos abstractos y música. Un arte poliédrico que le permite curar heridas, como las de un divorcio reciente.

Sahar observa un «cambio muy importante» en las nuevas generaciones de artistas que están rompiendo con el miedo y los tabúes. «Instagram es la galería natural del arte en Irán. Es donde se compra y se vende arte. Y es también una manera de obtener ingresos para muchas mujeres sin salir de casa», concluye. El arte como vehículo de empoderamiento femenino. El arte como salvación para todas ellas.